La
tapa del último libro de Angeles Mastretta muestra a dos niñas
vestidas para un día domingo. Miran a la cámara, la más pequeña
algo tranquila y la otra más seria, pero ambas esperando que el
fotógrafo –“un gringo alto y muy rubio”, según recuerda la
autora– haga por fin lo suyo, que es lo que ahora, luego de algunos
años, mira el lector. Que haya elegido la escritora mexicana una
foto personal para ilustrar su nueva novela no es casualidad. La
emoción de las cosas
es una suerte de autobiografía en que la niñez, es decir los juegos
y también los padres como los hermanos, quedan retratados y con ese
gesto bastara para volver al pasado.
Mastretta
ha abierto la puerta para que el lector conozca los momentos de
felicidad y de los otros que hacen a una vida. La escritora, que está
casada con el autor y analista político Héctor Aguilar Camín, es
una de las más reconocidas en su país y el resto de América
latina. Desde que editó su primera novela, Arráncame
la vida,
que fue un éxito editorial y se tradujo a más de veinte idiomas,
cada una de las nuevas que publica consiguen la admiración de su
público fiel y de parte de muchos colegas, como Carlos Fuentes y
Gabriel García Márquez, que vieron como un merecido reconocimiento
el que haya ganado el Premio Rómulo Gallegos 1997 por Mal
de amores.
“Nadie
quiere morirse, y no por esperada la muerte nos violenta y atenaza
menos”, escribe Mastretta en el primer capítulo, “Mis dos
cenizas”. “Vamos a ella como lo más inusitado. Mi madre estaba
muy enferma y tenía cuatro más de ochenta años. Vivió meses en
disputa con las debilidades de su cuerpo, empeñada en balbucir que
aunque fuera así quería estar un rato más, mojarse con el sol, oír
nuestras pláticas, beber su avena y comer cada día el dorado pan
nuestro. Respirar. A un pedazo de su jardín se irán los trozos de
arena cenicienta que se volvieron sus ojos claros, su voz, su
memoria, su pasión desesperada por la vida y por los hijos de su
esposo Carlos, los hijos que nos hemos reunido hoy en la tarde, a
pensar bajo qué árbol los pondremos. A los dos, porque luego que mi
madre murió, recuperamos también los restos de mi padre y lo
hicimos arder, como a ella, hasta que nos devolvieron su destello en
granos pequeños”.
Cada
capítulo de La
emoción de las cosas es
breve, como entradas a un blog. Mastretta se permite reflexionar
sobre el México
de su infancia, demasiado lejano del actual, sobre el oficio de
escribir –“solo la precisión conmueve y solo conmover importa”
sostiene como un mantra–, confesar su amor por la ciudad de
Venecia, admirar a Jane Austen y Isak Dinesen. En el corazón del
libro está la revelación de un secreto familiar: su padre de origen
italiano, que murió relativamente joven, cuando Ángeles tenía 19
años, combatió en la Segunda Guerra Mundial y vivió una historia
de amor que fue siempre una sombra en el hogar de la autora.
“Solo
recuerdo la emoción de las cosas”, escribió Antonio
Machado. El verso le sirve a Mastretta para titular el que tal vez
sea el menos publicitado de sus libros, ya que difícilmente sirva
para una adaptación cinematográfica, como ha sido el destino de su
novela Arráncame
la vida
y varios de sus relatos. Pero esta obra es un testimonio que se
remonta en el tiempo y alcanza aquello que el poeta español y ahora
la autora mexicana retoma: darle un sentido a lo vivido para no
perecer.
Vera
Review La emoción de las cosas, Angeles Mastretta (El Nuevo Herald)