Por año en
los Estados Unidos se traduce sólo el tres por ciento de la literatura que se
publica fuera del mundo anglosajón. Nadie duda que la oferta cultural de ese
mundo es sumamente seductora como lo puede ser la góndola de un supermercado un
domingo a la noche, pero la peculiaridad de la cifra, lo fatalmente irrisorio
de ella, es un buen motivo para que The absent sea (McPherson & Co), versión al inglés de El
desierto (ganadora del Premio La Nación), novela del escritor chileno Carlos Franz, se considere un hecho
cultural como los de antaño: estético y también político. Ante él es imposible no recordar las palabras
de Susan Sontag: “Traducir es compartir”.
De visita en
la ciudad de Miami por la edición de The absent sea, Franz habló con El
Nuevo Herald sobre la trama de esta novela, según Vargas Llosa “una de las más originales que la literatura
moderna latinoamericana ha producido”, en que todo ocurre en la ficcional Pampa
Hundida. Como la Santa María de Juan Carlos Onetti, el Macondo de Gabriel
García Márquez o Coronel Vallejos de
Manuel Puig, la creación de un territorio mítico le sirve al autor para
desarrollar una historia intensa, dominada por
personajes que no saben muy bien qué es el mal o eso que suele
escribirse con mayúscula, Dios. En su contradicción no hacen más que recordar
los delicados engranajes que sostienen a los hombres.
Leer a Franz
es también un deleite que dan pocos autores contemporáneos. Tal vez aquí haya
que hacer la aclaración de que su prosa no es elitista ni tampoco sumamente
popular. Sostiene el contrapunto de una lengua de por sí tan proclive a la
exageración como lo es el español. Dentro de su obra figuran el volumen de
cuentos La prisionera y las novelas Santiago Cero (la
escribió mientras concurría a los talleres que daba José Donoso), El lugar
donde estuvo el paraíso (llevada al cine) y Almuerzo de Vampiros. Como
suele suceder con los buenos escritores, Franz decidió en esta obra recrear el
espíritu de una época, es decir la incertidumbre en la que vivió su generación,
en este caso la dictadura de Augusto Pinochet. Y ahí, en ese conflicto, escrito
ya en la distancia, aparece la amarga revelación: son dos mundos
irreconciliables. O como aquel conocido inicio de The Go -Between, de L.P
Hartley: “El pasado es otro país, allí la gente hace las cosas de otro modo”.
Desde hace años sus libros son traducidos y sin embargo ésta es la primera
vez que llega al mercado anglosajón. ¿Cuáles son los motivos de que sea tan
difícil para un autor de lengua extranjera ser traducido y publicado en este
país?
–En todas partes, incluido los EEUU, vivimos un tiempo difícil para
publicar narrativa “seria”, esa que exige al lector conocer lo “otro”, en lugar
de reconocerse en lo ya sabido. La traducción es, por definición, una ventana
hacia “lo otro” de allí que sufra más. Especialmente, en aquellas época cuando
la curiosidad es vencida por el temor a la diferencia. Supongo que la
resistencia a traducir, en EEUU es un signo de ese miedo, a la vez que una
señal de pereza cultural. Por eso valorizo mucho que McPherson & Co se haya
atrevido con este libro.
¿Qué observaciones y consultas por parte del traductor recuerda que le hayan
llamado la atención?
–Leland
Chambers fue el traductor de la novela. Hizo un gran trabajo, durante casi dos
años, para traducir no sólo la letra, sino también la música de esta novela. La
manera como suena una novela, es para mí muy importante. Y esta traducción
suena maravillosamente bien en inglés, diría yo. Lee debiera obtener algún
premio por ella. Por otro lado, las preguntas de Leland me ayudaron a aclarar
varios pasajes demasiado oscuros. No cabe duda de que un buen traductor es el
mejor lector de un libro. Y que ese libro no volverá a ser el mismo tras una
lectura tan acuciosa como la que hizo Chambers.
Muchas de sus historias ocurren en Pampa Hundida. ¿Un
territorio de su invención, en este caso un desierto, se acomoda mejor a sus
ficciones?
–Es cierto
que se trata de un oasis imaginario en el desierto de Chile. Pero podría
ocurrir en cualquier sitio donde la violencia se enfrenta a la justicia, y esta
misma justicia descubre que es violenta. El desierto es un espacio moral. Una
metáfora muy antigua. A él se retiraban los profetas y místicos para
contactarse con su espíritu. En mi novela el desierto opera como una página en
blanco, los salares invitan a poner la mente en blanco para que penetre en ella
lo que tenemos reprimido. Es lo que le ocurre a Laura, la protagonista, cuando
galopa a oscuras por el desierto hasta que su caballo revienta y ella casi
muere. En su estado de choque Laura entrevé por primera vez el profundo lazo
perverso que la une a su verdugo.
En su obra hay un trabajo del lenguaje que aun en escenas de humor o
sombrías es muy bello. Es un estilo que no se interpone entre la trama y el
lector, como decía Bioy Casares. ¿Es un autor que tiene una rutina a la hora de
escribir ficción?
–Sí, cuando estoy en vena escribo a diario, muchas horas . Pero no la
llamaría rutina. Es como un estado de trance prolongado. Despertarse en la
mañana no para salir del sueño, como hace todo el mundo, sino para entrar al
sueño deliberado de la novela que estamos escribiendo. Ese trance continuado es
lo más difícil de lograr cuando se está escribiendo. Pero cuando alcanzas ese
estado ya sabes que la novela “vive”.
¿Cómo se lleva con la velocidad que hoy
decreta Internet con los blogs y twitter?
–Voy siempre
uno o dos pasos por detrás de esa velocidad histérica. Una de las cosas que un
novelista debe dominar es el tiempo. En lugar de ser dominado por tiempos
artificiales. Yo tengo un sitio web y una página en Facebook, mi Iphone, dos
ordenadores, un Kindle, etc. Pero trato de que estos trabajen para mí y no lo
contrario.
Concurrió a los talleres que daba José Donoso. ¿Cómo cree que hoy es
recibida su obra entre los escritores más jóvenes de su país y el resto del
continente?
–Donoso está
un poco olvidado, me temo. Es parte de la frivolidad contemporánea. Considerar
antiguo lo de anteayer. Pero la actualidad es tan voluble que no sería raro que
vuelva a ponerse de moda. Y entonces se lo “redescubrirá” con tanta liviandad
como ahora se lo olvida.
Nació en Europa y también ha pasado gran parte de su vida allí. ¿Qué ha
aprendido de sus años en ese continente?
–Nací en Ginebra por un accidente biográfico. Y de mayor he vivido varios
años en Alemania, Inglaterra y España (y hasta un año en los EEUU, hace mucho).
Pero toda mi formación es chilena. O sea mestiza, culturalmente híbrida,
periférica y remota. Ser chileno es ser del fin del mundo. Será por eso que,
aunque habite en Europa, me siento siempre en los márgenes. Me siento viviendo
como un extranjero, de paso. Me parece la condición más conveniente para un
escritor, la de transeunte.
¿Qué es lo que leen los lectores norteamericanos en Roberto Bolaño que
tanto éxito ha tenido aquí?
–La de
Bolaño es una narrativa de enorme creatividad, a ratos genial. Crea un mundo
habitado casi exclusivamente por literatos al borde del apocalipsis, de la
extinción por falta de lectores que no sean otros escritores. Eso hace que los
pequeños poetas fracasados de sus novelas se sientan héroes épicos, románticos.
A la vez, ese milenarismo literario evoca muchos miedos contemporáneos
–pensemos sólo en el temor al “fin del libro” que estamos viviendo
¿Qué rasgos de la narrativa actual escrita en español destaca?
–Difícil ver esos rasgos. No tenemos distancia. Pero, entre los
positivos, destacaría la enorme diversidad de la literatura en español. Una
literatura más mestiza que nunca. Los rasgos negativos vienen de allí mismo. No
hay una tradición o canon. Surge una neo-insularidad. Escritores que escriben
sólo para asegurarse la atención de sus pequeñas patrias, olvidando la
tradición ancha y antigua del idioma. Es una nueva versión del viejo dilema
hispanoamericano: entre nacionalismo y cosmopolitismo cultural.
Vera
Entrevista Carlos Franz (El Nuevo Herald)