Wednesday, March 27, 2013

Aquella tarde con Bioy




Making-of:

 

Al releerla, la entrevista con Adolfo Bioy Casares tiene el tono inconfundible de la primera juventud. Para ese entonces tenía veintiun años y de vez en cuando escribía en algunas revistas efímeras como también para el diario Clarín, e intentaba ordenar el archivo personal y clasificar digitalmente la biblioteca de uno de los editores del Suplemento Joven Sí. – Durante ese trabajo pude leer por fin Beautiful Losers, la novela de Leonard Cohen que tanto había nombrado en entrevistas Luca Prodan, el líder del grupo de rock argentino Sumo, y descubrir en algunas ediciones paperback al poeta ganador del Nobel Joseph Brodsky.

La entrevista se pautó como el diálogo entre dos jóvenes (el otro en la aventura era Roberto Giovagnoli)  y el “Gran” escritor argentino vivo que en ese entonces era  Bioy Casares.  Por eso mismo las preguntas eran aquellas relacionadas con las inquietudes del lector promedio del Suplemento Joven Sí de Clarín (el rock, las drogas, el sexo, la literatura, el Sida, la política y un largo pero breve etc). Al momento de finalizarla (en ese entonces, como bien lo explica Bioy en la entrevista, no daba menos de diez por día) el editor del suplemento cambió y por esas mezquindades bien criollas, el nuevo la dejó guardada en un cajón. De esta manera, al cabo de unos meses, se publicó en una revista independiente.

El trabajo, sin embargo, recibió el eco de otras publicaciones (entre ellas el novísimo diario Perfil y la hoy extinta “Luna”, revista del multimedio al que pertenecía...Clarín). No era casual: Bioy Casares además de hablar de algunos temas ajenos a otras entrevistas que había concedido, afirmaba que Borges había experimentado con drogas. 
 
Con el tiempo, aquellas lecturas de su obra se han desdibujado por otras que vinieron luego. Desde ya quedan los cuentos “En memoria de Paulina”, “”El perjurio de la nieve”, la novela La invención de Morel y ciertos pasajes de Borges. Lo que sigue intacto es aquella primera imagen de Bioy recibiéndonos en su cuarto, sentado en su escritorio, rodeado de libros e iluminado con esa  maravillosa y única luz que tienen las mañanas de Buenos Aires. 
 

 
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Adolfo, alguna vez bailó rock and roll?

–No creo… pero no tendría ningún inconveniente en hacerlo (se ríe). He sido un individuo físicamente apto para casi todo. He tenido la suerte de correr muy bien los cien metros. En casi todos los deportes que hice fui mejor que el término medio. Por ejemplo jugué tenis y llegué a campeón de menores de la ciudad de Buenos Aires. Me hubiera gustado ser campeón mundial, pero no, eso no.

¿Qué le parece el rock?

–Muy lindo, muy lindo. Me gusta mucho. No conozco de conjuntos, pero el tango como algunos blues tradicionales son agradables. Una de mis canciones preferidas es “Saint Louis Blues”.

Cuando escribe, ¿lo hace con música?

–No tengo ningún requerimiento para eso. Me levanto temprano a la mañana, me afeito, me baño y a las diez y media estoy acá, en mi cuarto. Lo más natural es que escriba hasta el mediodía. Después salgo a almorzar, que no son más que mis salidas, y luego duermo una siesta que es rigurosa; a la tarde vuelvo a escribir y no tengo nada, entonces leo.

Edgar Allan Poe fumó opio y en varios de sus cuentos es fácil detectar imágenes producto de su uso; Lord Byron al igual que William Burroughs también usó drogas para pasar el tiempo o crear. Usted, ¿alguna vez las consumió?

–Nunca necesité, nunca nadie me ofreció eso. Francamente no requerí de ningún tipo de esas cosas en la vida.

¿Tampoco por curiosidad?

–No. Recuerdo que Borges un día me dijo que había probado cocaína y le pareció desagradable. Entonces yo pensé: “para que me parezca desagradable, ¿para qué? Imagino que la gente que recurre a eso tiene algún descontento, necesitan de algo. Pero yo con escribir, leer y las amigas que tuve en suerte he estado ocupado y bastante feliz.

En un reportaje reciente confesó que no estaba enamorado porque era una persona vieja. ¿Cómo hace entonces un hombre que tuvo muchos amores y que fue tan pasional para resignarse ahora a no tener ninguno?

–Mire, cuando era más jóven y tenía mujeres pensaba: “¿qué pasará el día en que no pueda tenerlas más? ¿Querré suicidarme? Y, sin embargo, ahora descubrí que estoy tan interesado y divertido como antes… Tal vez (se ríe) un poco más descansado, ¿no? Cuando tenía mujeres a veces nos peleábamos, a veces trataba de complacerlas más allá de lo que tenía ganas… y bueno, ahora no tengo esas exigencias. Desde luego tengo una especie de arrepentimiento por haber sido infiel a personas que he querido mucho; pero también pienso que la vida es tan compleja que sin esas cosas hubiera sido más pobre mi vida, y creo que tuve una vida muy buena, muy rica, con sentimientos muchas veces vivos. Si hubiera sido fiel y tranquilo no hubiese tenido nada de eso. Me han dado una cosa y tuve que pagar con algo que duele.

Esa sería una forma para intentar que la pasión no muera en lo cotidiano…

–Los seres humanos son bastante sorprendentes, y entonces pasando de una mujer a otro se encuentran nuevas impresiones fuertes…

Es tan común que el hombre enamorado se vuelva un estúpido…

–Es verdad. Aunque trataba de no serlo (se ríe), porque cada vez que fui estúpido me largaron. Sabía que no podía serlo demasiado, ya que la mujer es muy intuitiva y se da cuenta de eso.

¿Alguna vez tuvo relaciones con una prostituta?

–Cuando era jóven como usted, por ahí tuve alguna; pero francamente no recuerdo. Quizá lo he hecho por error sin saber que era prostituta, y por suerte nunca tuve enfermedades venéreas. He tenido suerte.

Ahora es distinto: sí o sí hay que cuidarse.

–Creo que ustedes, los jóvenes, tienen una vida muy difícil con el SIDA. En mi época era la blenorragia o la sífilis lo que nos amenazaba. Era horrendo, pero con tres o cuatro inyecciones se curaba. Pero ahora no, el SIDA es mortal.

¿Tiene miedo al futuro?

–¿Miedo?

Claro, porque –con todo respeto– es difícil que viva 30 años más.

–Sí, eso es justo lo que no me gusta. Desearía vivir cien años más. La idea de la muerte resulta bastante desagradable. Alguna vez escribí que todos somos héroes porque vamos a tener que pasar por el momento de la muerte. Con esto le digo que pienso ese momento con estremecimiento. Yo amo la vida.

¿Cree que luego puede llegar a haber algo más allá?

–¡No! No creo en nada (se ríe; mueve las manos) eso es lo malo. Desearía tener un cuentito y contármelo.

Entonces, ¿cómo sería la muerte elegida por Adolfo Bioy Casares?

–Me gustaría esperarla cuando estén pasando los títulos de alguna buena película. En ese momento, que no exista nada, ahí que venga.

Se extraña Buenos Aires…

–Sí, desde luego. Ninguna ciudad me gusta más. Pero aquí suelo tener varias entrevistas demasiado seguidas. Hay veces que hasta diez por días, y semejante número es cansador. Pero ésta no: tengo la sensación de que ésta entrevista es como si fuéramos amigos, tratando de pensar juntos.

¿Qué Gobierno le parece que ha hecho algo bueno por la cultura?

–(piensa algunos segundos) Me parece que Alvear estuvo bastante bien… el de Justo tampoco fue malo…

¡Adolfo, algo más contemporáneo!

–… Y bueno, para encontrar un buen gobierno hay que viajar bastante en el tiempo. Creo que no elegimos buenos gobiernos y no nos tocan buenos gobernantes…. Y los que nos depara el ejército tampoco son buenos.

En estos momentos, ¿al país lo encuentra bien?

–(piensa) A veces me da miedo. Tengo la sensación que hay demasiados avisos de catástrofe para que el país pueda soportarlos y sobreponerse. Pero también recuerdo la frase: “siempre pasó todo mal”. Con esto le quiero decir que de todas formas el mundo sigue bastante esplendoroso.

Pero habría al menos una manera de estar mejores…

–Para eso habría que ser otras personas, digo, si uno piensa eso creo que la obligación nuestra sería mejorar el mundo… pero para eso habría que convertirse en político y uno a veces piensa si quisiera serlo.

Es difícil que la juventud quiera eso.

–(se ríe fuerte) ¡Yo tampoco!

¿Dudaba cuando era joven de su obra?

–No, sabía que estaba escribiendo cosas malas, pero igual mi destino era ser escritor.

 


                                                               Roberto Giovagnoli-Vera