Tuesday, November 25, 2014

Pablo Brescia, los lugares de la ficción





Con la distancia impiadosa que dan los años, Se habla español resiste una relectura. La obra, editada en el último año del siglo pasado, reunía los trabajos de autores hispanos menores de 40 años que vivían en los Estados Unidos. En esa lista había escritores con apenas un libro y otros que aún jóvenes ostentaban una incontinencia editorial... Allí convivían nombres que han llegado saludables –y premiados– hasta el 2015: Junot Díaz, Jorge Volpi, Jorge Franco, Mayra Santos, Ilán Stavans, Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet.

Ese libro incluía a Pablo Brescia, un autor argentino que vive desde 1986 en Estados Unidos. Como varios de los escritores de la antología, Brescia ha seguido publicando libros que tienen una conexión con el mundo que lo rodea. Ese mundo es este país, Argentina o México como también otros más difusos, con un español a veces fronterizo –como el que se escribe en la otra América, que es ésta– que le dan al lector un genuino placer intelectual y emocional.

Brescia es autor, entre otras obras, de La apariencia de las cosas (1997), el libro de textos híbridos No hay tiempo para la poesía (2011) –este último con el pseudónimo de Harry Bimer–, como de los de crítica Modelos y prácticas en el cuento hispanoamericano: Arreola, Borges, Cortázar (2011) y Borges múltiple: cuentos y ensayos de cuentistas (1999).

Ahora, el escritor edita Fuera de lugar, una colección de historias en que el núcleo de su drama está en la tensión entre hombres y mujeres, en ese punto de inflexión que nunca se desata.



En muchos de los cuentos trabajas el género fantástico. El Río de la Plata tiene una excelente tradición al respecto (Silvina Ocampo, Borges, Bioy, Cortázar, Mujica Láinez, sólo por nombrar algunos). En ese sentido, ¿la narrativa argentina ha sido vital para tu educación literaria?

Para mí la mención de lo fantástico evoca, por un lado, la imaginación que trabaja a contrapelo de lo mimético y, por el otro, la problematización del discurso literario para plantear cuestiones de límites, desestabilizaciones y zonas híbridas. Como lector (resignado) de mis textos, me veo menos cerca de lo fantástico clásico y más cerca de lo raro y extraño. Menos cerca de Borges, Bioy o Cortázar y más cerca de Silvina, digamos. Además, tengo como referentes a otros escritores como Augusto Monterroso o Virgilio Piñera, por ejemplo. La narrativa argentina es importante para mí, pero como lector o escritor no me siento afiliado a ninguna tradición nacional.

A diferencia de tus anteriores trabajos en Fuera de lugar el paisaje de Estados Unidos está muy presente.

Luego de la publicación de mi primer libro La apariencia de las cosas (1997), un comentario me quedó grabado. “Es curioso”, me dijo un lector, “en estos cuentos, tu contexto está borrado”. Nunca olvidé esa frase. Creo que Fuera de lugar intenta llenar desde la literatura ese vacío vital y contextual. El libro se divide en dos partes: “Lugar”, con seis cuentos que transcurren en diversos puntos de Estados Unidos, y “Fuera”, con otros seis cuentos que no se anclan en un sitio preciso. Me parece que la palabra que elegiste es adecuada: Estados Unidos es una paisaje para estos personajes, una superficie sobre la cual ellos y sus historias se deslizan buscando una señal… Bueno, ¡mejor que los lectores recorran esa superficie!


Como bien indica el título del libro, los personajes pisan terreno movedizo en el mundo. Hay una intención de ellos de aferrarse a algo. Pero a la vez, no hay nostalgia por “un paraíso dejado atrás”.

Me interesaba utilizar la descolocación como metáfora que uniera los relatos sin hacerlos predecibles ni efectistas. La intención era que cada texto planteara una búsqueda. Creo que ese deseo explica en parte que haya tanto viajero en Fuera de lugar. Por eso, como dices, las arenas son movedizas: frente a los paradigmas del “sueño americano” o incluso de la políticas identitarias de ciertos latinoamericanismos, quería plantear aventuras y sondeo más modestos. Por eso, el intento de aferrarse a algo por parte de los personajes prescinde de las grandes narrativas y se ata en cambio a un libro, a un recuerdo, a un tren. Aunque me dicen que los relatos son melancólicos, me parece que evaden la nostalgia. No hay paraísos en la literatura; todo tiempo pasado fue peor.


Eres también profesor y crítico literario. En EE.UU. el español es el segundo idioma. Así y todo, ¿cómo sientes el lugar que tiene la narrativa escrita en castellano en este país?

El español aquí tiene su peso como seña de identidad, pero carece de fuerza política transformadora o de prestigio cultural, incluso en los departamentos académicos de los Estados Unidos. Por otra parte, y volviendo a la narrativa en español en este país, está creciendo en producción y en canales de difusión. No estoy seguro de que esté creciendo en lectores y lecturas. En ciertos casos hay muchas ansias por publicar y menos dedicación a la escritura. Son los tiempos que corren. No sé si un escritor en estos días podría “sobrevivir” (en términos de éxito, relevancia, conexiones, status literario) un espacio de 15 años entre libros, como me pasó a mí. Pondero, no obstante, todo el esfuerzo que se hace desde Nueva York, desde Miami, desde California, para activar el fuego sagrado de las letras. La dedicación a la lectura y la escritura es parecido a ser hincha de un club de fútbol; se sigue al equipo o a la literatura hasta el final, ganes o pierdas.



Has escrito también sobre el cine y la relación con autores latinoamericanos como Borges y García Márquez. ¿Has pensado en escribir sobre Manuel Puig, un autor que tuvo una relación muy estrecha con la cultura de Estados Unidos, además de vivir por varios años aquí?

Con Puig tengo una relación de admiración y, como con Borges, de distancia. Creo que el tono y la perspectiva que manejaba son inigualables, pero también creo que sus novelas están muy marcadas por la época y por su trasfondo personal. Creo que El beso de la mujer araña es una gran novela de y sobre cine. Como bien dices, escribí algunas cosas sobre la relación literatura-cine. Me gusta mucho el cine; me gusta pensar el cine como máquina narrativa y, desde ahí, le veo la relación con los problemas que plantea contar bien una ficción, que es lo más difícil y lo que más me interesa.


                                                                                                                              

                                                                                                                                      Vera


Entrevista Pablo Brescia, El Nuevo Herald