“¿Por
qué?”
La
pregunta, tan complejamente sencilla como un proverbio Zen, salió
como un balbuceo triste de la boca del viejo sheriff
Ed Tom Bell al leer las noticias
policiales en un bar de West Texas, en el film No
country for old men. Ese mismo
interrogante se hizo Edmundo Paz Soldán cuando cayó en sus manos un
dossier
con recortes periodísticos sobre una serie de muertes en Dryden, un
pueblo a veinte minutos de Ithaca, la ciudad donde
vive, en el estado de Nueva York.
“Me quedé impactado, sobre todo porque la mayoría de los que habían muerto eran adolescentes en el último año del colegio”, se lee en la nota que sirve de epílogo a su novela más reciente: Los vivos y los muertos. “Durante un tiempo, la cercanía de Dryden me hizo pensar seriamente en animarme a escribir un libro de investigación periodística sobre el tema; sin embargo, una tarde de 2004, cuando vivía en Sevilla, comencé a escuchar voces. Eran las voces de los adolescentes. De pronto, me di cuenta que, sin escribir una sola línea, sin siquiera haberlo planeado, tenía ya la estructura narrativa de una novela. De modo que decidí escuchar esas voces y ver a dónde me llevaban”.
Y las voces lo llevaron por un camino filoso: un thriller.
Los
personajes de Los vivos y los muertos
viven entre el miedo y la ingenuidad. A
diferencia de sus anteriores novelas, Palacio
Quemado (2006) y El
Delirio de Turing (2003),
caracterizadas por
tener a Bolivia como escenario –a
aquella Bolivia indígena, digna y revoltosa–, esta vez Paz Soldán,
quien actualmente es profesor de Literatura Latinoamericana en la
Universidad de Cornell, describió un mundo de una cotidianidad sin
fe, sobrecargado de marcas de ropa, comida chatarra, malls.
Así, su thriller
también reflexiona sobre los frágiles mecanismos que ponen en
movimiento a la sociedad norteamericana.
Esa misma desde la que escribe –y a la que quizás también describe– hoy, en español.
–Necesito que transcurran varios años para que las experiencias se sedimenten y yo gane en perspectiva. Que hayan pasado veinte años para que yo me haya animado a ambientar toda una novela en Estados Unidos ha sido, digamos, un proceso natural.
Cada
vez hay más autores hispanos –o
de origen hispano– que viven y escriben en Estados Unidos: Daniel
Alarcón y Junot Díaz, por
ejemplo (de origen peruano y dominicano, respectivamente, ambos
escriben en inglés). ¿Piensas
que de algún modo ciertos estereotipos están cambiando?
–Cambian los estereotipos, se forman nuevos estereotipos. Lo ideal es que algún día se acepte que la literatura latina en los Estados Unidos también se escribe en español.
Este
año se han editado varias antologías de nuevos narradores
latinoamericanos en Estados Unidos. ¿Leíste algunas?
–La de Zoetrope (revista fundada por Francis Ford Coppola en 1997, que el año pasado ganó el National Magazine Award), editada por Daniel Alarcón y Diego Trelles.
¿Qué
rasgo principal encuentras entre estos narradores –en esta
antología figuraron, por ejemplo, Ronaldo Menéndez (Cuba), Patricio
Pron (Argentina), Rodrigo Hasbún (Bolivia), Alejandro Zambra (Chile)
y Verónica Stigger (Brasil)– a diferencia de otras generaciones de
escritores?
–Mucho eclecticismo, mucha calidad. No siento que haya una ruptura con la generación anterior, digamos, con la mía. Siento, sí, que se profundizan ciertas tendencias, que se explora cada vez más la intimidad…
Hablando
de generaciones, ¿cómo se explica que un autor canonizado como
Gabriel García Márquez siga vendiendo tantos libros y que su
influencia, a la vez, sea casi nula en las nuevas generaciones?
–Creo que hubo una sobresaturación de su influencia en los años ochenta. Con el tiempo, creo, todo volverá a una medida más justa de su influencia.
¿Qué
obras escritas luego del “boom”
merecerían entrar en el canon latinoamericano?
–Roberto Bolaño y Ricardo Piglia son los autores centrales de un nuevo canon.
¿Cuáles
serían las razones por las que un
autor como Bolaño ha despertado tanto interés en los Estados
Unidos?
–En primer lugar, la calidad enorme de su obra. Dos de sus novelas han estado en la lista de las diez mejores del año según el New York Times. En segundo lugar, el personaje: para la crítica norteamericana, Bolaño es una suerte de Kerouac latinoamericano, un beat a trasmano. Y Kerouac, claro, es uno de los escritores más carismáticos de la literatura de los Estados Unidos. Bolaño sobrevive a la comparación, eso lo hace fascinante.
Adolfo
Bioy Casares les llamaba
“inexplicables” a aquellos autores que gozaban del prestigio que
sus obras no tenían, y daba como ejemplo a Boris Vian o a Horacio
Quiroga. ¿Cuáles son los “inexplicables” de Edmundo Paz Soldán?
–Yo tengo “inexplicables” al revés: los autores que no gozan de un prestigio que en verdad sus obras tienen. Pienso en el ecuatoriano Pablo Palacio, en el boliviano Jaime Sáenz.
Hablemos
de política. Estados Unidos es un
país de inmigrantes; sin embargo, por las últimas leyes y por la
–otra vez pospuesta– Reforma Inmigratoria parecería que eso no
importara. ¿Por qué esta paradoja?
–Porque Estados Unidos nunca tuvo una inmigración como la hispana, de tanta gente dispuesta a no perder su lenguaje, su cultura. Anteriormente, los que venían a este país dejaban de lado ciertos aspectos de su cultura en pos de integrarse con mayor facilidad en una nueva sociedad. Eso asusta a los conservadores.
¿Hay algún aspecto reciente de la política en América Latina que te parezca interesante?
–El auge neopopulista, la aparición de líderes indígenas como Evo…
Sin
hacer futurología, ¿cómo ves la
Bolivia post Evo Morales?
–Bolivia está en medio de una revolución. Va a haber una gran transformación de las relaciones sociales. Paradójicamente, la inclusión social a la que apuntan los cambios de Evo producirá una mayor división a nivel regional. Una fractura que necesitará líderes con mucha visión.
Vera
Entrevista Edmundo Paz Soldan (Level Magazine)