A
Néstor Díaz de Villegas (Cumanayagua, Cuba, 1956) le gusta meter el
dedo en la llaga. Aquí “llaga” es un eufemismo de otra palabrita
velada para un periódico... Pero no hay que confundir: el escritor
no es otro polemista profesional, su discurso tiene un filoso sostén
artístico. El
estrangulador de Flagler Street,
Cuna
del pintor desconocido,
Por
el camino de Sade
–por sólo nombrar algunas–, son obras bellas y desesperadas, de
un lirismo dilatado que cita a la pintura, la filosofía, los barrios
marginales. Su nuevo libro de ensayos, Cubano,
demasiado cubano
(Bokeh), es otra prueba de su universo creativo.
Néstor
Díaz de Villegas también es un sobreviviente. Primero del
castrismo, que lo desechó cuatro años en la prisión de Ariza por
haber escrito un poema “contrarrevolucionario”.
Por último de
sí mismo. Alguna vez caminó por las calles de un Miami pretérito
junto a Reinaldo Arenas, Pedro Jesús Campos,
Guillermo
Rosales, entre otros escritores que en tierra extranjera
profundizaron un literatura rabiosa.
Cubano,
demasiado cubano.
¿Un mantra, un orgullo, una resignación, destino, elección, o
qué?
“Cubano,
demasiado cubano” se ocupa de un problema moral no muy distinto al
examinado por Nietzsche en “Humano, demasiado humano”, de ahí el
título. Un dilema, una resignación o un mantra, si prefieres usar
esos términos para describir mi libro, da lo mismo. En cuanto al
destino, Heidegger dijo que la poesía tiene capacidad de “destinar”,
de manera que también me siento responsable del destino de Cuba, de
alguna manera.
“Batista
explicado a los niños” señala que su gobierno, de hace más de
medio siglo atrás, para muchos es el punto de referencia de lo que
es la modernidad y el momento de esplendor de la sociedad cubana.
Paradójicamente, el exilio suele mirar el proyecto futuro de Cuba
como país en un pasado prehistórico. ¿Cómo saldría un pueblo de
ese conflicto?
Regresando
a ese pasado prehistórico. Para los cubanos la referencia obligada
será siempre el batistato, que es el momento en que alcanzamos el
punto que Francis Fukuyama llama “el fin de la Historia”, es
decir, un estado ideal de bienaventuranza, un límite. El batistato
fue una dictadura, pero una dictadura mucho más libre, inocente y
productiva que la actual, por lo que continúa siendo una
posibilidad. Fue el gobierno de un negro liberal mucho antes que el
de Barack Obama, entre otras cosas. El arquitecto Rafael Fornés
afirma que las llamadas “reformas” raulistas no son más que una
tímida vuelta al batistato.
En
el ensayo “Reinaldo, el Apóstol”, se lee “Cárceles, canteras,
barcos, viajes, destierros y Ofelias ahogadas en arroyos
prerrafaelistas, muertas por amor”. Parecería que también hablara
de usted.
A
veces los personajes que escojo para la crítica, sean actores,
políticos o escritores, son un pretexto para la autorreflexión. Mi
libro sería, entonces, un espejo de circo. Belkis Cuza Malé me dijo
alguna vez que yo canalizaba a José Martí, y Enrique del Risco cree
que soy la segunda venida del Apóstol, con todos sus caprichos
estilísticos y patrióticos.
Muchos
textos apuntan filosamente a ciertas “vacas sagradas” de la
literatura cubana. En un ensayo escribe: “Leonardo Padura, el
empresario cultural, tiene puestos los ojos en la industria del
cine”. ¿Es consciente de la polémica que despierta?
Mis
enemigos me acusan de panfletero, pero creo que en el fondo sienten
curiosidad por las posibilidades filosóficas de mis panfletos. Digo
que el cine ha sido siempre la manera de prostituirse para un
escritor. Tal vez el éxito editorial de Leonardo Padura es un
equívoco y su lugar debería ocuparlo un Antonio José Ponte. Pero
Ponte es un escritor complejo y las masas iberoamericanas exigen una
dosis de trivialidad narrativa que Padura produce con gran
convicción.
Uno
de los temas al que le dedica varios ensayos es a Miami, una ciudad
en la que vivió muchos años. ¿Cómo la ve hoy?
Miami
es hoy una ciudad muy distinta a la que conocí, y creo que el Miami
de mi época fue un lugar más avanzado espiritualmente, el momento
en que la Playa era un gueto jasídico lleno de hoteles decadentes y
Coconut Grove un barrio de artistas. Coral Gables fue, créalo o no,
una ciudad humana, encantadoramente mínima. Miami es asfixiante,
caótico y un poco obsoleto, su momento de esplendor pasó. El exilio
cubano es una monstruosidad y creó una ciudad monstruosa.
¿Qué
vínculos hay entre “Cubano, demasiado cubano” y su obra poética?
En
mis ensayos tiendo a abusar del lirismo, por lo que suele decirse que
escribo en prosa púrpura o manierista. Mi poesía quiso ser
romántica, o al menos modernista, siguiendo a Rubén Darío y a
López Velarde. Debe haber un punto de contacto en alguna parte.
Severo
Sarduy ha sido un referente en su literatura. Sé que en algún
momento hubo entre los dos un intercambio epistolar. ¿Puede contar
sobre esa comunicación?
Nos
cruzamos dos cartas, en francés, creo que las suyas fueron escritas
por su secretaria. Sarduy es un autor muy influyente, todavía lo leo
con asombro. Me atrae sobre todo como esteta, como sonetista barroco.
Hace años me marcó su poema Big
Bang.
Vera
Entrevista Néstor Díaz de Villegas, el Nuevo Herald