Tuesday, March 1, 2016

“El exilio cubano es una monstruosidad”



A Néstor Díaz de Villegas (Cumanayagua, Cuba, 1956) le gusta meter el dedo en la llaga. Aquí “llaga” es un eufemismo de otra palabrita velada para un periódico... Pero no hay que confundir: el escritor no es otro polemista profesional, su discurso tiene un filoso sostén artístico. El estrangulador de Flagler Street, Cuna del pintor desconocido, Por el camino de Sade –por sólo nombrar algunas–, son obras bellas y desesperadas, de un lirismo dilatado que cita a la pintura, la filosofía, los barrios marginales. Su nuevo libro de ensayos, Cubano, demasiado cubano (Bokeh), es otra prueba de su universo creativo.

Néstor Díaz de Villegas también es un sobreviviente. Primero del castrismo, que lo desechó cuatro años en la prisión de Ariza por haber escrito un poema “contrarrevolucionario”. Por último de sí mismo. Alguna vez caminó por las calles de un Miami pretérito junto a Reinaldo Arenas, Pedro Jesús Campos, Guillermo Rosales, entre otros escritores que en tierra extranjera profundizaron un literatura rabiosa.


Cubano, demasiado cubano. ¿Un mantra, un orgullo, una resignación, destino, elección, o qué?

Cubano, demasiado cubano” se ocupa de un problema moral no muy distinto al examinado por Nietzsche en “Humano, demasiado humano”, de ahí el título. Un dilema, una resignación o un mantra, si prefieres usar esos términos para describir mi libro, da lo mismo. En cuanto al destino, Heidegger dijo que la poesía tiene capacidad de “destinar”, de manera que también me siento responsable del destino de Cuba, de alguna manera.

Batista explicado a los niños” señala que su gobierno, de hace más de medio siglo atrás, para muchos es el punto de referencia de lo que es la modernidad y el momento de esplendor de la sociedad cubana. Paradójicamente, el exilio suele mirar el proyecto futuro de Cuba como país en un pasado prehistórico. ¿Cómo saldría un pueblo de ese conflicto?

Regresando a ese pasado prehistórico. Para los cubanos la referencia obligada será siempre el batistato, que es el momento en que alcanzamos el punto que Francis Fukuyama llama “el fin de la Historia”, es decir, un estado ideal de bienaventuranza, un límite. El batistato fue una dictadura, pero una dictadura mucho más libre, inocente y productiva que la actual, por lo que continúa siendo una posibilidad. Fue el gobierno de un negro liberal mucho antes que el de Barack Obama, entre otras cosas. El arquitecto Rafael Fornés afirma que las llamadas “reformas” raulistas no son más que una tímida vuelta al batistato.


En el ensayo “Reinaldo, el Apóstol”, se lee “Cárceles, canteras, barcos, viajes, destierros y Ofelias ahogadas en arroyos prerrafaelistas, muertas por amor”. Parecería que también hablara de usted.

A veces los personajes que escojo para la crítica, sean actores, políticos o escritores, son un pretexto para la autorreflexión. Mi libro sería, entonces, un espejo de circo. Belkis Cuza Malé me dijo alguna vez que yo canalizaba a José Martí, y Enrique del Risco cree que soy la segunda venida del Apóstol, con todos sus caprichos estilísticos y patrióticos.

Muchos textos apuntan filosamente a ciertas “vacas sagradas” de la literatura cubana. En un ensayo escribe: “Leonardo Padura, el empresario cultural, tiene puestos los ojos en la industria del cine”. ¿Es consciente de la polémica que despierta?

Mis enemigos me acusan de panfletero, pero creo que en el fondo sienten curiosidad por las posibilidades filosóficas de mis panfletos. Digo que el cine ha sido siempre la manera de prostituirse para un escritor. Tal vez el éxito editorial de Leonardo Padura es un equívoco y su lugar debería ocuparlo un Antonio José Ponte. Pero Ponte es un escritor complejo y las masas iberoamericanas exigen una dosis de trivialidad narrativa que Padura produce con gran convicción.

Uno de los temas al que le dedica varios ensayos es a Miami, una ciudad en la que vivió muchos años. ¿Cómo la ve hoy?

Miami es hoy una ciudad muy distinta a la que conocí, y creo que el Miami de mi época fue un lugar más avanzado espiritualmente, el momento en que la Playa era un gueto jasídico lleno de hoteles decadentes y Coconut Grove un barrio de artistas. Coral Gables fue, créalo o no, una ciudad humana, encantadoramente mínima. Miami es asfixiante, caótico y un poco obsoleto, su momento de esplendor pasó. El exilio cubano es una monstruosidad y creó una ciudad monstruosa.

¿Qué vínculos hay entre “Cubano, demasiado cubano” y su obra poética?

En mis ensayos tiendo a abusar del lirismo, por lo que suele decirse que escribo en prosa púrpura o manierista. Mi poesía quiso ser romántica, o al menos modernista, siguiendo a Rubén Darío y a López Velarde. Debe haber un punto de contacto en alguna parte.

Severo Sarduy ha sido un referente en su literatura. Sé que en algún momento hubo entre los dos un intercambio epistolar. ¿Puede contar sobre esa comunicación?

Nos cruzamos dos cartas, en francés, creo que las suyas fueron escritas por su secretaria. Sarduy es un autor muy influyente, todavía lo leo con asombro. Me atrae sobre todo como esteta, como sonetista barroco. Hace años me marcó su poema Big Bang.


                                                                      Vera




Entrevista Néstor Díaz de Villegas, el Nuevo Herald