Con
la distancia impiadosa que dan los años, Se
habla español
resiste una relectura. La obra, editada en el último año del siglo
pasado, reunía los trabajos de autores hispanos menores de 40 años
que vivían en los Estados Unidos. En esa lista había escritores con
apenas un libro y otros que aún jóvenes ostentaban una
incontinencia editorial... Allí convivían nombres que han llegado
saludables –y premiados– hasta el 2015: Junot Díaz, Jorge
Volpi, Jorge Franco, Mayra Santos, Ilán Stavans, Edmundo Paz Soldán
y Alberto Fuguet.
Ese libro incluía a
Pablo Brescia, un autor argentino que vive desde 1986 en Estados
Unidos. Como varios de los escritores de la antología, Brescia ha
seguido publicando libros que tienen una conexión con el mundo que
lo rodea. Ese mundo es este país, Argentina o México como también
otros más difusos, con un español a veces fronterizo –como el que
se escribe en la otra América, que es ésta– que le dan al lector
un genuino placer intelectual y emocional.
Brescia
es autor, entre otras obras, de La
apariencia de las cosas
(1997), el libro de textos híbridos No
hay tiempo para la poesía
(2011) –este último con el pseudónimo de Harry Bimer–, como de
los de crítica Modelos
y prácticas en el cuento hispanoamericano: Arreola, Borges, Cortázar
(2011)
y
Borges múltiple: cuentos y ensayos de cuentistas
(1999).
Ahora,
el escritor edita Fuera
de lugar,
una colección de historias en que el núcleo de su drama está en la
tensión entre hombres y mujeres, en ese punto de inflexión que
nunca se desata.
En
muchos de los cuentos trabajas el género fantástico. El Río de la
Plata tiene una excelente tradición al respecto (Silvina Ocampo,
Borges, Bioy, Cortázar, Mujica Láinez, sólo por nombrar algunos).
En ese sentido, ¿la narrativa argentina ha sido vital para tu
educación literaria?
Para
mí la mención de lo fantástico evoca, por un lado, la imaginación
que trabaja a contrapelo de lo mimético y, por el otro, la
problematización del discurso literario para plantear cuestiones de
límites, desestabilizaciones y zonas híbridas. Como lector
(resignado) de mis textos, me veo menos cerca de lo fantástico
clásico y más cerca de lo raro y extraño. Menos cerca de Borges,
Bioy o Cortázar y más cerca de Silvina, digamos. Además, tengo
como referentes a otros escritores como Augusto Monterroso o Virgilio
Piñera, por ejemplo. La narrativa argentina es importante para mí,
pero como lector o escritor no me siento afiliado a ninguna tradición
nacional.
A
diferencia de tus anteriores trabajos en Fuera
de lugar
el paisaje de Estados Unidos está muy presente.
Luego
de la publicación de mi primer libro La
apariencia de las cosas (1997), un
comentario me quedó grabado. “Es curioso”, me dijo un lector,
“en estos cuentos, tu contexto está borrado”. Nunca olvidé esa
frase. Creo que Fuera de lugar
intenta llenar desde la literatura ese vacío vital y contextual. El
libro se divide en dos partes: “Lugar”, con seis cuentos que
transcurren en diversos puntos de Estados Unidos, y “Fuera”, con
otros seis cuentos que no se anclan en un sitio preciso. Me parece
que la palabra que elegiste es adecuada: Estados Unidos es una
paisaje para estos personajes, una superficie sobre la cual ellos y
sus historias se deslizan buscando una señal… Bueno, ¡mejor que
los lectores recorran esa superficie!
Como
bien indica el título del libro, los personajes pisan terreno
movedizo en el mundo. Hay una intención de ellos de aferrarse a
algo. Pero a la vez, no hay nostalgia por “un paraíso dejado
atrás”.
Me
interesaba utilizar la descolocación como metáfora que uniera los
relatos sin hacerlos predecibles ni efectistas. La intención era que
cada texto planteara una búsqueda. Creo que ese deseo explica en
parte que haya tanto viajero en Fuera de
lugar. Por eso, como dices, las arenas
son movedizas: frente a los paradigmas del “sueño americano” o
incluso de la políticas identitarias de ciertos latinoamericanismos,
quería plantear aventuras y sondeo más modestos. Por eso, el
intento de aferrarse a algo por parte de los personajes prescinde de
las grandes narrativas y se ata en cambio a un libro, a un recuerdo,
a un tren. Aunque me dicen que los relatos son melancólicos, me
parece que evaden la nostalgia. No hay paraísos en la literatura;
todo tiempo pasado fue peor.
Eres
también profesor y crítico literario. En EE.UU. el español es el
segundo idioma. Así y todo, ¿cómo sientes el lugar que tiene la
narrativa escrita en castellano en este país?
El
español aquí tiene su peso como seña de identidad, pero carece de
fuerza política transformadora o de prestigio cultural, incluso en
los departamentos académicos de los Estados Unidos. Por otra parte,
y volviendo a la narrativa en español en este país, está creciendo
en producción y en canales de difusión. No estoy seguro de que esté
creciendo en lectores y lecturas. En ciertos casos hay muchas ansias
por publicar y menos dedicación a la escritura. Son los tiempos que
corren. No sé si un escritor en estos días podría “sobrevivir”
(en términos de éxito, relevancia, conexiones, status literario) un
espacio de 15 años entre libros, como me pasó a mí. Pondero, no
obstante, todo el esfuerzo que se hace desde Nueva York, desde Miami,
desde California, para activar el fuego sagrado de las letras. La
dedicación a la lectura y la escritura es parecido a ser hincha de
un club de fútbol; se sigue al equipo o a la literatura hasta el
final, ganes o pierdas.
Has
escrito también sobre el cine y la relación con autores
latinoamericanos como Borges y García Márquez. ¿Has pensado en
escribir sobre Manuel Puig, un autor que tuvo una relación muy
estrecha con la cultura de Estados Unidos, además de vivir por
varios años aquí?
Con
Puig tengo una relación de admiración y, como con Borges, de
distancia. Creo que el tono y la perspectiva que manejaba son
inigualables, pero también creo que sus novelas están muy marcadas
por la época y por su trasfondo personal. Creo que El
beso de la mujer araña es una gran
novela de y sobre cine. Como bien dices, escribí algunas cosas sobre
la relación literatura-cine. Me gusta mucho el cine; me gusta pensar
el cine como máquina narrativa y, desde ahí, le veo la relación
con los problemas que plantea contar bien una ficción, que es lo más
difícil y lo que más me interesa.
Vera
Entrevista Pablo Brescia, El Nuevo Herald