Sergio Ramírez ha tenido muchas vidas: fue militante del
Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) –que derrocó al dictador
Anastasio Somoza–, vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de
Daniel Ortega en 1984, y director del periódico El Semanario de Managua.
Ahora todo eso es parte del pasado. Lo único que ha quedado inalterable
es su compromiso con la literatura: difícilmente se puede decir que uno sea “ex
escritor”.
Con Flores oscuras el autor incursiona, otra vez,
en el cuento, aunque algunos de los doce textos reunidos en este volumen tengan
algo de crónica periodística y ensayo personal. En este sentido el escritor
profundiza una línea en el arte de contar historias donde los márgenes que
delimitan los géneros literarios quedan difusos. A diferencia de otros que
intentan desestructurar estos límites,
Ramírez tiene el talento para narrar un hecho –a veces que roza la
anécdota o el chisme– y hacerlo escrupulosamente atractivo: no necesita elevar
la voz o utilizar adjetivos estridentes.
"Levantó la losa que cubría el sarcófago de la
momia, pero se hallaba vacío. La momia debe andar vagando a estas horas por el
mundo, dijo el Jefe, volviendo a colocar la losa. ¿Qué manda entonces?,
preguntó Tito, golpeándose el pecho con el puño. El Jefe caviló antes de
responder: retírese que deseo meditar", escribe Ramírez en “La cueva del
trono de la calavera”, y el enigma se amplifica, le da un aire más grave, con
la vitalidad de su prosa.
También en estas historias el Premio Alfaguara de novela
1998 reflexiona, contrapone datos, revela secretos políticos y, sobre todo,
describe Centroamérica, una región que
ha quedado relegada a las noticias policiales.
Ramírez escapa al lugar común y mientras narra su
intención es menos una mera postal de la actualidad que un recorrido por la
vida de personajes que han quedado como meras notas al pie en los pliegues de
la Historia, torpemente.
“Abott y Costelo”, por ejemplo, es la reconstrucción de
lo que padeció el inmigrante nicaragüense Natividad Canda. El joven, que había entrado a robar un taller
mecánico en Costa Rica, es sorprendido por dos perros rottweiler. Durante más
de dos horas, y ante la mirada fría de los guardias de seguridad, el dueño del
local y la policía, los animales despedazan a Natividad hasta dejarlo poco
menos que una mancha de sangre.
Casi diez años después, el escritor revisa los
expedientes del juicio en que todos los involucrados quedaron libres de
cargos, entrevista a veterinarios y a
médicos, y viaja finalmente al pueblo donde creció el joven para entrevistar a
sus hermanos y su madre. Según el veredicto del juez, escribe el autor, “el
salto de un perro rottweiler es más rápido que la velocidad de un disparo, por
lo que resulta imposible que una bala lo alcance mientras se halle en
movimiento”. Los dos perros, Abbott y Costello, tampoco se
sacrificaron.
Tal vez porque los protagonistas de estas historias estén
enjaulados en una región que destila no sólo violencia sino los fantasmas
tangibles que ella ha propiciado –inequidad social, corrupción, desdén por el
mañana– el autor haya elegido el sutil mecanismo de fundir géneros, trabajarlos
con una libertad absoluta hasta crear relatos no menos convincentes.
Review Flores oscuras, Sergio
Ramirez (El Nuevo Herald)