Tuesday, December 31, 2013

Crónicas sobre una región violenta


En un reportaje reciente, Rodrigo Rey Rosa analizaba el contexto en el que había escrito Los sordos: “Yo digo que es una novela criminal porque habla de Guatemala y Guatemala es un estado criminal. Es inevitable. Es como escribir la vida de un criminal, tiene que ser un argumento criminal. Yo considero a Guatemala un estado criminal, pero no policial. De hecho allí la policía no funciona. Porque en Guatemala, más o menos el 98% de los asesinatos no son investigados, no sé si habrá cambiado este número después. Y no se dicta más que un punto por ciento de esos asesinatos, o sea que hay una impunidad total”.

Ese es el sentimiento amargo que recorre Crónicas negras, el libro que reúne dieciocho textos de Sala Negra, el equipo de investigación del periódico digital centroamericano El Faro. Con Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras forman un rosario de impunidad para la violencia, el crimen organizado, el odio de clases. Una región donde la vida parecería no valer nada. O no vale nada. Tal vez por eso lleguen pocas noticias de ese lado del mundo –demasiado cercano–, y por eso, también, la publicación del libro no debería pasar desapercibida.

Ante la ausencia de un Estado, la prensa es lo único confiable. Contra el cliché del cronista latinoamericano justiciero, los periodistas Carlos Martínez, Roberto Valencia, Daniel Valencia Caravantes, José Luis Sanz, Óscar Martínez y Juan Martínez cuentan estas historias utilizando diversas técnicas narrativas tomadas del cine, la ficción y el ensayo para exhibir el complejo tramado de la vulnerable sociedad centroamericana. En Crónicas negras hay historias bien contadas, sin el piloto automático que a veces da el oficio del periodismo. La cronistas reconstruye los sucesos, como una pesquisa.

En la titulada “El Barrio roto” la deportación de un grupo de jóvenes indocumentados en los Estados Unidos, que habían llegado junto a sus padres a este país huyendo de la guerra, es el germen de una pandilla en el Barrio 18, en El Salvador. El asesinato de Cranky, uno de los cabecillas, lejos de apaciguar ese terror organizado, lo replegó en dos fracciones, enemistadas a muerte.

La muerte de Cranky es una de esas muertes que llama a más muertes, que desencadena cosas, que parte una historia en dos”, escriben Carlos Martínez y José Luis Sanz. 

“Aunque hay un abanico de relatos de cómo ocurrieron las cosas, lo inamovible es que la madrugada del 27 de julio de 2005 a José Luis Cortez Guerrero catorce plomos se le pasearon por el cuerpo, dejándole veinte agujeros en la piel. Hay una coincidencia en todas las versiones sobre lo que ocurrió aquella noche: al Cranky lo mató su propia pandilla. A partir de aquel homicidio, los homeboys andan, dicen, a cañón suelto, a odio destapado, ya no solo contra sus adversarios de la Mara Salvatrucha (MS-13), sino también contra los dieciocheros agrupados en la facción rival”.

De Yo violada, del cronista español Roberto Valencia, emerge la historia de Magaly, que una tarde fue sacada de la escuela para ser abusada por quince pandilleros. La violación, pronto descubre el periodista, es un rito común que tienen los delincuentes. Los casos como el de Magaly abundan. Es entonces cuando este incidente pone en evidencia otras cuestiones: el director del colegio conoce a muchos de los jóvenes que han abusado de la adolescente. Sabe donde viven, cómo se llaman. Pero prefiere callar. La sociedad es el terror y ambos la locura.

En el prólogo de Crónicas negras, el periodista estadounidense Jon Lee Anderson señala: “Hay poco periodismo investigativo de calidad hoy en día, y mucho menos sobre estos temas. El trabajo de Sala Negra es excepcional”.


                                                                                                            Vera

Review Crónicas negras, Antología (El Nuevo Herald)


Thursday, November 14, 2013

SAN MESSI

                           


Hace unos meses la tapa del Time tenía a Lionel Messi como único protagonista, algo no tan raro si se tiene en cuenta que el futbolista argentino radicado en Barcelona es el mejor jugador del mundo. En todo caso, lo peculiar de la edición de la revista americana era el epígrafe que comentaba que siendo un ídolo indiscutido de la pelota aún en su país no lo querían del todo. El análisis de esa paradoja es uno de varios que encierra la reciente publicación de Messi (Vintage Español), la biografía escrita por el periodista argentino Leonardo Faccio, un relato vertiginoso de la vida no menos vertiginosa de una estrella del deporte siglo XXI.

Lionel Messi está en ese Olimpo donde sólo unos pocos han accedido: Pelé, Di Stéfano, Cruyff y Maradona. Pero a diferencia de ellos, Messi trata de que su vida privada quede en la sombra de lo que se ve todos los domingos por la televisión. La tarea de Faccio fue viajar hasta el corazón de esas tinieblas y traer una vida con grises, con los matices de que están hechas las personas y aún los ídolos. Por su libro nos enteramos de que Messi vive cada una de las derrotas de la Selección Nacional de su país como una trompada en la cara que lo hace tumbarse en el sofá de su casa durante horas. O que cuando no tiene una pelota a su alcance, el mejor antídoto a su aburrimiento -un joven de 24 años que gana millones de dólares al año- es jugar con el PlayStation.


Para esta biografía en la que hablan más de una centena de personajes, Faccio tuvo que hacer varias veces el trayecto Barcelona-Rosario, las dos ciudades que han sido vitales para el jugador. En la primera recibió una educación deportiva a través del Barça, toda una institución y fábrica de jugadores de fútbol. En la segunda, una educación sentimental que se ve reflejada, entre otros datos, en los amigos que Messi supo hacer en los años de infancia y adolescencia y que son los que sigue manteniendo en la actualidad. 
   

La historia de un ídolo no es tal si no hay en ella una serie de problemas a resolver. Sin ellos habría demasiados dando vueltas por ahí. A los 11 años Messi medía un metro y 30 centímetros, lo mismo que un niño de 9. El diagnóstico del médico fue contundente: “déficit de la hormona de crecimiento”. Para que Messi creciera debía recibir en las piernas una dosis diaria de somatotropina sintética. El tratamiento inyectable costaba 1,000 dólares mensuales, más de la mitad de lo que ganaba su padre. Ningún club de la Argentina quiso pagarle el tratamiento. De España llegaría la buena noticia: el FC de Barcelona aceptaba hacerlo. Pero debía mudarse a esa ciudad. A los 13 años Lionel Messi hace las maletas y debe abandonar su país. El resto de la historia está todos los domingos cuando Messi sale a la cancha y en la inteligente biografía de Leonardo Faccio.



                                                                                       Vera



Review, Messi: el chico que siempre llegaba tarde, Leonardo Faccio (El Nuevo Herald)

Thursday, October 17, 2013

El sueño (latino) americano


Hablemos sin rodeos: hay muy pocos escritores latinoamericanos que no tienen preconceptos sobre los Estados Unidos. Alberto Fuguet es uno de ellos. Tal vez porque vivió hasta los 13 años en Encino, California, donde sus padres intentaban armar una nueva historia lejos del Chile natal, el autor, cineasta y ex periodista le escapa a los lugares comunes que casi todos los narradores del Boom (y este casi solo tiene dos nombres: Guillermo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa) sembraron post revolución cubana.
A Fuguet le gusta la cultura norteamericana, es fan de su cine y escritores. Y lo dice sin vergüenza. Sobredosis, Cortos, Road Story, Las películas de mi vida tienen palabras en inglés, spanglish, con locaciones en Los Ángeles, Miami, New York. Recientemente trabajó en Nashville. Es decir que cumple con aquello de que un escritor escribe de lo que conoce. Y ese conocimiento es Estados Unidos, claro, pero también Latinoamérica. Por eso editó a mediados de los ´90 la antología McOndo. El título del libro que reunía autores como Edmundo Paz Soldán y Jaime Bayly, era una humorada al mágico mundo del Macondo de Gabriel García Márquez pero también hablaba de la influencia de este país en el resto del continente.
“McOndo es más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, tv-cable y barriadas. En McOndo hay McDonald´s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos”, escribió en el prólogo, atento al nuevo mundo que emergía a su alrededor.
No es casual entonces que su última novela, Missing, hable de los Estados Unidos a través de su propia familia, la que decidió emigrar en la década del 60. El grupo lo integraban los abuelos de Fuguet y sus tres hijos. Uno de ellos, Carlos, era el tío preferido: bohemio, con el pelo largo y dueño de un gran Cadillac. Un buen día, va a la cárcel por robo. Sale. Al poco tiempo reincide. Sale. Hasta que opta por desaparecer. Lo curioso es que nadie de la familia pregunta qué le ha pasado. Luego de décadas, el sobrino, otra vez en Chile, ya con varios libros y cientos de artículos publicados, elige ir en la búsqueda de su tío, recobrar el tiempo perdido. Saber qué ha pasado entre esos paréntesis que abarcan largos años, casi una vida. Y empieza la novela. Una investigación de casi 400 páginas donde se cruzan técnicas narrativas, grandes confesiones, miserias, personajes, cultura pop y la certeza definitiva que Alberto Fuguet ha escrito un gran libro.


¿Qué reacción tuvo su tío cuando se enteró que iba a escribir un libro en base a su vida?
Le pareció genial. O, al menos, aceptó participar cien por ciento del proyecto. Esto fue al segundo día de encontrarlo y, si memoria no me falla, a los cuarenta y cinco días estaba en Denver iniciando la fase dos de la investigación: el por qué se había perdido. Eso fue en el 2003 y pasó harto tiempo – seis más– para que me diera cuenta que sí tenía un libro, aunque me faltaban ciertas partes o sensaciones de la historia.
¿Leyó Missing?
Antes que todos, en Las Vegas. Fui con mi padre, que también lo leyó, a dejársela en persona. Esa noche cenamos y le pasé el libro. Quedamos que tenía dos o tres días para leer. Yo quería sus comentarios, no su permiso. De hecho el trato era justamente ése: yo escribiría al libro en la medida que él me contestaba preguntas y que no tuviera ninguna injerencia en el texto final. Carlos apareció un par de horas después. Se fue a un Denny´s a leer toda la noche. Y le encantó, lo emocionó y más que nada me dijo algo que para mí es clave y quizás la crítica más importante de mi carrera: ahora existo, me dijo; me diste una historia. Ahora entiendo lo que me pasó. Quedó sobre todo impresionado con la parte en que yo escribo como si fuera él: me dijo que le costaba creer que yo podía pensar y sentir lo que sintió él.
¿Qué opinó el resto de su familia?
A todos les gustó y los que no sabían toda la historia (en rigor, nadie conocía la historia) quedaron bien impresionados. Ahora, claro, el libro toca más a la familia Fuguet que a la materna. Ellos son, digamos, los protagonistas. La opinión que más me interesaba era la de mi padre, incluso más que la de Carlos. El siempre supo que lo estaba escribiendo y el me ayudó a investigar para encontrarlo. Me junté con él, lo invité a ir a Las Vegas y le dije que para eso debía leer el libro y si no le gustaba, si se sentía violentado o traicionado, pues entonces que anulábamos todo porque uno no puede viajar con alguien que siente que es un traidor. Tampoco le pedí autorización, sólo su bendición. Y nada: me la dio. Le gustó mucho. Me dijo que no siempre él quedaba bien pero que todo era verdad y que así habían sido las cosas, más allá que si a uno le gustaba eso o no.
La primera lectura del título puede recordar al film “Missing”, trabajo que recreaba los años de la dictadura de Pinochet en Chile. ¿Por qué la referencia?
Por eso mismo: por esa película que nunca se exhibió en Chile. Luego por la idea de la palabra misma: como el libro es de algún modo bilingüe, quise llamarlo así pues la palabra te aleja de las connotaciones de Desaparecido y, por otro, en USA, Missing está asociado más a la idea de secuestro o abducción de un niño. Carlos no desapareció por culpa de terceros: ni de militares o de asesinos en series. Carlos quiso perderse porque era su opción.
Esta es una obra felizmente ambiciosa, utiliza diferentes recursos narrativos a la vez que se tocan cuestiones como el sueño americano, la utilidad del arte, la identidad, los vínculos siempre kafkianos con ese ente de poder que es la familia. ¿Se propuso escribir la gran novela (latino) americana?
Ambiciosa, sí, aunque también los diferentes recursos tienen mucho que ver con las distintas etapas que realmente vivió la investigación y eso de captar que no hay un solo punto de vista en estas cosas. No sé qué me propuse. Me propuse encontrar a Carlos, eso fue lo primero. Y luego investigar una grieta más que narrarlo. Pero sí creo que la novela sólo se puede leer y analizar como un libro, como dices, de los dos mundos: es un libro latinoamericano y es también es un libro americano.
Usted se crió en los Estados Unidos con el inglés como primera lengua. ¿Nunca fantaseó con escribir en ese idioma y desarrollar aquí una vida?
En un principio, no. Lo único que quería era aprender castellano y capté que escribiendo uno no tiene acento. Después creo que sí: fantasee. Pero ya no es mi idioma. Soy capaz de escribir artículos y hablarlo más o menos. Sí lo leo y lo entiendo perfecto. Pero no, mi deseo es trabajar con el castellano y, con todo modestia, ver hasta donde se puede estirar. Creo que Missing es el tipo de castellano que me interesa: fronterizo, mutante, que no es un spanglish pero que claramente es capaz de resistir y contener dos idiomas y dos formas de vida que, a la larga, es una sola porque el lazo entre USA y America Latina es impresionantemente fuerte. Respecto a vivir allá: no. Con que pueda ir de vez en cuando y enfrentarse al país como un mito, como algo literario o cinematográfico, como lo que hice este año al filmar en Nashville, me basta.
Los protagonistas de Missing se relacionan de manera diferente con el sueño americano. No es lo mismo la vida de su abuelo (casa a crédito y cuarenta horas semanales de trabajo) que la de tu tío (vida bohemia, dead-end jobs). ¿Por qué en la comunidad latina siempre se ha visto el segundo caso como un mal ejemplo, casi inmoral?
Quizás no soy la persona para responder eso porque no soy un inmigrante. Supongo que algo tiene que ver con la culpa católica y con realmente creer en el sueño americano y con eso que yo llamo “el acuerdo”. Inmigrar es algo en extremo delicado y hay algo de abandonar una familia y un mundo por otro. Hay algo de traición. Sí esa culpa se expía con trabajo fuerte y resultados, creo que la culpa aminora. En el caso de mi tío, que fue “sacado”, eso nunca lo vivió. Más bien soñaba que en su país su vida hubiera sido mejor y, quizás como rebeldía, quiso enrostrarle a sus padres que USA te podía dar una vida peor. Peor incluso que la tenían allá. Siempre lo he dicho: emigrar no es para débiles y si bien buena parte de la gente que lo hace sale adelante y cree que hizo lo correcto, un porcentaje no menor se pierde, tanto literal como metafóricamente.

                                                                                                                                                                                                                                                                    Vera



Entrevista Alberto Fuguet, El Nuevo Herald


Wednesday, October 16, 2013

Edgardo Cozarinsky, los relatos heredados



Los cuentos no se inventan, se heredan”. De esta manera empezaba El rufián moldavo, primera novela del escritor, cineasta y crítico Edgardo Cozarinsky. Luego de una enfermedad que lo tuvo convaleciente a punto de quedar paralítico, el artista argentino decidió escribir ficción, ya que hasta ese entonces se había dedicado a diversos géneros como el ensayo y la crónica, como el fronterizo Vudú urbano –prologado por Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante–. A partir de esa novela editada en el 2004, Cozarinsky siguió publicando otros trabajos no menos inteligentes y de una prosa, como señaló algún periodista cultura, old fashioned.

Esas obras tenían locaciones en Alemania, Francia o Argentina como lo atestiguan Lejos de dónde, La tercera mañana y Maniobras nocturnas, respectivamente, pero siempre respetando como un dogma aquellas primeras palabras de su debut. Dinero para fantasmas, en cierto modo, se funde en el mismo discurso. La novela es el relato de los jóvenes estudiantes de cine Martín Gallo y su novia, Elisa, y el viejo director Andrés Oribe. Una tarde en que Martín busca un tema o personaje que pudiera serle útil para el primer trabajo práctico que le han asignado en la escuela de cine, en el café La Amistad se topa con el realizador.

Hace años que Oribe es un una figura esquiva, un hombre cansado de las miserias que suelen rodear a las actividades artísticas, pero sobre todo de sí mismo. Eligió menos como una introspección – hoy se diría “búsqueda personal”– que un juego en que las máscaras tienen mucho que ver, exiliarse a la parte Sur de la ciudad de Buenos Aires, aquella zona marginal que Borges disfrutaba caminar en su juventud: los amigos y relaciones profesionales del cineasta no frecuentan esos barrios, al contrario, su vida burguesa los espanta de donde abundan la prostitución y la venta de drogas, los inmigrantes del resto de América Latina y una parte de la clase media argentina, hoy empobrecida.

Alumno y maestro nunca llegarán a conversar. Pero los cuentos no se inventan, se heredan, y así el joven cineasta, gracias al camarero de La Amistad, obtiene unos cuadernos. Son los papeles personales de Oribe. En una de sus páginas, Martín lee: “Hay ojos que parecen abrirse al mundo, ávidos, expectantes; nos dejan creer que nos estaban esperando, que podemos hundirnos en su mirada como en un abrazo tibio. Otros en cambio oponen una mirada sin promesa, nos disuaden de intentar algún acceso, como si protegieran un secreto cuya existencia sugieren y al mismo tiempo nos advirtieran que nunca nos dejarán entreverlo”.

Los papeles de Oribe, como una estructura de cajas chinas, que se envuelven unas a otras, revelan otras historias que hacen sumamente más rica Dinero para fantasmas. Es cuando el relato salta en el tiempo y el espacio para situarse en Berlín. El cineasta pasea por una ciudad que visitó en su juventud. La memoria, siempre fragmentaria y selectiva, lo devuelve a un tiempo en que el mundo estaba dividido por el comunismo y capitalismo, dos visiones de pensar la vida que se enfrentaban en la llamada Guerra Fría. “Las altas torres de vigilancia, los espejos que se pasaban bajo los automóviles en busca de algún clandestino, la obligación de vaciar los bolsillos para declarar hasta el último pfenning, todo lo que hacía a la sordidez cotidiana de la ciudad dividida se vestía ante mis ojos de un encanto de ficción barata”. En medio de esos recuerdos, una historia de amor que se entrecruza con el mundo de la prostitución juega una función sustancial en la novela.

En poco menos de diez años Edgardo Cozarinsky ha formado una obra sólida, que entre libros de ensayos, criticas de cine y cuentos se ubican en un lugar central las novelas El rufián moldavo, Maniobras nocturnas y ahora Dinero para fantasmas



                                                                                               
                                                                   Vera    



Review Dinero para fantasmas, Edgardo Cozarinsky (El Nuevo Herald)

Friday, July 5, 2013

Miami como delirante folletín



Muy pocas ciudades del continente americano amontonan por metro cuadrado tantos actores y actrices – y otras misceláneas del entretenimiento– que la ciudad de Miami. Una de las razones, indudablemente, es la aceitada maquinaria de la industria que con sus producciones hechas en casa llega a distintas partes del mundo. Cuando hablamos de producciones, se entiende, hablamos de telenovelas. Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) situó su último libro en Miami. Lo hizo porque la ciudad le servía perfectamente para la trama de Óscar y las mujeres.

La obra cuenta la historia del guionista Óscar Coliffato. Algunas señas particulares: odiar la playa, coleccionar manías, esmerarse por ser un pésimo padre, no tener el mínimo interés por las mujeres, pero escribir las telenovelas más exitosas del mercado. Del modo más natural se lleva bien con la vida. Hasta que un día sobreviene la tragedia. Su novia lo abandona y no puede más escribir. Coliffato no lográ pasar de la página en blanco, padece un bloqueo creativo. Se da cuenta que en verdad las mujeres son importantes para su pequeña existencia.

Mucho antes de que Óscar y las mujeres se materializara en un libro de papel listo para consumir en las librerías, Alfaguara –casa editorial de Roncagliolo desde el inicio de su carrera–decidió apostar por el decimonónico folletín, ahora renovado en la inevitable era digital, y ofreció durante el mes de enero pasado cada uno de los capítulos de la obra a un precio de 0,99 euros y el ebook, ya completo, a 9,99 euros.

Santiago Roncagliolo ganó por Abril Rojo el Premio Alfaguara de Novela 2006. Por esa obra también obtuvo el Independent Prize of Foreign Fiction británico. Antes había editado Pudor (Alfaguara, 2004), que fue llevada al cine. Además ha publicado libros de periodismo como La cuarta espada (Debate, 2007) y El Amante Uruguayo (Alcala, 2012), guiones de cine y televisión, traducciones literarias y libros para niños.

Óscar y las mujeres es la primera obra de un autor en lengua española que se publica por capítulos en formato digital. ¿Qué sintió cuando la editorial le propuso este desafío?

Que ojalá se me hubiese ocurrido a mí. El lanzamiento digital fue un éxito. Y sirvió para promocionar el libro en papel. Cuando Óscar y las mujeres llegó a librerías, ya todo el mundo estaba hablando de él. Pero sobre todo, era una manera de homenajear al personaje, y a todos los escritores de historias por entregas, en papel o en pantalla, que deben ganarse al público a pulso, capítulo por capítulo.

¿Qué encontró en la ciudad de Miami para ambientar aquí su nueva novela?

Miami es un escenario perfecto para una comedia. Es una ciudad luminosa y abierta, que mezcla el espíritu grandioso de los americanos con el sabor latino. Es la verdadera capital del glamour hispano, desde Julio Iglesias hasta las telenovelas. Y por eso mismo, concentra todo lo que Óscar odia. Me divertí mucho imaginando a un personaje como él, que no sabe conducir y odia el Sol, en una ciudad como Miami.

En la publicidad de la novela hay algunos afiches que lo muestran a usted con barba, anteojos y bigotes, es decir caracterizado de Óscar Colifatto. ¿Qué tanto tiene Santiago Roncagliolo de su personaje?

No es gratuito que nos confundan. Mientras escribía la novela, yo mismo vivía lo que él. Llevaba mucho tiempo encerrado en mi carrera y mis novelas, y debía recuperar el contacto con mi esposa, mis hijos y la gente que me quiere. El gran reto de Óscar es aprender que la vida real está fuera de su cabeza.

Alguna vez trabajó como guionista de telenovelas. ¿Por qué será que aún hoy sigan teniendo éxito y no sólo en América Latina?
Porque son historias de amor. Y todos queremos enamorarnos. Todos los días. Con amores apasionados e imposibles. Las telenovelas encarnan nuestra fantasía más básica. El problema de Óscar es que sabe mucho de las fantasías amorosas, pero nada del amor verdadero. Y sin embargo, lo va intentando.

Óscar y las mujeres tiene mucho humor. Un rasgo que no es común en la literatura latinoamericana.

La literatura anglosajona se llevan mejor con el humor: ahí están los Amis, Philip Roth, Tom Sharpe o David Lodge. En cambio, a los intelectuales latinos les da vergüenza reír. Creen que es cosa de tontos. Para mí, por el contrario, es una señal de inteligencia. Cuando en una reunión conoces a un tipo pomposo y solemne, y a otro divertido, el más listo siempre es el segundo.

A propósito, algunos críticos en Perú han dicho que es una novela light. ¿Por qué cree que el texto ha motivado esa serie de críticas?

No me parece malo que sea una novela ligera. Ya era hora. A lo largo de mi carrera, mis libros me han granjeado amenazas de muerte, censuras y polémicas en la prensa de varios países. He lidiado con mafiosos del Caribe y terroristas del Perú. He escrito libros muy oscuros. Esta vez, simplemente quería divertirme. Me lo he ganado.

Se crió en el Perú y desde hace años vive en España. ¿Cómo ve la situación actual de ambos países?

Es el mundo al revés. Los peruanos están contentos y esperanzados. Los españoles, deprimidos. Me alegra lo primero, pero me entristece lo segundo. Creo que la sociedad española es mucho mejor de lo que ella misma cree: tolerante, libre, solidaria, democrática. Sólo que está de tan mal humor que no consigue verlo.


                                                                       Vera




Entrevista Santiago Roncagliolo, El Nuevo Herald

Angeles Mastretta, su libro más autobiográfico

La tapa del último libro de Angeles Mastretta muestra a dos niñas vestidas para un día domingo. Miran a la cámara, la más pequeña algo tranquila y la otra más seria, pero ambas esperando que el fotógrafo –“un gringo alto y muy rubio”, según recuerda la autora– haga por fin lo suyo, que es lo que ahora, luego de algunos años, mira el lector. Que haya elegido la escritora mexicana una foto personal para ilustrar su nueva novela no es casualidad. La emoción de las cosas es una suerte de autobiografía en que la niñez, es decir los juegos y también los padres como los hermanos, quedan retratados y con ese gesto bastara para volver al pasado.

Mastretta ha abierto la puerta para que el lector conozca los momentos de felicidad y de los otros que hacen a una vida. La escritora, que está casada con el autor y analista político Héctor Aguilar Camín, es una de las más reconocidas en su país y el resto de América latina. Desde que editó su primera novela, Arráncame la vida, que fue un éxito editorial y se tradujo a más de veinte idiomas, cada una de las nuevas que publica consiguen la admiración de su público fiel y de parte de muchos colegas, como Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, que vieron como un merecido reconocimiento el que haya ganado el Premio Rómulo Gallegos 1997 por Mal de amores.

Nadie quiere morirse, y no por esperada la muerte nos violenta y atenaza menos”, escribe Mastretta en el primer capítulo, “Mis dos cenizas”. “Vamos a ella como lo más inusitado. Mi madre estaba muy enferma y tenía cuatro más de ochenta años. Vivió meses en disputa con las debilidades de su cuerpo, empeñada en balbucir que aunque fuera así quería estar un rato más, mojarse con el sol, oír nuestras pláticas, beber su avena y comer cada día el dorado pan nuestro. Respirar. A un pedazo de su jardín se irán los trozos de arena cenicienta que se volvieron sus ojos claros, su voz, su memoria, su pasión desesperada por la vida y por los hijos de su esposo Carlos, los hijos que nos hemos reunido hoy en la tarde, a pensar bajo qué árbol los pondremos. A los dos, porque luego que mi madre murió, recuperamos también los restos de mi padre y lo hicimos arder, como a ella, hasta que nos devolvieron su destello en granos pequeños”.

Cada capítulo de La emoción de las cosas es breve, como entradas a un blog. Mastretta se permite reflexionar sobre el México de su infancia, demasiado lejano del actual, sobre el oficio de escribir –“solo la precisión conmueve y solo conmover importa” sostiene como un mantra–, confesar su amor por la ciudad de Venecia, admirar a Jane Austen y Isak Dinesen. En el corazón del libro está la revelación de un secreto familiar: su padre de origen italiano, que murió relativamente joven, cuando Ángeles tenía 19 años, combatió en la Segunda Guerra Mundial y vivió una historia de amor que fue siempre una sombra en el hogar de la autora.


Solo recuerdo la emoción de las cosas”, escribió Antonio Machado. El verso le sirve a Mastretta para titular el que tal vez sea el menos publicitado de sus libros, ya que difícilmente sirva para una adaptación cinematográfica, como ha sido el destino de su novela Arráncame la vida y varios de sus relatos. Pero esta obra es un testimonio que se remonta en el tiempo y alcanza aquello que el poeta español y ahora la autora mexicana retoma: darle un sentido a lo vivido para no perecer.

                                                                                 Vera


Review La emoción de las cosas, Angeles Mastretta (El Nuevo Herald)

Wednesday, June 5, 2013

Rodrigo Rey Rosa, Guatemala feroz


Como Borges, Roberto Bolaño es de esos autores al que debe volverse una y otra vez para entender y disfrutar la literatura contemporánea escrita en español. Y como Borges, también, las opiniones literarias del escritor chileno fallecido en el 2003 en Barcelona, no son menos polémicas, generosas, pero siempre lúcidas. A Bolaño le gustaban las historias de Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1954). De él dijo que era “un maestro consumado, el mejor de mi generación”.

Rey Rosa escribió la mitad de su obra en Tangér. En esa ciudad marroquí –previa estadía en New York donde estudió cine– conoció al escritor norteamericano Paul Bowles, autor de The Sheltering Sky. Fueron amigos y con el tiempo Rosa su traductor al español y albacea literario. Hace diez años regresó a Guatemala donde publicó, entre otras, las novelas Piedras encantadas (2001), El material humano (2006), Severina (2011) y este año Los sordos.

Las historias están escritas en un tono si no sereno, en buena medida de una sencilla elegancia. El comienzo de Los sordos es contundente: un niño sordo indígena y la hija de un banquero desaparecen. Con este incidente, Rey Rosa desarrolla los conflictos actuales –pero enquistados en un pasado lejano– de la sociedad guatemalteca: violencia, corrupción política, choque de clases, incomunicación.


Habitualmente sus novelas no pasan las 200 páginas. “Los sordos” excede esa cantidad. ¿El cambio tiene que ver con un deseo de trabajar otras formas en su narrativa?

Precisamente. Y me gustaría intentarlo de nuevo.

En esta novela, además, hay una descripción de las costumbres ancestrales de los mayas de su país. ¿Se documentó en este tema? ¿Entrevistó a indígenas mayas?

Sí. Tuve que hacerlo. Pero fue algo que no había previsto al comenzar a escribir la novela. La narración misma me llevó allí. Llegué a un punto en el que me di cuenta de que tenía que obtener información de primera mano. Tuve la suerte de encontrarme con un "tatita", una autoridad maya en materia de jurisprudencia, que además era estudiante de leyes en la Universidad de San Carlos, en la Ciudad de Guatemala. Él me indicó con quiénes hablar al respecto en Nahualá, en el altiplano guatemalteco, y viajé allá para entrevistarme con un consejo de ancianos. No estoy seguro de que comprendieran por qué quería averiguar ese tipo de cosas (cómo juzgarían al personal de un hospital en el que se llevaban a cabo prácticas irregulares en las cercanías de su comunidad, cosas así) pero fueron bastante claros en sus respuestas. Lo principal, me explicaron, sería comprobar cuáles eran esas prácticas. Luego había que confrontar a médicos y paciente; pero para eso había que consultar antes el tz'ite', una especie de oráculo, para decidir en qué momento convendría juzgarse un caso así...

En un reportaje reciente comentó que en "Guatemala se vive una especie de apartheid sin leyes". ¿De dónde proviene tanto racismo entre las clases sociales de su país?

De nuestro pasado colonial, claro.

Vivió durante muchos años en el exterior. ¿Cuando regresó a su país en qué cosas encontró un progreso y en qué otras no tanto?

Volví en el momento en que se acordó un cese al fuego, a principios de los noventas. Pero por entonces, por otra parte, comenzaba la destrucción masiva de las selvas guatemaltecas. Y las exploraciones de minería de metales, que están terminando de destruir el país.

¿Qué entraña de su paso por los Estados Unidos?

Dos o tres amigos.

Fue amigo de Paul Bowles. ¿Hay alguna enseñanza que a menudo recuerde de él?

¡Sí! Intervenir lo menos posible en mis narraciones; dejar que el subconsciente haga el trabajo. Me refiero a los temas y las situaciones. Bowles creía que el estilo era más bien una cuestión de claridad, de precisión, de corrección.

¿Cuál es el libro que más ha disfrutado de Roberto Bolaño?

Son dos, en realidad. La Literatura Nazi en América, y 2666.

Dirigió un film, “Lo que soñó Sebastián”. ¿Tiene pensando encarar otro proyecto para el cine?

Si no puedo evitarlo, tal vez.

Si alguien le propusiera adaptar una de sus novelas o relatos, ¿cuál le gustaría que llevaran al cine?

Tal vez Cárcel de árboles.

Además de Borges y Bioy Casares, ¿hay algún otro escritor latinoamericano que le interese?

Rulfo, Arreola, De la Selva, Ribeiro, Lispector, y tantos otros. Borges, Bioy y Rulfo, sin embargo, son los que más he releído a lo largo de los años, sin duda.



                                                                                      
                                                                                                                    Vera




Entrevista Rodrigo Rey Rosa (El Nuevo Herald)


Sunday, June 2, 2013

Daniel Sada: la palabra justa en 25 cuentos


El Premio Herralde de novela 2008 por Casi nunca significó para Daniel Sada (1953-2011) que su obra se diera a conocer a un público más amplio. El galardón fue algo así como un gesto de justicia literaria, ya que hasta ese momento el escritor mexicano era un nombre para pocos y buenos lectores. A partir de ese feliz incidente, Sada le dio la bienvenida a otros, igual de buenos y exigentes, en América Latina y España. A un año de su muerte en la Ciudad de México, víctima de una deficiencia renal, consecuencia de la diabetes, el Fondo de Cultura Económica publica Reunión de cuentos. 

El lector atento que también fue el escritor Roberto Bolaño señaló uno de los rasgos de la literatura del mexicano: «Daniel Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama Lima, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bastante bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto». Cada palabra en las historias de Sada ha sido elegida con una cálida, honda y no menos determinante elección. El ensayista francés Philippe Ollé-Laprune, a cargo del prólogo del libro, determina: “sus frases se leen como quien mide versos de un poema”.

En el cuento “Juguete de nadie” las palabras del ensayista cobran sentido. Allí se lee: “Era cosa normal pasarse todo el día pintándose la boca: la joven que una vez llegó muerta de frío pidiendo sombra y mano, que apenas pudo hablar; de sus labios carnosos salieron las palabras mientras su cuerpo altivo de virgen solitaria temblaba y se encogía. Pero sus fingimientos no daban la apariencia, su gesto por mentir –y en ello su ventura– era su cruel verdad de vagabunda”.

El realismo y lo lírico-fantástico arman las 25 historias de Reunión de cuentos, y a todas Sada las sitúa en el fondo del Norte mexicano. Son pasajes vividos que estimulan al aventurero sedentario que es lector. Desde sus primeros libros el autor creó su propia mitología en este escenario. Y aquí una aclaración: Sada no es un autor regionalista. Su prosa puede reproducir la oralidad de una región, pero los temas escapan a cualquier locación. En este sentido, Sada es un mexicano universal.

Muchas veces los personajes de estos cuentos se pierden en la realidad como en sus pesadillas, en un esfuerzo por bifurcar el camino que la sociedad ha construido pacientemente para ellos. El recurso para escapar es el humor. No sirve de mucho, pero es un intento digno, bello, admirable, como la escritura del autor.

Daniel Sada estudió periodismo en la Escuela Carlos Septién García. También dirigió talleres de poesía y narrativa y fue becario del Centro Mexicano de Escritores y del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). De su obra se destacan las novelas Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999, Premio José Fuentes Mares), Ritmo Delta (2005, Premio de Narrativa Colima) y el libro de relatos Registro de causantes (1992, Premio Xavier Villaurrutia). 



                                                                                         Vera



                                                                                                                         

Review Reunión de cuentos, Daniel Sada (El Nuevo Herald) 

Wednesday, March 27, 2013

Aquella tarde con Bioy




Making-of:

 

Al releerla, la entrevista con Adolfo Bioy Casares tiene el tono inconfundible de la primera juventud. Para ese entonces tenía veintiun años y de vez en cuando escribía en algunas revistas efímeras como también para el diario Clarín, e intentaba ordenar el archivo personal y clasificar digitalmente la biblioteca de uno de los editores del Suplemento Joven Sí. – Durante ese trabajo pude leer por fin Beautiful Losers, la novela de Leonard Cohen que tanto había nombrado en entrevistas Luca Prodan, el líder del grupo de rock argentino Sumo, y descubrir en algunas ediciones paperback al poeta ganador del Nobel Joseph Brodsky.

La entrevista se pautó como el diálogo entre dos jóvenes (el otro en la aventura era Roberto Giovagnoli)  y el “Gran” escritor argentino vivo que en ese entonces era  Bioy Casares.  Por eso mismo las preguntas eran aquellas relacionadas con las inquietudes del lector promedio del Suplemento Joven Sí de Clarín (el rock, las drogas, el sexo, la literatura, el Sida, la política y un largo pero breve etc). Al momento de finalizarla (en ese entonces, como bien lo explica Bioy en la entrevista, no daba menos de diez por día) el editor del suplemento cambió y por esas mezquindades bien criollas, el nuevo la dejó guardada en un cajón. De esta manera, al cabo de unos meses, se publicó en una revista independiente.

El trabajo, sin embargo, recibió el eco de otras publicaciones (entre ellas el novísimo diario Perfil y la hoy extinta “Luna”, revista del multimedio al que pertenecía...Clarín). No era casual: Bioy Casares además de hablar de algunos temas ajenos a otras entrevistas que había concedido, afirmaba que Borges había experimentado con drogas. 
 
Con el tiempo, aquellas lecturas de su obra se han desdibujado por otras que vinieron luego. Desde ya quedan los cuentos “En memoria de Paulina”, “”El perjurio de la nieve”, la novela La invención de Morel y ciertos pasajes de Borges. Lo que sigue intacto es aquella primera imagen de Bioy recibiéndonos en su cuarto, sentado en su escritorio, rodeado de libros e iluminado con esa  maravillosa y única luz que tienen las mañanas de Buenos Aires. 
 

 
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Adolfo, alguna vez bailó rock and roll?

–No creo… pero no tendría ningún inconveniente en hacerlo (se ríe). He sido un individuo físicamente apto para casi todo. He tenido la suerte de correr muy bien los cien metros. En casi todos los deportes que hice fui mejor que el término medio. Por ejemplo jugué tenis y llegué a campeón de menores de la ciudad de Buenos Aires. Me hubiera gustado ser campeón mundial, pero no, eso no.

¿Qué le parece el rock?

–Muy lindo, muy lindo. Me gusta mucho. No conozco de conjuntos, pero el tango como algunos blues tradicionales son agradables. Una de mis canciones preferidas es “Saint Louis Blues”.

Cuando escribe, ¿lo hace con música?

–No tengo ningún requerimiento para eso. Me levanto temprano a la mañana, me afeito, me baño y a las diez y media estoy acá, en mi cuarto. Lo más natural es que escriba hasta el mediodía. Después salgo a almorzar, que no son más que mis salidas, y luego duermo una siesta que es rigurosa; a la tarde vuelvo a escribir y no tengo nada, entonces leo.

Edgar Allan Poe fumó opio y en varios de sus cuentos es fácil detectar imágenes producto de su uso; Lord Byron al igual que William Burroughs también usó drogas para pasar el tiempo o crear. Usted, ¿alguna vez las consumió?

–Nunca necesité, nunca nadie me ofreció eso. Francamente no requerí de ningún tipo de esas cosas en la vida.

¿Tampoco por curiosidad?

–No. Recuerdo que Borges un día me dijo que había probado cocaína y le pareció desagradable. Entonces yo pensé: “para que me parezca desagradable, ¿para qué? Imagino que la gente que recurre a eso tiene algún descontento, necesitan de algo. Pero yo con escribir, leer y las amigas que tuve en suerte he estado ocupado y bastante feliz.

En un reportaje reciente confesó que no estaba enamorado porque era una persona vieja. ¿Cómo hace entonces un hombre que tuvo muchos amores y que fue tan pasional para resignarse ahora a no tener ninguno?

–Mire, cuando era más jóven y tenía mujeres pensaba: “¿qué pasará el día en que no pueda tenerlas más? ¿Querré suicidarme? Y, sin embargo, ahora descubrí que estoy tan interesado y divertido como antes… Tal vez (se ríe) un poco más descansado, ¿no? Cuando tenía mujeres a veces nos peleábamos, a veces trataba de complacerlas más allá de lo que tenía ganas… y bueno, ahora no tengo esas exigencias. Desde luego tengo una especie de arrepentimiento por haber sido infiel a personas que he querido mucho; pero también pienso que la vida es tan compleja que sin esas cosas hubiera sido más pobre mi vida, y creo que tuve una vida muy buena, muy rica, con sentimientos muchas veces vivos. Si hubiera sido fiel y tranquilo no hubiese tenido nada de eso. Me han dado una cosa y tuve que pagar con algo que duele.

Esa sería una forma para intentar que la pasión no muera en lo cotidiano…

–Los seres humanos son bastante sorprendentes, y entonces pasando de una mujer a otro se encuentran nuevas impresiones fuertes…

Es tan común que el hombre enamorado se vuelva un estúpido…

–Es verdad. Aunque trataba de no serlo (se ríe), porque cada vez que fui estúpido me largaron. Sabía que no podía serlo demasiado, ya que la mujer es muy intuitiva y se da cuenta de eso.

¿Alguna vez tuvo relaciones con una prostituta?

–Cuando era jóven como usted, por ahí tuve alguna; pero francamente no recuerdo. Quizá lo he hecho por error sin saber que era prostituta, y por suerte nunca tuve enfermedades venéreas. He tenido suerte.

Ahora es distinto: sí o sí hay que cuidarse.

–Creo que ustedes, los jóvenes, tienen una vida muy difícil con el SIDA. En mi época era la blenorragia o la sífilis lo que nos amenazaba. Era horrendo, pero con tres o cuatro inyecciones se curaba. Pero ahora no, el SIDA es mortal.

¿Tiene miedo al futuro?

–¿Miedo?

Claro, porque –con todo respeto– es difícil que viva 30 años más.

–Sí, eso es justo lo que no me gusta. Desearía vivir cien años más. La idea de la muerte resulta bastante desagradable. Alguna vez escribí que todos somos héroes porque vamos a tener que pasar por el momento de la muerte. Con esto le digo que pienso ese momento con estremecimiento. Yo amo la vida.

¿Cree que luego puede llegar a haber algo más allá?

–¡No! No creo en nada (se ríe; mueve las manos) eso es lo malo. Desearía tener un cuentito y contármelo.

Entonces, ¿cómo sería la muerte elegida por Adolfo Bioy Casares?

–Me gustaría esperarla cuando estén pasando los títulos de alguna buena película. En ese momento, que no exista nada, ahí que venga.

Se extraña Buenos Aires…

–Sí, desde luego. Ninguna ciudad me gusta más. Pero aquí suelo tener varias entrevistas demasiado seguidas. Hay veces que hasta diez por días, y semejante número es cansador. Pero ésta no: tengo la sensación de que ésta entrevista es como si fuéramos amigos, tratando de pensar juntos.

¿Qué Gobierno le parece que ha hecho algo bueno por la cultura?

–(piensa algunos segundos) Me parece que Alvear estuvo bastante bien… el de Justo tampoco fue malo…

¡Adolfo, algo más contemporáneo!

–… Y bueno, para encontrar un buen gobierno hay que viajar bastante en el tiempo. Creo que no elegimos buenos gobiernos y no nos tocan buenos gobernantes…. Y los que nos depara el ejército tampoco son buenos.

En estos momentos, ¿al país lo encuentra bien?

–(piensa) A veces me da miedo. Tengo la sensación que hay demasiados avisos de catástrofe para que el país pueda soportarlos y sobreponerse. Pero también recuerdo la frase: “siempre pasó todo mal”. Con esto le quiero decir que de todas formas el mundo sigue bastante esplendoroso.

Pero habría al menos una manera de estar mejores…

–Para eso habría que ser otras personas, digo, si uno piensa eso creo que la obligación nuestra sería mejorar el mundo… pero para eso habría que convertirse en político y uno a veces piensa si quisiera serlo.

Es difícil que la juventud quiera eso.

–(se ríe fuerte) ¡Yo tampoco!

¿Dudaba cuando era joven de su obra?

–No, sabía que estaba escribiendo cosas malas, pero igual mi destino era ser escritor.

 


                                                               Roberto Giovagnoli-Vera