Thursday, January 14, 2016

Hernán Vera Alvarez: Miami mon amour







Era la pregunta repetida cada vez que llamaba a mis amigos de Buenos Aires desde algún teléfono público de South Beach: “¿Cuándo te vas de Miami?” Transcurrían los primeros meses del 2000 e internet, como los celulares, era un lujo que pocos podían darse, y menos un recién llegado indocumentado. Aquella pregunta insidiosa encerraba algunos malos entendidos. El primero era que un veinteañero aprendiz de escritor debía residir en otras ciudades de mayor prestigio artístico, como Barcelona o París, sitios que para varias generaciones en algún momento significaron nuevas ideas. El segundo malentendido confirmaba que la gente de “la cultura” suele ser estúpidamente esnob y mucho más cierta izquierda latinoamericana que sufre de complejo de inferioridad.

Rápidamente, Miami me reveló una literatura que desmentía los lugares comunes que la maquillaban. La generación del Mariel, sin duda, fue un golpe a la mandíbula. A partir de una experiencia colectiva ha dejado testimonios individuales de poetas y narradores iconoclastas, de un compromiso con el lenguaje y desprecio por la tiranía. Los escritores suicidas Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales y Carlos Victoria, que forman una trinidad rabiosa, son los más conocidos y legendarios.

Mucho de la renovación de autores del siglo XXI conserva el espíritu de aquella literatura. Con las novelas Mañana no te veré en Miami y Lado B, especialmente, Pedro Medina León (Perú, 1977) describe una realidad alejada de la postal turística. “De la ciudad me atrae su ‘idioma’ y su mundo marginal como consecuencia de la mezcla de culturas”, dice Medina León. “Creo que eso es algo que he buscado plasmar en mis libros. Miami es una ciudad muy marginal, a diferencia de lo que muchos que no la conocen desde adentro puedan pensar”.

Otro autor que alimenta sus creaciones del complejo tramado de la sociedad miamiense es Andrés Hernández Alende (Cuba, 1953). Creó un personaje, el detective privado Fernando Estrada, protagonista de El Ocaso –finalista en el Concurso Internacional de Novela Contacto Latino. Estrada es un cínico que sólo cree en adversos milagros, un hombre que no necesita GPS para transitar por la vida.

Quería narrar lo que sucede en las calles sórdidas de Miami, y pensé que un detective privado al estilo de [Raymond] Chandler era el personaje ideal para meterse en ese mundo”, confiesa. “No debía ser un policía ni un periodista, que tienen que obedecer reglas, sino alguien que fuera marginal, que operara con pocas limitaciones, regido menos por la ley que por su propio código del honor”.

Hay algo que los autores que vivimos aquí sabemos bien: la ciudad es joven, pero ya dejó felizmente la adolescencia. Tal vez por esa característica, en Miami todo siempre es novedad. Los locales y los turistas que regresan regularmente, se enfrentan con descubrimientos, signos por descifrar. De los escombros –para fortuna del Real Estate– se construye belleza. El South Beach profundo, Wynwood y la Pequeña Habana son escenarios de cuentos y novelas, como da testimonio la escritora Anjanette Delgado (Puerto Rico, 1970) en La clarividente de la Calle Ocho.

Un día, caminando por la zona, me sentí enamorada”, explica. “De nadie en particular. Solo que la gente, los colores, los sonidos se combinaron para hacer que sintiera un amor enorme, intenso y sin foco. Amor por la señora que barría la acera y por el señor vendiendo música pirata. Ese día entendí que allí había un espíritu mágico. Algo especial, unido al alma humana, al Dios de la creación o yo qué sé... Así se me ocurrió basar una novela allí para vivir de nuevo esa sensación”.

Aunque en Miami las distancias sean enormes y el auto un artefacto necesario, hay lugar para el flâneur, ese personaje que deambula por la ciudad porque sabe que caminar es otra forma de escribir. Hay autores como Gabriel Goldberg (Argentina, 1965), incluso, que lo hacen mientras corren. En su novela La mala sangre describe ambas

actividades.

Correr y escribir fue mi manera de adueñarme de esta ciudad en la que vivo desde hace 13 años”, afirma. “En una época salía con un grabador al que le iba dictando lo que se me iba ocurriendo a medida que las millas pasaban debajo de mis zapatillas. Salgo a trotar a las cuatro de la madrugada, desde la rotonda del Coco Plum, atravesando Coconut Grove, a veces cruzándome con gente de la noche, para internarme en los parques de Bayshore Drive hasta bordear el mar en camino a Key Biscayne, para pegar la vuelta en Crandon Park y regresar al punto de inicio”.

Después de tantos años sigo hablando con mis amigos de Buenos Aires. Los teléfonos públicos han quedado relegados a piezas de museo, así que uso internet o el celular. Ya no me cuestionan cuándo me voy de Miami. Ahora mis amigos preguntan si les puedo hacer un lugar en casa.

                                                                          Vera


Nota de opinión sobre la ciudad de Miami publicada en El Nuevo Herald


Tuesday, January 12, 2016

“El sueño americano es sólo para extranjeros”




Un melancólico maestro da clases de ESL a cadetes puertorriqueños enlistados para Vietnam mientras sueña con escribir la Gran Novela Americana; un serial killer –de oficio camionero– que recorre el Big Sur y elabora diversas teorías sobre por qué Elvis Presley “fraguó su muerte”; el encuentro entre un canalla que vende sangre en clínicas de New York y una ex gloria de tango desencadena una trama que empieza en el Caribe en la década del ´50 e involucra a Juan Domingo Perón; una carta que llega del exterior para revelar en la nostalgia de la Buenos Aires de fines del siglo XX un pasado de prostitución y delitos; la leyenda de los dos Papas que disfrazados de mendigos buscan jóvenes inmigrantes por la madrugada… son algunas de las personalísimas historias que incluye Grand Nocturno (Suburbano ediciones)

Con agudeza psicológica y empleando los más diversos recursos estilísticos, Vera dibuja una visión humana y profunda sobre lo precario de la existencia en aquellos seres que tienen como único refugio ese país de mil estrellas que es la noche.

¿Cómo surgió Grand Nocturno? ¿La idea fue de la editorial o tuya?

La idea estaba desde hace algún tiempo, tanto en mi caso como de Suburbano ediciones. Hace un par de años había editado un ebook, ya que anteriormente había publicado un libro de comics, y me parecía interesante experimentar con ese nuevo formato. Ese ebook que es Una extraña felicidad (llamada América) tenía como eje a inmigrantes y expatriados. Tuvo buenos reviews, a la gente le gustó, así que era inevitable un nuevo libro. A esos cinco cuentos le sume otros siete inéditos. Entre esas dos ediciones, junto a Pedro Medina León hice la antología Viaje One Way, narradores de Miami. Un trabajo que también nos dio buenas satisfacciones. Pero volviendo a Grand Nocturno, unos amigos que leyeron el manuscrito me dijeron que eran personajes marginales, muchos nocturnos, además de estar como desubicados, ya sea por ser extranjeros o porque no se sienten cómodos en este mundo. Lo que es normal. Es un mundo de esclavos. O parafraseando a un poeta: “antes eramos ciudadanos, luego pasamos a ser consumidores, y ahora somos esclavos”. Hay mucho de eso.

¿Y cómo fue el proceso de elaboración del libro?

Uno siempre escribe, más allá de que alguna vez termine lo que hago en un libro. Así que seleccioné unos cuentos que me parecían encajaban con los otros de Una extraña felicidad (llamada América). Por el momento estoy conforme.

¿Reescribiste algunos cuentos que se habian publicado antes?

No suelo volver a leer lo que escribo. Pero lo hice, y sólo saqué alguna coma, un adjetivo, pero no más.

¿En el conjunto de cuentos encontrás alguna diferencia entre los más antiguos y los recientes?

Hay una gama de técnicas narrativas, pero es algo que sale normalmente, como una manera de no aburrirme. Por eso también dibujo cartoons, escribo no ficción, hago traducciones.

En sus cuentos hay críticas al sueño americano.

¿Qué es el sueño americano? ¿Tener una casa, un auto y una familia? Bueno, eso se puede tener en Argentina y creo que en otra parte, ¿no? Nunca fue ese sueño, sea acá o en otro lado. Los norteamericanos se ríen con lo del sueño americano. Para millones de extranjeros es como la zanahoria… Siempre es mejor soñar lo tuyo y no lo de los otros. Es simple. Creo que si hay una crítica al sistema, que es lo mínimo que se le puede pedir a un músico o un escritor, alguien que mira y siente a su alrededor, es algo común. Nunca fui políticamente correcto, siempre me consideré un autor marginal.

¿Habitualmente cómo te surge la idea de un cuento?

De varias maneras. Muchas veces aparece una imagen, o una frase. O algo que vivíste, leíste o escuchaste en la calle. Y eso va desarrollándose hasta terminar en un relato. En ese desarrollo está el planteo de contarlo en primer persona o tercera, problemas que tienen que ver con la arquitectura del cuento. Por ejemplo, hay un relato en Grand Nocturno que se llama “Una soledad tropical” y surgió leyendo la biografía de Cory MacLauchlin sobre John Kennedy Toole, Butterfly in the Typewriter. Alguna vez en mi adolescencia había leído La conjura de los necios, pero lo que me pareció interesante de la biografía fue enterarme que Kennedy Toole escribió la novela –sin duda una de las grandes obras de la literatura del Sur de Estados Unidos– , en Puerto Rico mientras daba clases de inglés a cadetes que se iban a la guerra. En esos años el autor conoció otras islas del Caribe. Esos datos de la realidad, luego ya con la imaginación, sirvieron para escribir el cuento. Claro, en la historia en ningún momento lo nombro, dejo pistas.

¿Por qué los escritores argentinos se sienten más atraídos por Europa que por Estados Unidos?

Es una tradición que viene desde siempre. Pero es raro: está el lugar común que dice que los “argentinos venimos de los barcos”, una mentira a medias. Y entonces está esa nostalgia por volver a Europa. Sin embargo Canadá y Estados Unidos también son países hecho por aquellos que “vinieron en los barcos”. En mis quince años en este país, jamás escuché a un norteamericano decir esa estupidez, o peor, querer volver a “su origen”. ¿Y sabés por qué? Porque el argentino en el fondo ha sentido que desde siempre el sistema lo ha cagado, que el país con todo el potencial que tiene, encuentra males como la corrupción. Ahora, creo, muchas cosas están cambiando. Hay corrupción, pero tal vez no tanta. Tal vez sea ingenuo. No lo sé.

¿Te interesan los escritores latinos en los Estados Unidos?

Me interesan los escritores. Este país tiende a catalogar: blanco, negro, hispano, etc. Y lo mismo hace con los escritores: gay, no gay, latino, chicano, oriental y un largo etc que aburre. Tal vez tenga más que ver con un escritor de San Franciso que con uno de Miami o New York que escribe en español. Uno es un escritor, sin adjetivos.

                                                                          Marcelo Llach


© All rights reserved Marcelo Llach


Entrevista sobre Grand Nocturno, de Marcelo Llach, Nagari Magazine





Saturday, January 9, 2016

Los Prisioneros de la tv



Había ironía y algo de verdad en elegir “Sudamerican rockers”, del trío chileno Los Prisioneros, para iniciar MTV latino, la señal por cable que desde Miami sería para la generación del ’90 una especie de caprichosa internet. Fue el momento justo que alguien en Buenos Aires se enteraba aquí y ahora de lo que sucedía en D.F., armando una red de cultura rock impensada años atrás. La señal de televisión no extendió puentes, los construyó. A los jóvenes de esas sociedades contradictorias, injustas y también solidarias que son los países de América Latina, los unía la lengua junto a un estilo creado en los Estados Unidos –sociedad contradictoria, injusta y también solidaria– que se reelaboraba creativamente al Sur del Río Bravo.

Ahora en el relato hay un salto en el tiempo –Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg se han vuelto los rock stars de nuestro tiempo– y Jorge González se mueve por el escenario del Bayfront Park, en el Downtown de Miami. Parece un círculo que concluye un recuerdo íntimo. Pero González, en un inglés de turista con vestigios del español, le dice al público: “I know we are in Miami where a lot of people speak Spanish… but this is the United States. We must speak in English”.

El comentario lo tomo como la patadita graciosa que un profesional de la ironía como es el creador de Los Prisioneros sabe muy bien. Otros que han ido esa noche al Bayfront Park –el ticket ofrecía también a Los Pericos– no lo digieren fácilmente. Agradezco las palabras de González, los años no han logrado cambiarlo. Es el mismo artista de paradojas, que cantaba contra las injusticias del establishment y contrajo matrimonio –y ante la Iglesia– con una muchacha de la alta sociedad chilena; el que cantaba “si viajas todos los años a Italia/si la cultura es tan rica en Alemania/¿Por qué el próximo año no te quedas allá?” y terminó viviendo en Berlin…

Aquella noche Jorge González dejó el escenario caliente. En poco menos de cuarenta minutos de set, el público –la mayoría treintañeros emigrados– recuperó la juventud. González, en tanto, es un artista que jamás perdió el estilo. Esa condición ha hecho de Los Prisioneros –Claudio Narea (guitarra), Miguel Tapia (batería) y González (voz y bajo) – una genuina expresión en las arenas no siempre sólidas del rock en español. Toda gestación de un proyecto único merece contarse.

Como toda biopic, la idea central es entretener. Algunos fanáticos de los datos exactos se han enojado – y también Narea– por algunas escenas de ficción, que nunca ocurrieron en la historia del trío. Pero poco importa. “Sudamerican Rockers” se mueve con soltura en la pretensión. La audiencia ha acompañado en los ratings. Originalmente los productores habían pensando en 12 capítulos que finalmente se extendieron a 18. Las interpretaciones de los actores es realista, hay empatía con ellos: son parecidos –a must del género–. Y la serie remarca dos aspectos de la columna vertebral del grupo: letras descaradamente frontales, el látigo que suena fuerte contra las humillaciones que promueve el establishment contra las clases más desprotegidas, y la música que cristaliza las corrientes de su época: punk-reggae-ska, pop y tecno pop. El líder de Los Prisioneros no cedió los derechos de sus canciones, algo que no impidió que Michael Silva (el González de la ficción) hicera buenas versiones de temas como “La voz de los ’80” y “Paramar”.

Un éxito artístico que logra difusión masiva no se hace sólo con el talento de sus creadores, sin embargo. Allí aparece entre las sombras su Brian Epstein, el Jorge Alvarez chileno: Carlos Fonseca. El manager venía de trabajar en la industria discográfica de Buenos Aires. Por aquellos años el rock argentino consolidaba definitivamente una escena que había comenzado en la década del ´60: Soda Stereo, Virus, Fabulosos Cadillas, un Charly García quemándose vivo hasta consumirse (sería su última década creativa), y una larga lista de grupos y solistas que al lado de éstos serían algo así como grandes bandas de segunda categoría: Fricción, Don Cornelio, Metropilis, Zas y un largo etc.

Fonseca, dueño de la disquería Fusión, con valor e ingenio acomodó la energía adolescente de esa primera etapa de Los Prisioneros y les dio un mejor sonido –pagando de su bolsillo un demo en un estudio semi profesional – e hizo giras por el profundo Chile donde el grupo no sólo se daba a conocer sino que aprendía a tocar arriba de un escenario. En un arco de tiempo, los Beatles habían hecho lo mismo en los cabarets de Hamburgo.

La historia de Los Prisioneros –algo que deja muy en claro la serie de tv– es también un símbolo de la posibilidad de que el destino puede torcerse aún con las circunstancias más adversas. Como los músicos, su publico eran jóvenes que veían insostenible los límites y reglas impuestas por la dictadura. Reglas, por ejemplo, que hacían imposible llegar a la universidad y así acceder a mejores trabajos por el perverso sistema de educación chileno. Esa perversidad continúa aún hoy: universidades públicas con un alto examen de ingreso, universidades privadas prohibitivas por su valor para las clases trabajadoras. “Nada es gratis en la vida”, les dijo el presidente Sebastián Piñera a los jóvenes hace unos pocos años.

Por suerte están siempre las canciones de Los Prisioneros, la inmediata experiencia que a través del tiempo, recuerdan la estupidez de algunos, como la belleza de muchos.

                                                                                                                                                                                                         Vera


Artículo sobre la serie de t.v Sudamerican Rockers, Suburbano.com



Monday, January 4, 2016

Cementerio Web

Surgió en una conversación al paso, un dato que viene a llenar el diálogo de dos que hace algún tiempo no se veían: “te acordás de Alejandro, se murió de cáncer”. La noticia me golpeó, resonó en mi cuerpo. Dio bronca, tristeza, hizo mal. El que me lo dijo siguió como si nada, con un tacto que entendí, definitivamente, era la razón de por qué hacía años mantenía distancia.

Alejandro se murió antes de cumplir cuarenta. La última vez que lo vi lo tengo muy claro: fue la tarde del 31 de diciembre de 1999, en una esquina del centro de Buenos Aires, mientras iba con otro muchacho. Lo saludé, nos deseamos lo mejor para el próximo año, que era el inicio del nuevo milenio.

Ahora tengo que hablar de él en pretérito. Era un joven –ya que nunca compartimos el tiempo de la adultez, quedó suspendido por la muerte bella– noble, correcto, de esas personas que de niño imparten cierto respeto que tiene que ver con la seriedad con que encaran cualquier tarea, aunque sea la de treparse a un árbol.

A la noche, en mi casa, seguí pensando en Alejandro. No tenía fotos, solo la memoria, lo que podía recordar de él. Imaginé cómo habría sido su vida en el nuevo siglo, después de nuestro encuentro, cuando éramos muy jóvenes y el siglo tan viejo. Fantaseé un poco, y luego la curiosidad anudada con la facilidad, me hizo escribir su nombre en Google. Salieron tres personas con su nombre y apellido, y la dirección de Facebook. La primera opción me enfrentó a una foto. Habían pasado los años, aunque a través de algunas de las arrugas de su cara y el bigote negro –toda una novedad en su apariencia–, enseguida lo reconocí. Por otras fotos de su Facebook me enteré que se había dedicado al boxeo. Había logrado una figura moldeada con músculos. Otras imágenes lo mostraban entrenando en el gimnasio. Parecía feliz.

A muchos –no soy el único– el ver fotos nos produce un sentimiento extraño. Es como si el estar en una imagen que quedará sostenida en el tiempo, es inevitable pensar en la muerte, en esos hombres que posan con sonrisas sin saber que muy pronto serán nada. ¿De qué se ríen? Cuando fallecen, alguien dice “pobre”. “Pobre que se murió” e interiormente queda el alivio que todavía se conserva la vida… Todo el mundo cree en el cielo, pero nadie se quiere morir, dice un refrán inglés. Aún los que se ilusionan con un cielo protector asumen la muerte como fatalidad.

Los comentarios en su Facebook me van dando una idea de algunos años en la vida de Alejandro. Nunca tuvo hijos, tampoco hay novias. Sí cumpleaños, algún feriado con amigos. Y no más. En un momento siento pudor al observar su vida. Soy un voyeur herido en su timidez. Un espectador que no ha sido invitado. Como dijo aquel viejo conocido en nuestro encuentro, el cáncer fue fulminante. La primera semana de diciembre se juntó con amigos. A los pocos días, en el que es su último post, dice que ha sido internado porque le salió un hongo en la garganta y no puede comer. A través de una sonda se alimenta. Lo explica, y en sus palabras hay resignación. Los comentarios de sus amigos virtuales intentan darle ánimo, esa esperanza que tanto necesita el enfermo. Luego no hay nada más. O el desenlace. Veo que falleció antes del nuevo año, alguien da la noticia en su muro de Facebook. La fecha resuena íntimamente como una daga.

En un artículo aparecido en The Guardian leí que muchos familiares dejan los Facebook de las personas que fallecieron abiertos al público. Algo parecido sucede con Twitter y los blogs. Como las fotos que se guardaban en cajas de zapatos en un pasado no tan remoto, en la web quedan los mensajes sagaces, el chiste, la contestación ventajera. Para el que los conoció, esto puede ser un complemento del recuerdo lejano en la memoria; para los que no, son como destellos de una vida, la única prueba de su paso por el mundo.

Como otro signo de los tiempos virtuales, la web queda como un cementerio. Pienso que para muchos escritores vanidosos probablemente sea el único espacio que albergue su ansiada inmortalidad, por más humilde que sea, aunque eso sí, al alcance de un click.


                                                                                                                                                                                                                                                              Vera


Ensayo Cementerio Club, publicado en Suburbano.net


Saturday, January 2, 2016

El Miami de Hernán Vera Alvarez

Para que una ciudad empiece a ser considerada como ciudad literaria, requiere de una serie de personajes de ese ámbito que le concedan cierta alma. Estoy pensando en la Barcelona de Enrique Vila-Matas, el Buenos Aires de César Aira, o el Montevideo de Mario Levrero. Miami, que es una ciudad literaria solo en ciernes pese a los muchos esfuerzos de los creadores culturales que viven aquí, está empezando a poblarse de estos personajes. Déjenme hablarles de uno de ellos que lleva más de diez años transitando la ciudad. Lo hace en bicicleta, o sino mediante la aplicación Uber porque, sorprendentemente en esta ciudad, Hernán Vera Álvarez, nacido en Buenos Aires en 1977, no tiene carro. Ya solo esa característica le daría al personaje un matiz peculiar. Si tenemos en cuenta que Vera es la única persona de esta ciudad con la que solo, y digo solo, hablo de literatura, de libros, de autores, de sellos, cuando me lo encuentro, comprenderán que en este periodista, escritor y dibujante hallamos un verdadero animal literario de Miami, quizá uno de los primeros que poblaron estas calles y que recorrió todos los estratos del emigrante hispano.
Grand Nocturno, el último libro de relatos de Hernán Vera Alvarez, publicado por Suburbano Ediciones, es a la vez un retrato del panorama cotidiano de los hispanos que habitan la ciudad de Miami y una apuesta arriesgada en lo formal. Un texto arriesgado por el trabajo que Vera hace con el español de Miami, muestra de su buen oído. Pero sobre todo, por los juegos que hace con la estructura de los relatos: la fragmentariedad de los testimonios de los testigos que nos desvelan lo que ocurre en “¿No sabías?”; el velado homenaje a John Kennedy Toole en “Una soledad tropical”; la poesía urbana de “Nevada 77”; la página en blanco de “Historietas”; o el riesgo estructural formal del relato más ambicioso “Una extraña felicidad—llamada América—“, por dar algunos ejemplos.
Sin embargo, detrás de esos experimentos formales existe una conciencia por retratar la vida cotidiana de las almas que se cruzan por las calles de Miami y hablan en castellano. Muchas veces con gran lirismo: “Había decidido trabajar los fines de semana, cuando la gente sale a depositar algo parecido a su deseo –que ha mantenido aplacado como una fiera con bozal durante los días laborales–, en cualquier lugar.” (31)
En la prosa de Vera encontramos frases en inglés o en Spanglish:
“Me sigo enojando por las mismas cosas de siempre, ya ves, aunque ahora tengan otro color, estén mejor envasadas y tenga que decir yes, Sir, thank you, pronunciando las palabras de una manera que a veces ni yo entiendo, sin olvidar la th como un zapato, tanto que doblo la boca y se me quedan mirando los gringos como si hubiera salido recién de no sé qué tribu.” (50-51)
Pero el idioma protagonista de los personajes principales de estas historias es el español. Así, utilizando los recursos que le dan sus múltiples lecturas, Vera nos muestra en Grand Nocturno su imagen del Miami de habla hispana. Una memoria en español de la ciudad, como encontramos en el recuerdo del último huracán que asolo la ciudad y que volvió a ese imaginario urbano hace apenas unas semanas:
“A las 7 de la mañana Wilma tocará el suelo de la Florida. Su intensidad: categoría 1. A mí los huracanes ya me tienen cansado. Toda esas alarmas de una aparente catástrofe, la gente sellando las ventanas de sus casas con tapas de metal y madera, las largas colas en los supermercados y gas stations, los servicios que amenazan con aumentar las tarifas si sucede lo peor (de todas maneras las suben, siempre encuentran alguna excusa), todo eso que no irá a servir de nada ya que con la naturaleza no se puede, es imposible llegar a un acuerdo.”
                                                                                                                                                                                                                                                                                            Carlos Gámez 
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez

review Grand Nocturno, Nagari Magazine, Carlos Gámez