Friday, December 12, 2014

Haruki Murakami, entre hombres y mujeres

Hay una superstición escandinava que se repite todos los años…”, bromeaba Jorge Luis Borges sobre su eterna candidatura al Premio Nobel de Literatura. Número fijo en la lista de autores favoritos a conseguir la distinción sueca– como el argentino que finalmente no lo consiguió–, Haruki Murakami (Kioto, 1949) es una figura con sensibilidad pop y aura de celebrity en el mundo de la literatura actual. Cada uno de sus libros se espera como un film de Hollywood, de esos que tienen muchas sagas y se consumen rápidamente.

Lo nuevo de Murakami es un volumen de siete relatos, Hombres sin mujeres. Título simple y directo –homenaje a un libro del mismo nombre publicado por Ernest Hemingway en 1927 como su prosa que llega al lector traducida al inglés o español, ya que el autor únicamente escribe en japonés.

Por si hubiera duda de qué va el ADN literario de Murakami, en este trabajo se afianzan sus obsesiones como quien repite una y otra vez las canciones favoritas en el iPod: los enigmas que encierran a dos personas que se aman y creen –al menos mientras dure el hechizo– en la eternidad de su pasión; la soledad como una de las más tristes enfermedades en el mundo tecnológico y “civilizado” del siglo XXI; las referencias a la música pop, en especial la de los Beatles.

En “Kino”, “Samsa enamorado”, “Sherezade” o “Drive My Car” yYesterday” –sí, ambas con el mismo título que las canciones de los cuatro de Liverpool, recurso que también utilizó en su novela Norwegian Wood), Murakami reflexiona sobre esto temas a veces con una dulce melancolía y otras con sentido común inteligente, manifestando cierta cortesía al lector, fortaleciendo un vínculo personal.

Pensar separadamente en los hombres y las mujeres no es algo que suela hacer a diario. Apenas nota diferencias en las competencias en función del sexo. Su profesión lo obliga a trabajar con el mismo número de mujeres que de hombres y, de hecho, se siente más cómodo al trabajar con ellas. Por lo general, están atentas a los detalles y saben escuchar. Pero, en lo que concierne a conducir, cuando se sube en un coche pilotado por una mujer, en ningún momento deja de ser consciente de que es una de ellas la que lleva el volante. Esta opinión, sin embargo, nunca se la ha expresado a nadie. No le parece un tema apropiado para hablar con los demás”, reflexiona el narrador de “Drive My Car”.

En este cuento con título beatle Kafuku, un actor maduro de cierto prestigio, contrata a una joven chófer para conducir su Saab 900 amarillo. En algún momento el empleado se volverá confidente y suerte de amuleto para exorcizar viejos espectros. En “Yesterday”, un estudiante de la Universidad de Waseda (Soudai), que tiene como part time trabajar en un bar, conoce a uno muchacho de Tokio. Ese encuentro producirá un choque de clases que deviene en un duelo de amor. En “Samsa enamorado”, tal vez el mejor del volumen, el protagonista es el de “La metamorfosis”, el clásico relato de Kafka. Así, por invención de Murakami, el insecto se transforma en un ser humano. No sólo hay un cambio de identidad: el autor traslada la Praga de principios del siglo XX a la Praga sitiada por el ejército soviético en 1968.

Sólo los hombres sin mujeres saben cuán doloroso es, cuánto se sufre por ser un hombre sin mujer”, escribe Haruki Murakami, y la sentencia queda suspendida en el aire.


                                                                                                             Vera


Review Hombres sin mujeres, Haruki Murakami, El Nuevo Herald


Tuesday, November 25, 2014

Pablo Brescia, los lugares de la ficción





Con la distancia impiadosa que dan los años, Se habla español resiste una relectura. La obra, editada en el último año del siglo pasado, reunía los trabajos de autores hispanos menores de 40 años que vivían en los Estados Unidos. En esa lista había escritores con apenas un libro y otros que aún jóvenes ostentaban una incontinencia editorial... Allí convivían nombres que han llegado saludables –y premiados– hasta el 2015: Junot Díaz, Jorge Volpi, Jorge Franco, Mayra Santos, Ilán Stavans, Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet.

Ese libro incluía a Pablo Brescia, un autor argentino que vive desde 1986 en Estados Unidos. Como varios de los escritores de la antología, Brescia ha seguido publicando libros que tienen una conexión con el mundo que lo rodea. Ese mundo es este país, Argentina o México como también otros más difusos, con un español a veces fronterizo –como el que se escribe en la otra América, que es ésta– que le dan al lector un genuino placer intelectual y emocional.

Brescia es autor, entre otras obras, de La apariencia de las cosas (1997), el libro de textos híbridos No hay tiempo para la poesía (2011) –este último con el pseudónimo de Harry Bimer–, como de los de crítica Modelos y prácticas en el cuento hispanoamericano: Arreola, Borges, Cortázar (2011) y Borges múltiple: cuentos y ensayos de cuentistas (1999).

Ahora, el escritor edita Fuera de lugar, una colección de historias en que el núcleo de su drama está en la tensión entre hombres y mujeres, en ese punto de inflexión que nunca se desata.



En muchos de los cuentos trabajas el género fantástico. El Río de la Plata tiene una excelente tradición al respecto (Silvina Ocampo, Borges, Bioy, Cortázar, Mujica Láinez, sólo por nombrar algunos). En ese sentido, ¿la narrativa argentina ha sido vital para tu educación literaria?

Para mí la mención de lo fantástico evoca, por un lado, la imaginación que trabaja a contrapelo de lo mimético y, por el otro, la problematización del discurso literario para plantear cuestiones de límites, desestabilizaciones y zonas híbridas. Como lector (resignado) de mis textos, me veo menos cerca de lo fantástico clásico y más cerca de lo raro y extraño. Menos cerca de Borges, Bioy o Cortázar y más cerca de Silvina, digamos. Además, tengo como referentes a otros escritores como Augusto Monterroso o Virgilio Piñera, por ejemplo. La narrativa argentina es importante para mí, pero como lector o escritor no me siento afiliado a ninguna tradición nacional.

A diferencia de tus anteriores trabajos en Fuera de lugar el paisaje de Estados Unidos está muy presente.

Luego de la publicación de mi primer libro La apariencia de las cosas (1997), un comentario me quedó grabado. “Es curioso”, me dijo un lector, “en estos cuentos, tu contexto está borrado”. Nunca olvidé esa frase. Creo que Fuera de lugar intenta llenar desde la literatura ese vacío vital y contextual. El libro se divide en dos partes: “Lugar”, con seis cuentos que transcurren en diversos puntos de Estados Unidos, y “Fuera”, con otros seis cuentos que no se anclan en un sitio preciso. Me parece que la palabra que elegiste es adecuada: Estados Unidos es una paisaje para estos personajes, una superficie sobre la cual ellos y sus historias se deslizan buscando una señal… Bueno, ¡mejor que los lectores recorran esa superficie!


Como bien indica el título del libro, los personajes pisan terreno movedizo en el mundo. Hay una intención de ellos de aferrarse a algo. Pero a la vez, no hay nostalgia por “un paraíso dejado atrás”.

Me interesaba utilizar la descolocación como metáfora que uniera los relatos sin hacerlos predecibles ni efectistas. La intención era que cada texto planteara una búsqueda. Creo que ese deseo explica en parte que haya tanto viajero en Fuera de lugar. Por eso, como dices, las arenas son movedizas: frente a los paradigmas del “sueño americano” o incluso de la políticas identitarias de ciertos latinoamericanismos, quería plantear aventuras y sondeo más modestos. Por eso, el intento de aferrarse a algo por parte de los personajes prescinde de las grandes narrativas y se ata en cambio a un libro, a un recuerdo, a un tren. Aunque me dicen que los relatos son melancólicos, me parece que evaden la nostalgia. No hay paraísos en la literatura; todo tiempo pasado fue peor.


Eres también profesor y crítico literario. En EE.UU. el español es el segundo idioma. Así y todo, ¿cómo sientes el lugar que tiene la narrativa escrita en castellano en este país?

El español aquí tiene su peso como seña de identidad, pero carece de fuerza política transformadora o de prestigio cultural, incluso en los departamentos académicos de los Estados Unidos. Por otra parte, y volviendo a la narrativa en español en este país, está creciendo en producción y en canales de difusión. No estoy seguro de que esté creciendo en lectores y lecturas. En ciertos casos hay muchas ansias por publicar y menos dedicación a la escritura. Son los tiempos que corren. No sé si un escritor en estos días podría “sobrevivir” (en términos de éxito, relevancia, conexiones, status literario) un espacio de 15 años entre libros, como me pasó a mí. Pondero, no obstante, todo el esfuerzo que se hace desde Nueva York, desde Miami, desde California, para activar el fuego sagrado de las letras. La dedicación a la lectura y la escritura es parecido a ser hincha de un club de fútbol; se sigue al equipo o a la literatura hasta el final, ganes o pierdas.



Has escrito también sobre el cine y la relación con autores latinoamericanos como Borges y García Márquez. ¿Has pensado en escribir sobre Manuel Puig, un autor que tuvo una relación muy estrecha con la cultura de Estados Unidos, además de vivir por varios años aquí?

Con Puig tengo una relación de admiración y, como con Borges, de distancia. Creo que el tono y la perspectiva que manejaba son inigualables, pero también creo que sus novelas están muy marcadas por la época y por su trasfondo personal. Creo que El beso de la mujer araña es una gran novela de y sobre cine. Como bien dices, escribí algunas cosas sobre la relación literatura-cine. Me gusta mucho el cine; me gusta pensar el cine como máquina narrativa y, desde ahí, le veo la relación con los problemas que plantea contar bien una ficción, que es lo más difícil y lo que más me interesa.


                                                                                                                              

                                                                                                                                      Vera


Entrevista Pablo Brescia, El Nuevo Herald

Monday, October 27, 2014

Ricardo Barreda, el odontólogo furioso











El trago de cerveza refrescó la garganta de Ricardo Barreda. Había sido un día demasiado largo, el domingo más agotador que había soportado el odontólogo argentino en sus 56 años de vida.

Pocas horas antes había estado con su amante Hilda Bono en un motel. Las sábanas sucias, la precariedad del edificio, lo furtivo de esa relación contrastaba con aquel odontólogo: un hombre gris, tan callado como cortes, con ese aspecto de hombre bueno que le daban sus anteojos de lentes gruesos y su andar sereno.

Hilda era tarotista –según Barreda la mejor–, la mujer que no malentendía las entrelíneas del azar. Las cartas siempre mencionaban un futuro trabado, una gruesa telaraña que el hombre debía desenredar.

Aunque Barreda se había separado hacía años, la situación económica y el “qué dirán” de los vecinos habían obligado a Gladys McDonald junto a sus hijas Cecilia y Adriana a dejar el pequeño departamento en que vivían y volver a la antigua casa familiar ubicada en el centro de la ciudad de La Plata. Allí el odontólogo tenía su consultorio. Dormía en un pequeño cuarto que comunicaba a una entrada separada de la principal del edificio.

Cuando no tenía pacientes, el hombre se dedicaba a otras tareas en la casa, como limpiar y arreglar el comedor o las habitaciones de las cuatro mujeres, ya que para entonces su ex suegra, Elena Arreche, vivía con ellos.

Todos los días puntualmente a las cinco de la tarde, inclusive, Barreda traía la bandeja de té con scones y la dejaba sobre la mesa del comedor donde las mujeres más grandes de la familia hablaban de lo que habían visto en los programas de farándula. Para su ex esposa, de apellido inglés, la ceremonia del té era algo inalterable.

Si alguna de las mujeres veía algo sucio en el hogar no dudaba en exigirle a Barreda que lo limpiara. No solían llamarlo por su nombre, preferían darle adjetivos que lo denigraban día a día. El odontólogo contenía el odio y seguía como siempre callado, observando fríamente a las mujeres.

Aquel domingo interminable de 1992 Barrreda le dijo a Hilda en la cama que había ido a visitar a sus padres al cementerio. Los extrañaba horrores, la mujer lo sabía muy bien. En el camposanto el hombre dejó rosas amarillas –las preferidas de su madre– y por un rato se quedó al lado de la tumba.

Barreda también le dijo a su amante que horas antes había dado una vuelta por el zoológico. Le gustaba darle de comer a las jirafas, reírse de los monos, perderse entre las familias felices de domingo.

En un momento, como al pasar, le comentó los hechos de la mañana, la manera en que había comenzado ese día agotador. Barreda tenía como rutina escuchar las noticias de la radio mientras acomodaba el consultorio. Parecía de buen humor hasta que su ex esposa volvió con los insultos. Le ordenó que limpiara los muebles del comedor. Barreda obedeció, era lo único que sabía hacer, aunque ya cansaba.

Fue hasta el armario y encontró la escopeta Víctor Sarrasqueta calibre 16.5 que su ex suegra Arreche le había traído de Europa. El arma brilló como una revelación. Sin pensarlo más, Barreda acribilló a Gladys y a su hija en la cocina. Bajó las escaleras y encontró a su ex suegra, que al verlo intentó huir pero de nada sirvió: la anciana rodó con el impulso de las balas contra su cuerpo hasta la planta baja. Cecilia, la que era su hija preferida, no tuvo tiempo de salir a la calle. Su padre le dio un tiro en el pecho.

Barreda pagó la cerveza y abandonó el bar. Era de noche, pero el domingo todavía no había terminado. Debía hacer algunas cosas como regresar a su hogar y desparramar papeles, tirar libros, desacomodar los muebles. Simular un robo que se había vuelto una masacre. Llamó a la ambulancia que llegó mucho más tarde que la policía. Ante ellos el hombre contó su tragedia. Pero no era buen actor.

En 1995 Ricardo Barreda fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple. Sólo el 29 de marzo de 2011 obtuvo la libertad condicional y se fue a vivir junto a su novia Berta Pochi André –que conoció a través de las cartas que se intercambiaron mientras el asesino estaba en prisión– al tradicional barrio de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires.

Hoy el odontólogo Barreda es parte de la cultura popular argentina. Bandas de rock le dedicaron canciones como libros periodísticos y programas de televisión han tratado el caso.

Habitualmente se lo puede ver a Barreda caminar por las calles de Belgrano. Algunos vecinos han confesado a la prensa que le tienen miedo, mientras otros lo saludan y le dan demostraciones de afecto. Barreda prosigue en silencio, con su eterno andar sereno. Parece  un hombre feliz.


                                                                                                                              

                                                                                                              Vera



Ricardo Barreda, el odontólogo furioso. El Club de los Asesinos (Caliente Semanal)


                                                          

Wednesday, October 22, 2014

Luis Eduardo Aute edita su poesía completa














Pintor, músico, poeta y cineasta. En pleno siglo XXI, Luis Eduardo Aute (Manila, Filipinas, 1943) es un hombre renacentista. En cada una de las disciplinas artísticas que incursiona, a través de una sensibilidad impiadosa, revela lo más profundo de aquellas emociones que modelan al ser humano.

Es probable que su faceta como cantautor sea la más conocida. Desde 1966 que empezó a grabar sus canciones, Aute ha forjado una discografía que consta de 32 discos, entre ellos los ineludibles De par en par (1979), Fuga (1982), Entre amigos (1983), Cuerpo a cuerpo (1984) y Alas y balas (2003).

Así, Volver al agua, libro que reúne en un sólo volumen su poesía escrita entre 1970 y 2002, es un tesoro que rescata un lado no tan conocido en la obra de Aute.

“Con un engranaje verbal que no oculta algún débito al surrealismo y que se inclina a veces, como un deliberado contraste dialéctico, hacia formas coloquiales, Aute ha pasado casi sin transición del cultivo de una lírica de cuño intimista al de una épica de extrovertidas argucias, entre cuyos tentáculos forcejean algunos de los más abruptos y tipificados signos de una sociedad atrofiada por su propia estulticia o su propia vileza”, ha señalado J. M. Caballero Bonald .

Volver al agua ha sido publicado por La Pereza Ediciones, una casa editorial que desde la ciudad de Miami promueve autores exquisitos en Estados Unidos.

¿Cómo surgió la idea de la publicación de Volver al agua?

La idea de la antología surgió a petición de la editorial Pigmalión, que me propuso juntar mis tres poemarios: La matemática del espejo, La liturgia del desorden y Templo de carne añadiendo un nuevo poema, Volver al agua, que resumiera, de alguna manera, el corpus poético de los tres libros. Luego entré en contacto con La Pereza Ediciones que me propuso una re-edición de la antología con el añadido de algunos poemas inéditos. En este sentido sólo tengo compuestos unos textos muy breves que llamo “poemigas” (por el caso de que alguno de ellos tuviera alguna “miga” poética), y son los que se añadieron a la antología.

Sé que incluyó algunos poemas inéditos. Ahora bien, ¿a la hora de releer los poemas que ya había editado, los corrigió o suprimió algunos?

Pues no, apenas corregí, muy levemente, un par de poemas. No eliminé ninguno.

En sus poesías hay humor, ironía, surrealismo, sentencias. ¿Falta sólo el terror?

Bueno, bueno; parece que el terror está ausente en mis poemas, aunque hay uno que se titula El terror que producen las uñas. No sé si ésta es la excepción que confirma la regla.

¿Por qué cree que su faceta como poeta no es tan conocida como la de cantante, pintor o cineasta?

Supongo que será porque tengo muy poca poesía editada. Tengo más de 400 canciones compuestas y grabadas, y también 5 entregas de poemigas editadas por Siruela bajo el título de AnimalHada, pero lo que considero poemas, son pocos.

¿Tiene un lugar especial donde habitualmente escriba sus poemas?

Los poemas, (como las canciones) flotan por los aires y aterrizan cuando les viene en gana. Se trata de estar alerta para capturarlos sin que se dañen demasiado, y darles otros vuelos con renovadas alas, por lo que su escritura puede acontecer en los lugares más insospechados.

¿Cree que en la crisis social y económica que sufre hoy España la música de un cantautor puede ser escuchada con más atención que en otros momentos?

Me parece muy interesante la pregunta, sólo que no conozco la respuesta. Por mi propia experiencia creo que sí, hay una sensibilidad deprimida que intenta respirar contenidos más ligados a una cada vez más insoportable “realidad”.

¿Qué poetas suele releer?

Leo poesía de forma muy aleatoria, pero suelo acudir, por pura necesidad de supervivencia a muy pocos. Por citar a algunos: Paul Eluard, J.L. Borges, García Lorca, Aleixandre, Ory, Nicanor Parra, Octavio Paz, Poe y algunos pocos más, según el estado de desánimo.

Nació y vivió en Manila hasta los once años. ¿Alguna vez ha regresado?

Nunca volví a Manila. Hubo tres intentos a lo largo de todos estos años pero se frustraron a última hora, lo que interpreto que no se debe volver a los orígenes, por algún motivo que desconozco pero temo. Tengo recuerdos, no muchos, pero muy sólidos y muy entrañables. Casi siempre los recuerdos de infancia no suelen ser ingratos salvo casos muy evidentes.

¿Puede ser que una foto de su niñez sacada en El Malecón (Cuba) tiene que ver con su último disco, El niño que miraba el mar?

Tiene todo que ver. La foto que me tomó mi hija en el Malecón de La Habana está tomada, azarosamente, desde casi idéntica perspectiva que la que me hizo mi padre, 68 años después. Como regalo de cumpleaños, mis hijos hicieron un montaje con las dos fotos juntándome a mí conmigo mismo, sentados en el malecón, mirando el mar. De ese encuentro absolutamente imposible (aunque algunas veces tal vez soñado) surgieron las canciones del disco El niño que miraba el mar y la película de dibujos El niño y el basilisco.

Cree que internet facilita que el artista sea más libre, en el sentido de no tener que estar él atado a una discográfica multinacional o a la distribución de una obra?

Más libre, sin duda, pero con el gran inconveniente de no poder construir una “obra” cohesionada a través de un soporte que le imprima una existencia física, por tanto real, y no virtual.


                                                                                                                          Vera



Entrevista Luis Eduardo Aute, El Nuevo Herald

Monday, September 8, 2014

Enrique Del Risco: el hombre que será presidente





Hacia 1920 el escritor argentino Macedonio Fernández, maestro literario de Jorge Luis Borges, ideó un curioso plan: llegar a ser presidente de su país. Para perfeccionar su propósito, el autor se reunía con un grupo de jóvenes en la Confitería del Molino, frente al Congreso de la Nación. “Macedonio explicaba que muchas personas se proponen abrir una cigarrería y casi nadie ser presidente; de ese rasgo estadístico deducía que es más fácil llegar a ser presidente que a dueño de una cigarrería”, recordó Borges, uno de los asistentes de aquellas míticas tertulias.

Desde el intento del argentino varios escritores han emprendido la temeraria  carrera de llegar al máximo cargo político de un país, como el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa que perdió ante un ignoto Alberto Fujimori en las elecciones de 1990, o Sergio Ramírez que junto a Daniel Ortega llegó al poder en Nicaragua en 1984. Este jueves en Coral Gables se lanza otra candidatura, y les toca a los ciudadanos cubanos decidir.

El escritor Enrique Del Risco (La Habana, 1967) presenta Enrisco para presidente, un libro que plasma su plataforma política para llegar al gobierno de la Isla en el 2018, para instaurar, como él señala, “el socialismo del siglo XXII”.

“Si quieren saber en qué consistirá el socialismo del siglo XXII les diré en palabras sencillas —aunque en realidad consiste en un plan más elaborado recogido en mi Proyecto Trespatines— que su objetivo es convertirme en presidente vitalicio y, al mismo tiempo, en el principal propietario del país, mientras acabo con lo que queda de él. O sea, que el socialismo del siglo XXII significa —además de que sé contar en números romanos— más o menos lo mismo que el socialismo del siglo XXI o el comunismo del XX, pero mucho más sincero. Prometo que todos terminarán haciendo cola por cualquier cosa y que el papel sanitario seguirá siendo un artículo de lujo, pero por el camino nos divertiremos muchísimo enfrentando al imperialismo norteamericano y a sus aliados locales”, escribe en el prólogo el candidato a la presidencia de Cuba.

Es inevitable aclarar que el candidato Enrisco es una suerte de otro yo alucinado del escritor Del Risco, por eso el autor se disculpa ante el Nuevo Herald a poco de empezar el reportaje. “Enrisco no quiso venir a hacer la entrevista así que seré yo, Enrique Del Risco, quien se hará cargo”.

Así entonces, sin malentendidos, el escritor habla del origen de la obra. “Tuvimos la idea de hacer este libro hace años, luego de la publicación de El Comandante ya tiene quien le escriba en el 2003 con la desaparecida Ediciones Universal. Un libro que recogiera lo mejor de los textos esencialmente humorísticos que Enrisco ha publicado a lo largo de los años en diferentes publicaciones, algunas de las cuales ya han desaparecido. Ya desde entonces el título lo tenía claro: “Enrisco para presidente”.

“Luego con los años siguieron acumulándose textos”, agrega el autor que también es profesor y trabaja en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de New York. “Ello conllevó un proceso arduo de selección en el que hubo que reducir unas seiscientas páginas de textos más o menos a la mitad. Luego hubo que crear una estructura en la que artículos escritos en diferentes épocas encontraran un nuevo sentido que es –y ahora es que me doy cuenta- el de explicar lo que ha pasado en los últimos años en Cuba  no inducir al lector a cortarse las venas sino a, después de todo, seguir encontrando motivos para reír. El libro incluye también un prólogo y un glosario explicativo escritos ex profeso para el libro y que al compañero Enrisco –debo reconocerlo- no le han quedado nada mal”.

El nuevo libro de Enrique Del Risco se publica por Sudaquia Editores, un dato que no es menor para el autor. “En muy poco tiempo se ha convertido en la principal referencia editorial en español en una ciudad como Nueva York y eso no es poca cosa. Haber participado en sus inicios con Siempre nos quedará Madrid (libro de lectura obligatoria en el gabinete, escuela y asilos de ancianos en mi Cuba del futuro) es una satisfacción para mí”.

En Enrisco para presidente se señala todo el tiempo la lógica de pesadilla que vive la Isla. Sin embargo,  en ningún momento se lo nombra a Fidel Castro. Es como un fantasma: todos hablan de él, pero nadie lo ve.  En el libro, el autor le dice, entre otros adjetivos,  “El Comandante”.

“Nada en ese libro es accidental”, afirma Del Risco sobre el tema. “Ni siquiera las erratas. En el caso del Comandante sucede que a Fidel o a Castro todo el mundo los acusa (con razón) de los más variados crímenes mientras que el Comandante se ha mantenido increíblemente a salvo de tales acusaciones. Pues alguien tenía que ocuparse de rellenar ese vacío y le ha tocado precisamente al compañero Enrisco”. 
   
Enrique Del Risco es autor de una decena de libros, entre los que se destacan Lágrimas de cocodrilo  y ¿Qué pensarán de nosotros en Japón?, V Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz. Ha sido traducido al inglés, alemán y polaco. Estos libros y los logros que le han traído, sucedieron fuera de Cuba. “Enrisco y yo pedimos asilo político en 1995 en España y no llegamos a Estados Unidos hasta 1997”, dice el escritor que desde que llegó a este país vive en West New York, New Jersey. 

De sus últimos años en Cuba, el autor es muy honesto en sus recuerdos. “Un horror absoluto atenuado por la amistad y la juventud que hace que cualquier circunstancia, por terrible que sea, parezca mucho más divertida”, confiesa. “Fueron años de mucha indignación ante la realidad que no te daba tregua en casi ningún espacio de tu vida pero, al mismo tiempo, muy vitales y creativos”.

                                                                                                      
              
                                                                                                Vera



Entrevista Enrique Del Risco, El Nuevo Herald

Wednesday, September 3, 2014

Ed Gein, el ‘carnicero’ de Plainfield

A Ed Gein la vida lo había lastimado como suele hacerlo con casi todos los mortales, aunque él como respuesta, en vez de obedecer y agachar la cabeza, decidió salir a matar.

Gein era bueno con las manos, se daba astucia para todo. Desde que su hermano mayor Henry había muerto en un confuso episodio cuando se incendió parte de las ochenta hectáreas de su finca–a unos 10 kilómetros del pueblo de Plainfield, Wisconsin– y luego fue el turno de su madre Augusta, una mujer severa que leía en voz alta los pasajes del Apocalipsis, y quien aún después de muerta su hijo la adoraba como si fuera una efigie celestial, Gein de 39 años había quedado complemente solo en su casa y debía arreglárselas como mejor pudiese. Esa destreza le había ganado cierta fama y era requerido por muchos en el pueblo para hacer pequeños trabajos.

El ingenio de Gein con las manos no sólo le servía para ganarse algunos dólares. Cuando la noche hacía los caminos de tierra más solitarios, se adentraba en los cementerios. Siempre habría los ataúdes de aquellos que hacía muy pocas horas habían muerto. Eran los mejores cuerpos, Gein así podía oler el perfume de la piel que todavía no se había vuelto rancia.

Las cabezas las guardaba en el refrigerador o las hervía. Con la carne y la piel hacía todo tipo de objetos: brazaletes, vainas de cuchillo, pantallas de lámparas y asientos, collares hechos con labios, recipientes para comer con la mitad invertida de cráneos, chalecos tapizado de vaginas y pechos.
Pero había una de las creaciones que era su preferida: un vestido confeccionado íntegramente con piel femenina. Gein lo usaba frente al espejo que había pertenecido a su madre. Se podía quedar horas contemplando la belleza atroz de su figura. Todavía no había abandonado la idea de cambiar de sexo, aunque los costos de la operación fueran muy elevados. Siendo una mujer como su madre, podía llenar la ausencia de su muerte.

Durante años su casa fue un santuario de cadáveres y objetos macabros. El 17 de noviembre de 1957 la historia de Ed Gein sacudió a los Estados Unidos. La desaparición de Bernice Worden, de 58 años, empleada de una ferretería de Plainfield, condujo a la finca del asesino: en el cuaderno de registros del negocio figuraba el nombre de Gein como último cliente.

La policía se enfrentó a una escena de terror. Colgado del techo por los tobillos, con las piernas abiertas, y sin cabeza, el cuerpo de Worden era una masa deforme. Tenía un tajo que era una raya furiosa que empezaba en la vagina y terminaba en sus senos, que eran dos agujeros negros, porque le había sacado los pezones.

Ed Gein sólo confesó otro crimen, el de Mary Hogan, una camarera que desapareció en 1954. El número de asesinatos ronda la decena, aunque sólo hay indicios. Por declararlo insano, Gein nunca estuvo en prisión. Lo alojaron en el Wisconsin Waupan State Hospital, donde murió de problemas respiratorios en 1984.

La historia de Ed Gein inspiró una serie de films de horror, como Texas Chainsaw Massacre, Silence of the Lambs y Psycho. Quizá, también, a otros asesinos seriales.



                                                                                                             Vera


Ed Gein, el carnicero de Plainfield. El Club de los Asesinos (Caliente Semanal)

Saturday, August 16, 2014

Roberto Arlt y el novio fugitivo

La noticia no se hizo esperar: un muchacho desapareció el mismo día en que daría el sí frente al altar. La novia, vestida rigurosamente de blanco para la ocasión, entre lagrimas, temió que alguien hubiera secuestrado al amor de su vida. O peor: que hubiese sufrido un accidente. Así que todos los medios de la Argentina se ocuparon de la noticia.

A los pocos días, finalmente, el novio fue encontrado en un hotel de Rosario. El motivo de su huida –a partir de ese momento la prensa lo catalogó como “el novio fugitivo”– fue porque había hecho mal las cuentas y no llegaba, no podía pagar el monto de la fiesta. Entró en pánico y se escapó.

El incidente me hizo recordar a un viejo amigo, que hace años que ya no veo, y al cuento “Noche terrible”, de Roberto Arlt. Y también, a cierta culpa que me rondó en su momento. Mi amigo, que aquí por discreción se llamará Fernando, era un tipo despierto para la electrónica. De hecho, había ido a un colegio industrial, bastante exigente, y se había recibido con buenas notas. Pero poco y nada había leído de literatura. Así que era yo quien le sumistraba libros en esa primera juventud compartida, aunque Fernando me llevara unos cuantos años.

No todo lo que le daba le gustaba. Como en aquella historia de Henry James, las elecciones de mi amigo de manera invisible, aunque marcada, trazaban un dibujo, una genealogía que desechaba a algunos y agrupaba a Cortázar, Arlt y Ernesto Sábato.

Esos libros eran una buena compañía para el viaje que Fernando emprendía los fines de semana, cuando visitaba a su novia que vivía en la zona de Tigre. Al caer la tarde lo acompañaba a la estación de Barrancas de Belgrano. Hablábamos de mujeres y también de libros. A veces, ante un problema sentimental, nombraba “Noche terrible”. “Haber si un día yo hago lo mismo”, decía con una sonrisa.

La historia de Arlt se publicó por primera vez — según la biografía de Sylvia Saítta El escritor en el bosque de ladrillos — en Mundo Argentino, el 26 de agosto de 1931. Es parte de El jorobadito, primera recopilación de relatos del autor. Publicado en 1933, el libro incluye nueve contundentes e inspiradas historias del mundo arltiano, como Ester Primavera, Las fieras, El jorobadito y La luna roja.

“Noche Terrible” explora el miedo que siente Ricardo Stepens a pocas horas de casarse. El reloj empiezar a dar la vuelta, y antes del alba, el joven deberá decidir si finalmente acepta una vida burguesa o se escapa a ese destino.

Mi amigo continuó su romance y a fuerza de una cotidianidad exasperada logró que su nueva familia lo acepte. En cada reunión especial, como el cumpleaños de uno de los hermanos mayores de su novia o para Navidad, Fernando levantó la copa. Los paseos domingueros por la plaza de San Isidro, el cine con los films del momento, que a veces se intercalaban con algún ciclo de películas iraníes –en una época hicieron estrago en Buenos Aires–, las manos furtivas, los cuerpos apoyados contra el muro de una casa mal iluminada, los dedos impregnados del perfume primitivo… Todo eso vivió Fernando y mucho de aquello rememora Stepens en su noche terrible. Aquí y allá, como se ve, los enamorados siempre condescenciedientes con el lugar común.

Pasó el tiempo. Mi amigo cada vez más próximo a los cuarenta, una edad donde lo que es promesa si no se hace realidad entra en fracaso. Su novia le pidió que se casaran. Con diez años de noviazgo ya era tiempo de “formalizar”, y que silencioso vinera lo otro: auto, hipotéca, hijos –en el mejor de los casos solo uno–, niñera, colegio privado, clases de música o ballet, vida de clubs, domingos tediosos pero navidades hermosas.

La novia puso fecha de casamiento y se empezó a organizar la fiesta, el hotel de luna de miel, el departamento, “el nidito de amor”: punto de partida para todo lo demás.

Todo esto lo supe ya en Estados Unidos. Dicen que la noche anterior a la boda Fernando temblaba de miedo, lloraba, le confesaba a la madre que no quería casarse. Apenas si con lo que ganaba podía alquilar la casita donde vivían. La familia de la novia se había hecho cargo de la fiesta, como de casi todo.

A la hora de la boda, Fernando no apareció. El padre junto al hermano mayor lo fue a buscar con un revolver para que entrara en razón. En la casa le dijeron que se había ido, y que no sabían adónde. Fernando nunca más se tomó el tren a Tigre como jamás volvió a hablar con la que era su novia. Esta historia ya es parte del anecdotario del barrio.

Como en las peliculas de Holywood, la historia del novio fugitivo tiene un final feliz. En pocos días se casarán en la Iglesia de Fátima. “Ya lo perdoné y crecimos como pareja. Él reconoció su error, y eso lo hizo crecer como persona. Entiendo el miedo que puedo llegar a sentir nuevamente ante su ausencia”, ha dicho la mujer que tiene una relación con el joven desde hace cuatro años y crían una niña de tres.


Por el número de comentarios que ha tenido la noticia en los foros de Interntet, se ve que a la gente el tema le ha interesado mucho. Han tenido una activa participación que, no lo dudo, aumentará cuando se reproduzca la nota del día del casamiento y por fin la fiesta. Pero como dice el tango “Naranjo en flor”, después, ¿qué importa del después?



                                                                                                       Vera


Artículo sobre Art y el novio fugitivo, Sub-Urbano.com