Monday, September 7, 2015

El Clan (de la muerte)

¿Serías capaz de secuestrar y matar a tus mejores amigos por dinero? Al viejo Arquímedes Puccio los números no le cerraban. El bar no cubría las cuentas de esa familia de clase media con ínfulas de grandeza. Vivían desde 1960 en una casa de dos plantas en San Isidro, un barrio tradicional de la Provincia de Buenos Aires. Al principio le costó a Alejandro entender el plan, después de todo iban a ser sus amigos del Club Atlético San Isidro, pero la orden era de su padre, es decir de la autoridad.

El resto de los hijos como su esposa no se atrevieron a contradecir al viejo. Había que cumplir la ley. Además, era otro negocio de familia. Probablemente difícil de explicar, aunque eso sería sólo un detalle macabro.

El 22 de julio de 1982 Ricardo Manoukian tenía que encontrarse con una amiga. Aunque tuviera 23 años ya administraba parte de la empresa de su padre, una cadena de supermercados en la zona norte de Buenos Aires. En el camino se topó con Alejandro, que le hizo señas para que detuviera el automóvil. En pocos minutos Manoukian comprendió que era hombre muerto: conocía a sus captores.

Su familia recibió una carta firmada por el “Comando de Liberación Nacional”. Exigían 250 mil dólares por la vida de su hijo. No debían llamar a la policía ni hablar con otros amigos y familiares. El rescate se pagó puntualmente. A los pocos días en un terreno baldío se encontró el cadáver del joven atado de pies y manos, y con tres tiros en la cabeza.











El plan había salido muy bien. El viejo Puccio se endulzó con el dinero fácil y entonces quiso perfeccionar los secuestros. Así llamó a antiguos amigos e hizo construir en el sótano de su casa una celda a la que revistió con diarios y cartones para ahogar los posibles gritos de las víctimas. Con el resto del dinero, también, abrió en su domicilio el local “Hobby Wind” que vendía accesorios de windsurf y esquí. Si muy pronto el dinero caería por montones había que tener una coartada. La chusma del barrio nunca perdona el éxito, y siempre es envidiosa.

La mañana del 5 de mayo de 1983 el ingeniero industrial Eduardo Aulet, un joven 25 años que hacía muy poco se había casado, nunca llegó a su trabajo. En el camino se encontró con un amigo de toda la vida, Alejandro Puccio. La familia pagó un rescate de 150 mil dólares. Su cadáver recién sería hallado en 1987, en un descampado en las afueras de Buenos Aires.

Cuando el clan Puccio se confió que nada interrumpiría su empresa familiar del crimen, los equívocos empezaron a surgir. Emilio Naum era un empresario textil exitoso. De casi 40 años, conocía desde chico al viejo Puccio. Esta vez fue él quien detuvo el BMW que conducía Naum. Antes que lo quisieran secuestrar, el empresario entendió el plan y sacó un arma. Sirvió de muy poco: recibió un tiro en el pecho.

No se podían cometer más errores. La prensa se había encargado del asesinato de Emilio Naum y eso ponía nervioso a cualquiera. Eligieron a la empresaria Nélida Bollini de Prado. De mediana edad, la mujer había hecho dinero con la compra y venta de automóviles. La secuestraron la tarde del 23 de julio de 1985. Exigían por su liberación 500 mil dólares, pero las negociaciones venían difíciles.

Luego de 32 días de cautiverio, una madrugada por fin se pautó la entrega del dinero. A pocos metros del estadio de fútbol del Club Atlético Huracán el automóvil en que iba Arquímedes junto a su hijo Daniel y otro cómplice, fue detenido por la policía. En la campera de Daniel encontraron un papel arrugado con los números de teléfono de los hijos de la empresaria.

Del clan Puccio sólo fueron condenados Arquímedes, Alejandro y Daniel. Según la policía las mujeres de la familia –esposa e hijas– no tuvieron mayor participación en los secuestros. Los tres Puccio como el resto de la banda se los encontró culpables del asesinato de Manoukian, Aulet y Naum.

Algunos de los delincuentes murieron en prisión y otros como el viejo Arquímedes, al cabo de 25 años, en libertad… Daniel, en cambio, nunca fue encarcelado. Desde 1985 se convirtió en un fugitivo–hay quienes dicen que lo vieron por Australia. En el 2013 se presentó ante un juzgado de Buenos Aires y consiguió la libertad: porque logró esconderse más tiempo que su condena –15 años por secuestro– la ley argentina le dio esa extraña oportunidad. Hoy tiene 55 años y tal vez lea estas líneas.
                                  

                                                                      Vera


Nota sobre el Clan Puccio, Sub Urbano.com

Entrevista a Hernán Vera Álvarez - Chic Magazine

Thursday, September 3, 2015

Carlos Pintado, el que tiene sed

"Quisiera un lector sensible, inteligente, hermoso"

El escritor y dibujante argentino Hernán Vera Álvarez (Buenos Aires, 1977), responde nuestras ya clásicas Matapreguntas. Ha publicado los libros de cuentos Grand Nocturno y Una extraña felicidad (llamada América), y el de cómics ¡La gente no puede vivir sin problemas! Es editor de la antología Viaje One Waynarradores de Miami. Cuando tenía alrededor de 20 años, Vera entrevistó en su casa a Adolfo Bioy Casares. La nota era para una publicación enfocada en los jóvenes. Por eso, las preguntas que le hizo se salieron de las comunes que inevitablemente tenía que contestar Bioy. Ese día, el escritor confesó que él nunca había consumido drogas porque Borges sí lo había hecho: cocaína. Esa confesión –Borges consumiendo cocaína– se convirtió en noticia en Argentina. 


¿A qué escritor resucitarías? ¿Y para qué?


Creo que uno se va de este mundo cuando ya dijo todo lo que tenía que decir, pero tal vez resucitaría a Gombrowicz para que me explique bien el concepto de “su forma”. Seguro, saldría con él a caminar por Buenos Aires, pero no por su Retiro. Prefería mostrarle el mío: Constitución.

¿Quién es el autor más sobrevalorado? ¿Y el olvidado injustamente?

Rodolfo Enrique Fogwill. Seguro fue un gran amigo de sus amigos y un buen tipo (pese a que se cultivara una imagen pública contraria), pero su narrativa como su poesía no me parece muy buena. El gran olvidado, siguiendo con la literatura argentina, es Marco Denevi y sus cuentos. Rosaura a las diez, por otra parte, es una de las grandes novelas policiales escritas en español.

¿Cómo te gustaría ser leído?

Quisiera un lector sensible, inteligente, hermoso, que detesta la hipocresía del mundillo literario. Un poeta (creo que todos los buenos lectores lo somos). Alguien con vida a cuestas y no niños de treinta y largos años que han leído dos libros (mucho Anagrama, claro) y viven con sus padres.

¿Cuál ha sido tu peor trabajo?

Humildemente he tenido muchos (y todos los he hecho como cansado y mal), pero seguro trabajar en un astillero en Fort Lauderdale bajo más de 110 Fahrenheit. El día que se bajaron las Torres Gemelas estaba lijando la cubierta de un barco.

¿Qué es lo esencial que es invisible a los ojos?

El verbo. 

¿Cuál sería el soundtrack ideal para el Fin del Mundo?

Algo épico, sin duda, uno no tiene la suerte de presenciar que todo se destruye, que los humanos hemos ganado con nuestra estupidez, finalmente. “It's a Sin”, de Pet Shop Boys.

¿Quién ayuda a Dios cuando madruga?

Dios es nocturno y travesti. No necesita ayuda.

¿Qué harías con un Gregorio Samsa en tu familia?

Denigrarlo, como hacen por lo general los humanos alguna vez en su vida con las personas que se muestran sensibles y que quieren otra forma de existencia. Luego, seguro diría: “I'm so sorry”.

Tu cita favorita.

Es un principio: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.
—"El Aleph", Jorge Luis Borges.

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Sección "Matapreguntas" de la revista Matavilela.com