Making-of:
Al releerla, la entrevista con
Adolfo Bioy Casares tiene el tono inconfundible de la primera juventud. Para
ese entonces tenía veintiun años y de vez en cuando escribía en algunas
revistas efímeras como también para el diario Clarín, e intentaba ordenar el
archivo personal y clasificar digitalmente la biblioteca de uno de los editores
del Suplemento Joven Sí. – Durante ese trabajo pude leer por fin Beautiful Losers, la novela de Leonard Cohen
que tanto había nombrado en entrevistas Luca Prodan, el líder del grupo de rock
argentino Sumo, y descubrir en algunas ediciones paperback al poeta ganador del Nobel Joseph Brodsky.
La entrevista se pautó como el
diálogo entre dos jóvenes (el otro en la aventura era Roberto Giovagnoli) y el “Gran” escritor argentino vivo que en
ese entonces era Bioy Casares. Por eso mismo las preguntas eran aquellas relacionadas
con las inquietudes del lector promedio del Suplemento Joven Sí de Clarín (el
rock, las drogas, el sexo, la literatura, el Sida, la política y un largo pero
breve etc). Al momento de finalizarla (en ese entonces, como bien lo explica
Bioy en la entrevista, no daba menos de diez por día) el editor del suplemento
cambió y por esas mezquindades bien criollas, el nuevo la dejó guardada en un
cajón. De esta manera, al cabo de unos meses, se publicó en una revista
independiente.
El trabajo, sin embargo, recibió el
eco de otras publicaciones (entre ellas el novísimo diario Perfil y la hoy
extinta “Luna”, revista del multimedio al que pertenecía...Clarín). No era
casual: Bioy Casares además de hablar de algunos temas ajenos a otras
entrevistas que había concedido, afirmaba que Borges había experimentado con
drogas.
Con el tiempo, aquellas lecturas de
su obra se han desdibujado por otras que vinieron luego. Desde ya quedan los
cuentos “En memoria de Paulina”, “”El perjurio de la nieve”, la novela La
invención de Morel y ciertos pasajes de Borges. Lo que sigue intacto es
aquella primera imagen de Bioy recibiéndonos en su cuarto, sentado en su
escritorio, rodeado de libros e iluminado con esa maravillosa y única luz que tienen las
mañanas de Buenos Aires.
****
Adolfo,
alguna vez bailó rock and roll?
–No
creo… pero no tendría ningún inconveniente en hacerlo (se ríe). He sido un
individuo físicamente apto para casi todo. He tenido la suerte de correr muy
bien los cien metros. En casi todos los deportes que hice fui mejor que el
término medio. Por ejemplo jugué tenis y llegué a campeón de menores de la
ciudad de Buenos Aires. Me hubiera gustado ser campeón mundial, pero no, eso
no.
¿Qué le parece el rock?
–Muy
lindo, muy lindo. Me gusta mucho. No conozco de conjuntos, pero el tango como
algunos blues tradicionales son agradables. Una de mis canciones preferidas es
“Saint Louis Blues”.
Cuando escribe, ¿lo hace con música?
–No
tengo ningún requerimiento para eso. Me levanto temprano a la mañana, me
afeito, me baño y a las diez y media estoy acá, en mi cuarto. Lo más natural es
que escriba hasta el mediodía. Después salgo a almorzar, que no son más que mis
salidas, y luego duermo una siesta que es rigurosa; a la tarde vuelvo a
escribir y no tengo nada, entonces leo.
Edgar Allan Poe fumó opio y en varios de
sus cuentos es fácil detectar imágenes producto de su uso; Lord Byron al igual
que William Burroughs también usó drogas para pasar el tiempo o crear. Usted,
¿alguna vez las consumió?
–Nunca
necesité, nunca nadie me ofreció eso. Francamente no requerí de ningún tipo de
esas cosas en la vida.
¿Tampoco por curiosidad?
–No.
Recuerdo que Borges un día me dijo que había probado cocaína y le pareció
desagradable. Entonces yo pensé: “para que me parezca desagradable, ¿para qué?
Imagino que la gente que recurre a eso tiene algún descontento, necesitan de
algo. Pero yo con escribir, leer y las amigas que tuve en suerte he estado
ocupado y bastante feliz.
En un reportaje reciente confesó que no
estaba enamorado porque era una persona vieja. ¿Cómo hace entonces un hombre
que tuvo muchos amores y que fue tan pasional para resignarse ahora a no tener
ninguno?
–Mire,
cuando era más jóven y tenía mujeres pensaba: “¿qué pasará el día en que no
pueda tenerlas más? ¿Querré suicidarme? Y, sin embargo, ahora descubrí que
estoy tan interesado y divertido como antes… Tal vez (se ríe) un poco más
descansado, ¿no? Cuando tenía mujeres a veces nos peleábamos, a veces trataba
de complacerlas más allá de lo que tenía ganas… y bueno, ahora no tengo esas
exigencias. Desde luego tengo una especie de arrepentimiento por haber sido
infiel a personas que he querido mucho; pero también pienso que la vida es tan
compleja que sin esas cosas hubiera sido más pobre mi vida, y creo que tuve una
vida muy buena, muy rica, con sentimientos muchas veces vivos. Si hubiera sido
fiel y tranquilo no hubiese tenido nada de eso. Me han dado una cosa y tuve que
pagar con algo que duele.
Esa sería una forma para intentar que la
pasión no muera en lo cotidiano…
–Los
seres humanos son bastante sorprendentes, y entonces pasando de una mujer a
otro se encuentran nuevas impresiones fuertes…
Es tan común que el hombre enamorado se
vuelva un estúpido…
–Es
verdad. Aunque trataba de no serlo (se ríe), porque cada vez que fui estúpido
me largaron. Sabía que no podía serlo demasiado, ya que la mujer es muy
intuitiva y se da cuenta de eso.
¿Alguna vez tuvo relaciones con una
prostituta?
–Cuando
era jóven como usted, por ahí tuve alguna; pero francamente no recuerdo. Quizá
lo he hecho por error sin saber que era prostituta, y por suerte nunca tuve
enfermedades venéreas. He tenido suerte.
Ahora es distinto: sí o sí hay que
cuidarse.
–Creo
que ustedes, los jóvenes, tienen una vida muy difícil con el SIDA. En mi época
era la blenorragia o la sífilis lo que nos amenazaba. Era horrendo, pero con
tres o cuatro inyecciones se curaba. Pero ahora no, el SIDA es mortal.
¿Tiene miedo al futuro?
–¿Miedo?
Claro, porque –con todo respeto– es
difícil que viva 30 años más.
–Sí,
eso es justo lo que no me gusta. Desearía vivir cien años más. La idea de la
muerte resulta bastante desagradable. Alguna vez escribí que todos somos héroes
porque vamos a tener que pasar por el momento de la muerte. Con esto le digo
que pienso ese momento con estremecimiento. Yo amo la vida.
¿Cree que luego puede llegar a haber algo
más allá?
–¡No!
No creo en nada (se ríe; mueve las manos) eso es lo malo. Desearía tener un
cuentito y contármelo.
Entonces, ¿cómo sería la muerte elegida
por Adolfo Bioy Casares?
–Me
gustaría esperarla cuando estén pasando los títulos de alguna buena película.
En ese momento, que no exista nada, ahí que venga.
Se extraña Buenos Aires…
–Sí,
desde luego. Ninguna ciudad me gusta más. Pero aquí suelo tener varias
entrevistas demasiado seguidas. Hay veces que hasta diez por días, y semejante
número es cansador. Pero ésta no: tengo la sensación de que ésta entrevista es
como si fuéramos amigos, tratando de pensar juntos.
¿Qué Gobierno le parece que ha hecho algo
bueno por la cultura?
–(piensa
algunos segundos) Me parece que Alvear estuvo bastante bien… el de Justo
tampoco fue malo…
¡Adolfo, algo más contemporáneo!
–…
Y bueno, para encontrar un buen gobierno hay que viajar bastante en el tiempo.
Creo que no elegimos buenos gobiernos y no nos tocan buenos gobernantes…. Y los
que nos depara el ejército tampoco son buenos.
En estos momentos, ¿al país lo encuentra
bien?
–(piensa)
A veces me da miedo. Tengo la sensación que hay demasiados avisos de catástrofe
para que el país pueda soportarlos y sobreponerse. Pero también recuerdo la
frase: “siempre pasó todo mal”. Con esto le quiero decir que de todas formas el
mundo sigue bastante esplendoroso.
Pero habría al menos una manera de estar
mejores…
–Para
eso habría que ser otras personas, digo, si uno piensa eso creo que la
obligación nuestra sería mejorar el mundo… pero para eso habría que convertirse
en político y uno a veces piensa si quisiera serlo.
Es difícil que la juventud quiera eso.
–(se
ríe fuerte) ¡Yo tampoco!
¿Dudaba cuando era joven de su obra?
–No,
sabía que estaba escribiendo cosas malas, pero igual mi destino era ser escritor.
Roberto Giovagnoli-Vera