Friday, March 28, 2014
Tuesday, March 25, 2014
Un debut con relatos inquietantes
En
la lista de los mejores libros editados en el 2013 del suplemento
cultura del diario El País, un título tiraba abajo el ADN que por
lo general tienen ese tipo de trabajos: llenar el espacio comercial
para el arbolito de Navidad. El libro que sobresalía como una bella
flor oxidada entre un jardín de plástico, era Agua
dura.
Para agregar un poco de excentricidad a todo el asunto, era uno de
cuentos y de un autor joven, o si se permite el término, joven
adulto: Sergi Bellver (Barcelona, 1971).
Agua
dura es
de esa estirpe de libros debut –por lo general de relatos– en que
el escritor funde su historia personal como lector y la forma en que
crea su propia literatura, su introducción estética del mundo.
Cuando ese mundo ha sido construido con una verdad que cumple la
voluntad de su lógica, todas las historias se vuelven de una
veracidad inquietante.
El
libro de Bellver
incluye tres partes. La primera con los cuentos “Propiedad
privada”, “El nudo de Koen” y “Los ojos de Sarah”, es
la más extensa y quizá la mejor. “David rodea el coche sin mirar
a su hermana, entra y arranca el motor. A la segunda. Maldice. Es un
coche viejo y enorme, con la suspensión baja por la carga. Grande,
rojo y tan viejo que el óxido y la pintura se confunden como sangre
fresca sobre sangre seca. Diana sube, reclina el respaldo y se tiende
en el asiento, justo cuando David empezaba a mirarla por fin,
irritado: prefiere no llegar demasiado tarde a la propiedad para
poder echarle un buen vistazo el primer día”, informa el narrador
de “Propiedad privada”.
Dos
hermanos se reencuentran luego de mucho tiempo, lo adecuado para
sentirse prácticamente extraños, y emprenden un viaje a una casa de
campo. David podría ser un junkie y Diana una de esas chicas que ha
sobrevivido a casi todo. En un momento el relato cambia de clima y
se vuelve esas películas de terror clase B para adolescentes. No hay
efectos especiales sólo extraños personajes que se enfrentan con
los protagonistas en escenas cada vez más vertiginosas, sangre
incluida.
“El
nudo de Koen”, en cambio, es un cuento en que el terror se describe
sutilmente y que podría incluirse en cualquier buena antología. Un
matrimonio holandés tiraniza a su hijo. Detrás de esa desgracia,
está el recuerdo punzante de un hermano muerto. En esta historia el
paisaje es el otoño que cubre la campiña y los lagos. Bellver
describe poéticamente el escenario como los sentimientos de esa
familia, anclados en la locura.
La
segunda parte cuenta con seis relatos breves y recupera aquel
espíritu de las noticias disparatadas confinadas a las secciones
perdidas en los diarios. El escritor esculpe “Banana Dream”,
“Deseo de ser Dimitri” y “Pájaros que llegan a Moscú” y les
da el grado de ficciones narrativas.
La
literatura de Bellver tiene un carácter clásico. El autor contruye
pacientemente su telaraña narrativa muy cerca de autores como Robert
Walser, Kafka, Chejov, Dostoevsky, Borges. Este mosaico de crudas
instantáneas cierra con “En la boca del otro”, “Mala hierba”
e “Islandia”. En este relato, otra vez, la figura de los hermanos
es protagonista. Uno de ellos llega a tierra extranjera para recibir
las cenizas de su hermano. Es su último deseo y lo cumple, como
otro mandato familiar:
“Retira
la tapa, la deja en el suelo con la inscripción a la vista y vuelca
despacio las cenizas. Mecidas por el hervor del agua, se van
aglutinando en una silueta casi humana y giran con lentitud sobre la
superficie turquesa, dejándose ir hacia el centro de la laguna. Algo
en su cabeza le susurra que le gustaría atreverse, o eso cree, por
un segundo, quitarse el traje y meterse en el agua humeante, y quizá
flotar, sin memoria, tan sólo flotar por una vez junto a su
hermano”.
Vera
review
Agua
dura, Sergi
Bellver (El Nuevo Herald)
Monday, March 10, 2014
Sergio Ramírez: el arte de contar historias con libertad
Sergio Ramírez ha tenido muchas vidas: fue militante del
Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) –que derrocó al dictador
Anastasio Somoza–, vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de
Daniel Ortega en 1984, y director del periódico El Semanario de Managua.
Ahora todo eso es parte del pasado. Lo único que ha quedado inalterable
es su compromiso con la literatura: difícilmente se puede decir que uno sea “ex
escritor”.
Con Flores oscuras el autor incursiona, otra vez,
en el cuento, aunque algunos de los doce textos reunidos en este volumen tengan
algo de crónica periodística y ensayo personal. En este sentido el escritor
profundiza una línea en el arte de contar historias donde los márgenes que
delimitan los géneros literarios quedan difusos. A diferencia de otros que
intentan desestructurar estos límites,
Ramírez tiene el talento para narrar un hecho –a veces que roza la
anécdota o el chisme– y hacerlo escrupulosamente atractivo: no necesita elevar
la voz o utilizar adjetivos estridentes.
"Levantó la losa que cubría el sarcófago de la
momia, pero se hallaba vacío. La momia debe andar vagando a estas horas por el
mundo, dijo el Jefe, volviendo a colocar la losa. ¿Qué manda entonces?,
preguntó Tito, golpeándose el pecho con el puño. El Jefe caviló antes de
responder: retírese que deseo meditar", escribe Ramírez en “La cueva del
trono de la calavera”, y el enigma se amplifica, le da un aire más grave, con
la vitalidad de su prosa.
También en estas historias el Premio Alfaguara de novela
1998 reflexiona, contrapone datos, revela secretos políticos y, sobre todo,
describe Centroamérica, una región que
ha quedado relegada a las noticias policiales.
Ramírez escapa al lugar común y mientras narra su
intención es menos una mera postal de la actualidad que un recorrido por la
vida de personajes que han quedado como meras notas al pie en los pliegues de
la Historia, torpemente.
“Abott y Costelo”, por ejemplo, es la reconstrucción de
lo que padeció el inmigrante nicaragüense Natividad Canda. El joven, que había entrado a robar un taller
mecánico en Costa Rica, es sorprendido por dos perros rottweiler. Durante más
de dos horas, y ante la mirada fría de los guardias de seguridad, el dueño del
local y la policía, los animales despedazan a Natividad hasta dejarlo poco
menos que una mancha de sangre.
Casi diez años después, el escritor revisa los
expedientes del juicio en que todos los involucrados quedaron libres de
cargos, entrevista a veterinarios y a
médicos, y viaja finalmente al pueblo donde creció el joven para entrevistar a
sus hermanos y su madre. Según el veredicto del juez, escribe el autor, “el
salto de un perro rottweiler es más rápido que la velocidad de un disparo, por
lo que resulta imposible que una bala lo alcance mientras se halle en
movimiento”. Los dos perros, Abbott y Costello, tampoco se
sacrificaron.
Tal vez porque los protagonistas de estas historias estén
enjaulados en una región que destila no sólo violencia sino los fantasmas
tangibles que ella ha propiciado –inequidad social, corrupción, desdén por el
mañana– el autor haya elegido el sutil mecanismo de fundir géneros, trabajarlos
con una libertad absoluta hasta crear relatos no menos convincentes.
Review Flores oscuras, Sergio
Ramirez (El Nuevo Herald)
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