Wednesday, January 7, 2015

La voz cubana: Alexis Romay

James Joyce lo hizo con Dublín, Jorge Luis Borges con Buenos Aires, y Guillermo Cabrera Infante con La Habana: construir una ciudad dorada desde la distancia que da la adultez. En Tres tristes tigres la metrópoli cubana es un territorio mítico, puerto cosmopolita, entrada y salida de aventureros, artistas, criminales. Hay un contrabando de ideas que se celebra. La apertura cubana, de Alexis Romay, también edifica un vínculo muy íntimo con su ciudad.

La novela comienza de una manera vertiginosa, en sintonía con la claridad de su prosa: un avión de línea es secuestrado y desviado hacia la Isla. Es el año 1996. Las autoridades someten a interrogatorio a una mujer –padre cubano, madre norteamericana–. La transcripción de esa confesión escurridiza –a la mujer se le antoja decir lo que quiere– se mezcla con las entradas de un diario de una muchacha habanera de nombre La Camilita durante la década de los '80.

Aunque La apertura cubana sea literatura, en el modo que es un obra escrita para sostenerse en el papel, es una novela oral. “Esto no es nada comparado con lo que vas a escuchar”, uno de los epígrafes del trabajo, tomado de Las mil y una noches, señala las coordenadas de lectura. Así, en un momento de las letras que se tiende a escribir en un español estándar, la lengua popular es un recurso que utiliza el autor para mover cómodamente los destinos de los personajes.

Y aquí un detalle para nada menor: Romay tiene una sensibilidad para captar la voz de las mujeres, pero también lo que se esconde detrás de ella: la sutileza de la psique femenina. Tamaña empresa, sin duda, la de Alexis, ya que tantos autores han resbalado en esa intención provocando una serie de lugares comunes irresistibles. Hay ejemplos distintos, sin embargo, como los de Manuel Puig, Tomás Eloy Martínez o Antonio Orlando Rodríguez.

¿Quieres que te haga el cuento de la buena pipa? Me alegra que no lo quieras escuchar, porque te tengo uno mejor y más macabro y que comienza así: la primera (y espero que la última) vez que esta que viste y calza durmió entre rejas, en una estación de policía, fue el sábado de la semana pasada. Eso de dormir es una artimaña narrativa, Esporádico. No pude pegar un ojo en toda la noche”, escribe La Camilita en una entrada del 1 de febrero de 1987.

Si La apertura cubana es ante todo una novela de la lengua, esa seña particular se hace evidente al contraponer las voces de las protagonistas. En la declaración de la mujer secuestrada, escuchamos: “Sí, mi madre participó como voluntaria de las brigadas Venceremos, y trabajó en un par de provincias e igual número de campamentos, pero a mí no me incrimine con sus creencias ideológicas, –debería decir religiosas, que la ideología es una religión, como otra cualquiera–que yo no tengo nada que ver con eso: recuerde que su aventura cubana ocurrió en 1969, cuando yo todavía no había nacido”.

Los dos discursos, a la vez, gravitan en lo íntimo y en lo general en la realidad del régimen cubano: la represión, las fiestas salvajes, las charlas a la medianoche, el rock argentino, el ajedrez, el vino, humo de rebeldía. Más allá de las palabras –y en ellas– el lector se preguntará cómo esas dos vidas aparentemente distantes, finalmente, pueden unirse. Bajo la escritura de Alexis Romay el enigma seduce, como Scheherazade al lector.




                                                                                                                 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                Vera



Review La apertura cubana, de Alexis Romay, El Nuevo Herald