En
la lista de los mejores libros editados en el 2013 del suplemento
cultura del diario El País, un título tiraba abajo el ADN que por
lo general tienen ese tipo de trabajos: llenar el espacio comercial
para el arbolito de Navidad. El libro que sobresalía como una bella
flor oxidada entre un jardín de plástico, era Agua
dura.
Para agregar un poco de excentricidad a todo el asunto, era uno de
cuentos y de un autor joven, o si se permite el término, joven
adulto: Sergi Bellver (Barcelona, 1971).
Agua
dura es
de esa estirpe de libros debut –por lo general de relatos– en que
el escritor funde su historia personal como lector y la forma en que
crea su propia literatura, su introducción estética del mundo.
Cuando ese mundo ha sido construido con una verdad que cumple la
voluntad de su lógica, todas las historias se vuelven de una
veracidad inquietante.
El
libro de Bellver
incluye tres partes. La primera con los cuentos “Propiedad
privada”, “El nudo de Koen” y “Los ojos de Sarah”, es
la más extensa y quizá la mejor. “David rodea el coche sin mirar
a su hermana, entra y arranca el motor. A la segunda. Maldice. Es un
coche viejo y enorme, con la suspensión baja por la carga. Grande,
rojo y tan viejo que el óxido y la pintura se confunden como sangre
fresca sobre sangre seca. Diana sube, reclina el respaldo y se tiende
en el asiento, justo cuando David empezaba a mirarla por fin,
irritado: prefiere no llegar demasiado tarde a la propiedad para
poder echarle un buen vistazo el primer día”, informa el narrador
de “Propiedad privada”.
Dos
hermanos se reencuentran luego de mucho tiempo, lo adecuado para
sentirse prácticamente extraños, y emprenden un viaje a una casa de
campo. David podría ser un junkie y Diana una de esas chicas que ha
sobrevivido a casi todo. En un momento el relato cambia de clima y
se vuelve esas películas de terror clase B para adolescentes. No hay
efectos especiales sólo extraños personajes que se enfrentan con
los protagonistas en escenas cada vez más vertiginosas, sangre
incluida.
“El
nudo de Koen”, en cambio, es un cuento en que el terror se describe
sutilmente y que podría incluirse en cualquier buena antología. Un
matrimonio holandés tiraniza a su hijo. Detrás de esa desgracia,
está el recuerdo punzante de un hermano muerto. En esta historia el
paisaje es el otoño que cubre la campiña y los lagos. Bellver
describe poéticamente el escenario como los sentimientos de esa
familia, anclados en la locura.
La
segunda parte cuenta con seis relatos breves y recupera aquel
espíritu de las noticias disparatadas confinadas a las secciones
perdidas en los diarios. El escritor esculpe “Banana Dream”,
“Deseo de ser Dimitri” y “Pájaros que llegan a Moscú” y les
da el grado de ficciones narrativas.
La
literatura de Bellver tiene un carácter clásico. El autor contruye
pacientemente su telaraña narrativa muy cerca de autores como Robert
Walser, Kafka, Chejov, Dostoevsky, Borges. Este mosaico de crudas
instantáneas cierra con “En la boca del otro”, “Mala hierba”
e “Islandia”. En este relato, otra vez, la figura de los hermanos
es protagonista. Uno de ellos llega a tierra extranjera para recibir
las cenizas de su hermano. Es su último deseo y lo cumple, como
otro mandato familiar:
“Retira
la tapa, la deja en el suelo con la inscripción a la vista y vuelca
despacio las cenizas. Mecidas por el hervor del agua, se van
aglutinando en una silueta casi humana y giran con lentitud sobre la
superficie turquesa, dejándose ir hacia el centro de la laguna. Algo
en su cabeza le susurra que le gustaría atreverse, o eso cree, por
un segundo, quitarse el traje y meterse en el agua humeante, y quizá
flotar, sin memoria, tan sólo flotar por una vez junto a su
hermano”.
Vera
review
Agua
dura, Sergi
Bellver (El Nuevo Herald)