Tuesday, March 25, 2014

Un debut con relatos inquietantes

En la lista de los mejores libros editados en el 2013 del suplemento cultura del diario El País, un título tiraba abajo el ADN que por lo general tienen ese tipo de trabajos: llenar el espacio comercial para el arbolito de Navidad. El libro que sobresalía como una bella flor oxidada entre un jardín de plástico, era Agua dura. Para agregar un poco de excentricidad a todo el asunto, era uno de cuentos y de un autor joven, o si se permite el término, joven adulto: Sergi Bellver (Barcelona, 1971).

Agua dura es de esa estirpe de libros debut –por lo general de relatos– en que el escritor funde su historia personal como lector y la forma en que crea su propia literatura, su introducción estética del mundo. Cuando ese mundo ha sido construido con una verdad que cumple la voluntad de su lógica, todas las historias se vuelven de una veracidad inquietante.

El libro de Bellver incluye tres partes. La primera con los cuentos “Propiedad privada”, “El nudo de Koen” y “Los ojos de Sarah”, es la más extensa y quizá la mejor. “David rodea el coche sin mirar a su hermana, entra y arranca el motor. A la segunda. Maldice. Es un coche viejo y enorme, con la suspensión baja por la carga. Grande, rojo y tan viejo que el óxido y la pintura se confunden como sangre fresca sobre sangre seca. Diana sube, reclina el respaldo y se tiende en el asiento, justo cuando David empezaba a mirarla por fin, irritado: prefiere no llegar demasiado tarde a la propiedad para poder echarle un buen vistazo el primer día”, informa el narrador de “Propiedad privada”.

Dos hermanos se reencuentran luego de mucho tiempo, lo adecuado para sentirse prácticamente extraños, y emprenden un viaje a una casa de campo. David podría ser un junkie y Diana una de esas chicas que ha sobrevivido a casi todo. En un momento el relato cambia de clima y se vuelve esas películas de terror clase B para adolescentes. No hay efectos especiales sólo extraños personajes que se enfrentan con los protagonistas en escenas cada vez más vertiginosas, sangre incluida.

El nudo de Koen”, en cambio, es un cuento en que el terror se describe sutilmente y que podría incluirse en cualquier buena antología. Un matrimonio holandés tiraniza a su hijo. Detrás de esa desgracia, está el recuerdo punzante de un hermano muerto. En esta historia el paisaje es el otoño que cubre la campiña y los lagos. Bellver describe poéticamente el escenario como los sentimientos de esa familia, anclados en la locura.

La segunda parte cuenta con seis relatos breves y recupera aquel espíritu de las noticias disparatadas confinadas a las secciones perdidas en los diarios. El escritor esculpe “Banana Dream”, “Deseo de ser Dimitri” y “Pájaros que llegan a Moscú” y les da el grado de ficciones narrativas.

La literatura de Bellver tiene un carácter clásico. El autor contruye pacientemente su telaraña narrativa muy cerca de autores como Robert Walser, Kafka, Chejov, Dostoevsky, Borges. Este mosaico de crudas instantáneas cierra con “En la boca del otro”, “Mala hierba” e “Islandia”. En este relato, otra vez, la figura de los hermanos es protagonista. Uno de ellos llega a tierra extranjera para recibir las cenizas de su hermano. Es su último deseo y lo cumple, como otro mandato familiar:

Retira la tapa, la deja en el suelo con la inscripción a la vista y vuelca despacio las cenizas. Mecidas por el hervor del agua, se van aglutinando en una silueta casi humana y giran con lentitud sobre la superficie turquesa, dejándose ir hacia el centro de la laguna. Algo en su cabeza le susurra que le gustaría atreverse, o eso cree, por un segundo, quitarse el traje y meterse en el agua humeante, y quizá flotar, sin memoria, tan sólo flotar por una vez junto a su hermano”.

                                                                                                        
                                                                                              Vera


review Agua dura, Sergi Bellver (El Nuevo Herald)






Monday, March 10, 2014

Día de los enamorados




Sergio Ramírez: el arte de contar historias con libertad


Sergio Ramírez ha tenido muchas vidas: fue militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) –que derrocó al dictador Anastasio Somoza–, vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de Daniel Ortega en 1984, y director del periódico El Semanario de Managua.  Ahora todo eso es parte del pasado. Lo único que ha quedado inalterable es su compromiso con la literatura: difícilmente se puede decir que uno sea “ex escritor”.

Con Flores oscuras el autor incursiona, otra vez, en el cuento, aunque algunos de los doce textos reunidos en este volumen tengan algo de crónica periodística y ensayo personal. En este sentido el escritor profundiza una línea en el arte de contar historias donde los márgenes que delimitan los géneros literarios quedan difusos. A diferencia de otros que intentan desestructurar estos límites,  Ramírez tiene el talento para narrar un hecho –a veces que roza la anécdota o el chisme– y hacerlo escrupulosamente atractivo: no necesita elevar la voz o utilizar adjetivos estridentes. 

"Levantó la losa que cubría el sarcófago de la momia, pero se hallaba vacío. La momia debe andar vagando a estas horas por el mundo, dijo el Jefe, volviendo a colocar la losa. ¿Qué manda entonces?, preguntó Tito, golpeándose el pecho con el puño. El Jefe caviló antes de responder: retírese que deseo meditar", escribe Ramírez en “La cueva del trono de la calavera”, y el enigma se amplifica, le da un aire más grave, con la vitalidad de su prosa.

También en estas historias el Premio Alfaguara de novela 1998 reflexiona, contrapone datos, revela secretos políticos y, sobre todo, describe  Centroamérica, una región que ha quedado relegada a las noticias policiales.   Ramírez  escapa al lugar común y mientras narra su intención es menos una mera postal de la actualidad que un recorrido por la vida de personajes que han quedado como meras notas al pie en los pliegues de la Historia, torpemente.

“Abott y Costelo”, por ejemplo, es la reconstrucción de lo que padeció el inmigrante nicaragüense Natividad Canda.  El joven, que había entrado a robar un taller mecánico en Costa Rica, es sorprendido por dos perros rottweiler. Durante más de dos horas, y ante la mirada fría de los guardias de seguridad, el dueño del local y la policía, los animales despedazan a Natividad hasta dejarlo poco menos que una mancha de sangre.

Casi diez años después, el escritor revisa los expedientes del juicio en que todos los involucrados quedaron libres de cargos,  entrevista a veterinarios y a médicos, y viaja finalmente al pueblo donde creció el joven para entrevistar a sus hermanos y su madre. Según el veredicto del juez, escribe el autor, “el salto de un perro rottweiler es más rápido que la velocidad de un disparo, por lo que resulta imposible que una bala lo alcance mientras se halle en movimiento”.  Los dos perros,  Abbott y Costello, tampoco se sacrificaron. 

Tal vez porque los protagonistas de estas historias estén enjaulados en una región que destila no sólo violencia sino los fantasmas tangibles que ella ha propiciado –inequidad social, corrupción, desdén por el mañana– el autor haya elegido el sutil mecanismo de fundir géneros, trabajarlos con una libertad absoluta hasta crear relatos no menos convincentes.

 
                                                                                                  Vera
 

Review Flores oscuras, Sergio Ramirez (El Nuevo Herald)