Wednesday, April 30, 2014

Recuerdo (mis series de TV de infancia favoritas)

Recuerdo que Petrocelli nunca podía terminar su casa.


Recuerdo que a Diff'rent Strokes la titularon en Latinoamérica como Blanco y Negro. 

Recuerdo que me hubiera gustado ser amigo de  Arnold (Gary Coleman).

Recuerdo “¿De qué estás hablando Willis?”, que siempre preguntaba  Gary  Coleman a su hermano.

Recuerdo que no me gustaba el señor Drummond.

Recuerdo que un día vi en una película a Willis haciendo de malo.

Recuerdo un episodio de Blanco y Negro que a un amigo de Arnold lo violaban (y todo eso lo pasaban a la hora del almuerzo)

Recuerdo que hace poco Sergio De Caro habló del mismo episodio (se ve que a él también lo marcó).

Recuerdo que Kimberly (Dana Plato) murió de sobredosis en Oklahoma,  y Liniers le dedicó una historieta.

Recuerdo que con los amigos del barrio jugábamos a Combate (Combat!).

Recuerdo que nadie quería ser alemán.

Recuerdo que  Vic Morrow era el Sargento Saunders.

Recuerdo a "Caje", a Kirby, a "Doc".

Recuerdo  que Vic Morrow murió decapitado por las astas de un helicóptero mientras filmaba una  de Vietnam.

Recuerdo mi tristeza al saberlo.

Recuerdo que todos los miércoles por canal 9 (libertad) daban Brigada A.

Recuerdo una propaganda de alfajores donde trabajaba Mr. T

Recuerdo que al coronel Hannibal Smith (George Peppard) no me lo bancaba.

Recuerdo que Mr. T tenía miedo de viajar en avión.

Recuerdo a B. J. (ese sí que era un capo).

Recuerdo al mono de B. J.

Recuerdo a las minas de B. J.

Recuerdo al camión de B.J.

Recuerdo ese nombre completo (su sonido en español): B. J. McKay (y me emociono).

Recuerdo al Superagente 86 cuando volvía del colegio.

Recuerdo a la “99”.

Recuerdo a  Edward Platt, “El Jefe”.

Recuerdo a CONTROL.

Recuerdo a KAOS.

Recuerdo el acento del malo de KAOS (que es como habla mi profesor de astronomía del College, que es de Croacia, pero en inglés)

Recuerdo a Larabee.

Recuerdo el Cono del silencio (que nunca andaba)

Recuerdo el zapatófono.

Recuerdo que la serie era de Mel Brooks.

Recuerdo la tristeza que tuve al saber que Edward Platt se había muerto (hacía ya muchos años).

Recuerdo a Los Dukes de Hazzard  y pienso en Creedence Clearwater Revival.

Recuerdo a la prima de Los Dukes de Hazzard que estaba buenísima.

Recuerdo que un Duke era rubio; el otro morocho.

Recuerdo que las puertas del auto de  Los Dukes de Hazzard no se podían abrir y los primos siempre salían por la ventana.

Recuerdo que una vez quise salir por la ventana del coche de mi padre y me rompí un diente.   

Recuerdo al Increíble Hulk y a Bill Bixby.

Recuerdo la frase “No soy yo cuando me disgusto” y ahí empezaba la acción.

Recuerdo que cada capítulo terminaba con el dr. David Banner caminando con un bolsito mientras hacía dedo por la ruta,  y de fondo una música muy triste, que más de una vez me hizo acordar algún tiempo de mi vida por América.


Recuerdo los guardapolvos que rompí en la escuela primaria por hacerme el Increíble Hulk. 

Recuerdo que  Bill Bixby  tenia una serie llamada El mago, pero mucho no me gustaba.

Recuerdo a Tarzán y su grito

Recuerdo al Tarzán en blanco y negro.

Recuerdo (quién no) a la Mona chita.

Recuerdo a Kung Fu.

Recuerdo la frase “Pequeño Saltamontes” que le decía el viejo maestro ciego a un joven Kung Fu.

Recuerdo a Kung Fu caminando solitario por América que a la vez me hacía recordar al dr. David Banner que a la vez  me hacia recordar algunos momentos de mi vida por acá.

Recuerdo que nunca vi  el final de Kung Fu.

Recuerdo de qué manera murió David Carradine...

Recuerdo que por lo general los canales de Argentina (¿tal vez del resto de América Latina?) nunca daban los finales de las series (no como ahora, que se pueden ver por Netflix).

Recuerdo  finales de los capítulos de Chips que siempre terminaban con todos los policías riéndose.

Recuerdo a Poncharelo (Poncherello) y a su compañero Baker.

Recuerdo que hubo luego una nueva Chips con Poncharelo, pero con otro haciendo de Baker.

Recuerdo a La familia Ingalls.

Recuerdo que odiaba  a la Señora Oleson (quién no).

Recuerdo que la esposa de Charles Ingalls casi nunca hablaba.

Recuerdo Almanzo.

Recuerdo a la hermana de Almanzo que era maestra.

Recuerdo al doctor  del pueblo de La familia Ingalls que me hacía acordar al señor de las latas Quaker.

Recuerdo que en la intro de la serie las hijas de Ingalls bajaban por una pradera y la más chiquita se caía al suelo, pero lograba levantarse.

Recuerdo a He-Man, aunque ese era un dibujo animado.

Recuerdo a Starsky & Hutch por las calles de New York.


Recuerdo que la música de Mannix era de Lalo Schifrin.

Recuerdo que la música de Misión imposible también era de Lalo Schifrin.

Recuerdo el bigote de Matt Houston.

Recuerdo ver al primer Súperman (el de George Reeves que se suicidó en los años '50) y ver después el del cine (Christopher  Reeve ) y no entender muy bien qué había pasado.

Recuerdo V invasión extraterrestre el día que se descubrió que “los buenos” eran en verdad lagartos.

Recuerdo a la de pelo negro de V (que me calentaba mucho) comerse una rata.

Recuerdo los recreos en la escuela y los comentarios sobre V.

Recuerdo a los Invasores.

Recuerdo que los que no podían doblar el dedo meñique eran los extraterrestres.

Recuerdo ver algunos chicos en el colegio no doblar el meñique.

Recuerdo mi vida de tele espectador.

Recuerdo a mi amigo Roberto Giovagnoli que recordaba cosas que todavía no habían pasado (para él van estos recuerdos de cultura pop).   




                                                                                                                                                           Vera


Ensayo Recuerdo, Sub-Urbano

Juan Pablo Roncone, hermano





“Los donositos”. Roberto Bolaño llamaba así a los artistas cachorros que concurrían al taller literario que José Donoso impartía  en la ciudad de Santiago de Chile durante los años 80. Como pocos, el autor de El lugar sin límites supo disfrutar del crepúsculo de su vida: la fama lo acariciaba y era un escritor canonizado, al menos en su país.

La ráfaga de ironía del detective salvaje alguna vez le salpicó a Alberto Fuguet. Hoy Bolaño es un ícono, otro póster que cuelga en el salón de la fama. Una presencia arrolladora que ha generado muchos “bolañitos”. Pero un ícono, a  veces,  también es un modelo a no seguir. En ese lugar está Juan Pablo Roncone (Chile, 1982). Hermano ciervo, que llega a los Estados Unidos por editorial Sudaquia, es un libro de cuentos aunque podría leerse como una novela. Las ocho historias son narradas por una primera persona de una modestia tan hábil como refinada.

“Claudio acomoda la carpa enrollada y los sacos de dormir en la parte trasera de mi camioneta. El día está hermoso: sol y un suave viento marino que anuncia un buen viaje. Amparo, mi polola, sube a la camioneta y enciende la radio. ¿Traes los casetes?, le pregunta a Claudio, pero él no la oye, está muy concentrado ordenando las mochilas atrás. Es domingo, nuestra segunda semana de vacaciones fuera de Santiago, y en la plaza del pueblo casi no hay gente”, escribe en “Muerte del canguro”,  primer relato del libro que muestra cómo un incidente  –cae un avión argentino cargado de animales para el zoológico y sólo sobrevive uno– descompone una amistad en apariencia indestructible. 

En otro extremo está “Niños” donde un joven se ha enfrentado conscientemente a su destino – o a eso que desean sus padres para él: un médico con placa en la puerta de casa–, pero no puede sacarse de encima cierta tristeza. Por eso es que suele refugiarse en grupos de autoayuda. Al lado de adictos perpetuos, madres que han perdido a sus hijos, hombres suicidas, tiene el consuelo que su vida es trivial, aunque no ha conocido aún la derrota absoluta.  

Si Roncone cuenta todo con un laconismo preciso, la estructura que elige para desarrollar sus  tramas es el fragmento. Bolaño jugaba con la historia en mayúsculas, los conflictos que chocan con la política y los movimientos sociales, y de paso cargaba su ironía y erudición.  Roncone es un autor de historias mínimas, pero las exhibe como un artesano lo hace con sus piezas más preciosas. En los demás cuentos de Hermano ciervo  – pienso ahora en “La muerte de Raimundo”,  “Gansos”,  Cazador de patos” – los personajes son de clase media, solitarios sensibles que no se comprometen por ninguna causa que no sea la de ellos mismos. 

El debut de Roncone por el que recibió el Premio Municipal de Literatura 2012 de Santiago de Chile, fue bienvenido por el escritor Alberto Fuguet, quien señaló: “Hermano Ciervo es un libro extremadamente contemporáneo que capta el zeitgeist de su generación y que no necesita de lectores con doctorados sino más bien tipos que han tropezado para que se produzca la conexión”.

Esa es la idea.  

                   
                                                                                      Vera



Review Hermano ciervo  Juan Pablo Roncone (El Nuevo Herald)

Monday, April 7, 2014

Un cuento coreano


El don de la mueca: Fernando Vallejo


La literatura siempre tuvo esta clase de personajes: polémicos e irascibles, aunque no por eso menos deseosos de inmortalidad. Y el público siempre está dispuesto a escucharlos, al fin de cuentas, las letras no son más que otro divertimento como ver cine o televisión o navegar por Internet. Fernando Vallejo es la última estrella en ese firmamento de coleccionista de odios, como decía Borges. Para que se entienda mejor:  la literatura es un divertimento pero no por eso debe carecer de poesía. En La Virgen de los sicarios –nuestra versión cimarrona de La muerte en Venecia– el amaneramiento histérico y compulsivo de su escritura servía para modelar una ciudad entre los escombros, como era la Medellín de años atrás. En El don de la vida, en cambio, es el mundo quien cae bajo una mera diatriba infinita que suena a distorsión en los oídos. 


Algunas de ellas: “¡Cuánto me hacen sufrir los muertos! Los odio casi tanto como a los pobres”. “El hombre es una máquina programada para eyacular y lo demás son cuentos”. “Colombia le perdió desde hace mucho el respeto a la Ley y la escupe en la cara”. “Un negro más negro que un culo”.  “El error del monstruo fue inventar la vida. Si vivir es una desgracia (y mientras más tiempo más), la Muerte es una bendición”. “La única perversión del sexo está en la procreación”.


¿Pero cuál es el argumento de la obra? Muy frugal, por cierto. Sentados en una banca del parque Bolívar, en Medellín, el narrador que no lleva el nombre de Fernando Vallejo pero cómodamente podría ser él y la Muerte (sí, ella) gastan las horas de letargo reflexionado y enumerando personajes y cuestiones tales como  la Iglesia Católica, la lengua española, el sexo, la familia, la política (nacional e internacional), la niñez, la vejez. En el caos de El Don de la Vida, probablemente, lo interesante sea el anotador que el narrador lleva consigo y al que ha titulado “Libreta de los Muertos” donde figuran cada una de las personas que el escritor conoció (no cuentan aquellas vista en la televisión, aclara).


“Y ahora que ando en inventario general por cierre del negocio, paso a hacer la lista de mis más grandes amores: mi perra Argia, mi perra Bruja, mi perra Kim y mi perra Quina. Cuatro perras y ni un solo bípedo humano. Antes, pero mucho antes, cuando todavía no se me avinagraba el genio, encabezaba la lista mi abuela Raquel. Pero puesto que de ella proviene la condenada mujer de cuya perversa vagina salí para entrar en el horror de la vida, he decidido quitarla de mis afectos. Raquel Pizana, que un día fuiste el gran amor de mi vida, te saco de mi lista. A lo único a que puede aspirar este par de mujeres reproductoras es a que les ponga en mi Libreta de los muertos, donde hay de todo:   ¡Tengo hasta al asqueroso de Octavio Paz!”


Este recurso sencillo consigue, aunque de manera oblicua, rasgar esa versión oficial que Vallejo viene efectuando desde hace media docena de libros. Es una invención donde lo sagrado (pensemos otra vez en Octavio Paz)  entra en pugna con el recuerdo del escritor colombiano y por consiguiente con la historia. Si todo escritor debe crear sus mitologías puede bien ser él quien las derrumbe. Ese es el mejor paso que salva un texto ya perdido en el tedio y la flema vacíos.


En menos de 20 años la literatura colombiana ha dado escritores que han traspasado su frontera. Se editan en el resto del continente y algunos han llegado a ser traducidos a varias lenguas. Tratan temas que exceden la problemática socioeconómica de su tierra. Algunos de ellos: Juan Gabriel Vásquez, Evelio Rosero, Santiago Gamboa. Fernando Vallejo aún integra la lista, aunque libro a libro vaya trazando un dibujo ya gastado, casi a punto de ser mueca.


                                                                                             
                                                                                                      Vera


review El don de la mueca, Fernando Vallejo (El Nuevo Herald)