John Wayne
Gacy era uno de los hombres más respetados de su comunidad. Como empresario,
dueño de P.D.M. Contractors, había logrado un excelente pasar económico. El
poder que suele dar el dinero, a John, no lo había cambiado: era generoso,
siempre con predisposición para escuchar al otro, para darle inclusive
abultados cheques para calmar los problemas. En sus ratos libres, que sabía
encontrar, visitaba los hospitales públicos de Chicago.
Para esas
ocasiones se disfrazaba de payaso. El mismo había aprendido a maquillarse, a
delinear una gran sonrisa roja que los chicos adoraban. Había inventado un
personaje, Pogo, el payaso. En resumen, la figura de aquel hombre
corpulento de hombros anchos y mirada triste era proporcional a su trato
amable, a su infinita bondad.
A veces,
Gacy tuvo que amenazarlos con un revolver o decirles que era de la policía de
narcóticos, pero otras, apenas bastó su amabilidad y voz serena –cualidad que
permaneció inalterable aun en prisión– que prometía trabajo y comida caliente
para que esos jóvenes aceptaran su compañía. Allí entonces, en la residencia marcada con el
8213 de West Summerdale, esos muchachos sentían que penetraban en otro mundo, en uno de confort y
cuidado.
Gacy les
cocinaba, les ofrecía alcohol y marihuana, les mostraba su colección de films
eróticos. En algún momento de la noche
la generosidad se volvía un juguete roto.
Los jóvenes
eran esposados, forzados a tener sexo mientras Gacy los torturaba, les daba
golpes con manoplas o les introducía objetos. Luego los estrangulaba con un
torniquete. En algunas ocasiones, Gacy mató a dos jóvenes en una noche. Para
que los cadáveres no desprendieran un olor nauseabundo, a veces los rociaba con
ácido y otras con lavandina. Luego los enterraba en tumbas de un pie de
profundidad.
Alguna vez,
los vecinos escucharon gritos durante la noche. La policía visitó el domicilio
de Gacy pero nunca sospechó nada.
Los crímenes
se descubrieron por la denuncia de una madre. Su hijo había desaparecido.
Lo último que le había dicho es que se
iba a la casa de un tal Gacy en el 8213 de West Summerdale con la
esperanza de conseguir trabajo. La
policía, esta vez, fue con una autorización para revisar la casa. En el baño un
oficial sintió un perfume extraño. Recordó que era muy similar al que olía cada
vez que visitaba la morgue.
John Wayne
Gacy –ahora bautizado por la prensa como “El payaso asesino”– fue ejecutado en
1994. De los 24 años que pasó en la cárcel, mientras recibía cartas de todo
tipo de personas, desde las que creían en su inocencia a familiares de la
víctimas como de reporteros que deseaban una entrevista –Oprah Winfrey le envió
una carta de puño y letra– Gacy mantuvo inalterable otra de sus pasiones:
pintar retratos hermosos de payasos tristes.
Vera
John Wayne Gacy, el payaso
asesino. El Club de los Asesinos
(Caliente Semanal)