Por insistencia de su traductor norteamericano Norman Thomas di
Giovanni, Jorge Luis Borges finalmente escribió sus memorias. Lo hizo en
inglés, el idioma que había aprendido de su abuela materna, bajo el título
“Autobiographical Essay”, y se publicaron en The New Yorker. Por años circuló
en fotocopias una versión de aquel texto en la traducción del poeta Juan Gelman
para la revista Primera Plana de Buenos Aires hasta que, casi treinta años
después de su publicación en 1970, el
lector en español accedió a ella de manera oficial en un volumen con el sucinto nombre de Autobiografía.
Aquellos fanáticos del autor argentino que buscaban algún dato secreto, una confesión,
acaso un chisme, quedaron defraudados. Como V.S. Naipaul sentenció en su
crítica para The New York Review of Books: “la vida parece haberse extraviado.
Borges se niega a invadir su privacidad. Es apenas otra entrevista, lo que es
decir muy poco por revelar”.
Julio Cortázar nunca escribió sus memorias y mucho menos un diario. No
lo hizo por las cuestiones de Borges –el autor de Bestiario no tenía el
grado de pudor o miedo al ridículo de su compatriota–sino por el conocimiento
que toda autobiografía es una impostura demasiado pesada como para que resista
una lectura, o un documento valioso para
la posteridad. A ambos les importaba un poco todo eso, aunque a Borges se le
notara más. Cortázar no escribió sus memorias, decía, pero sí una cantidad considerable
de cartas que se convierten con la mirada puesta en el presente en una completa
biografía, donde los temas privados y públicos no pueden separarse del
individuo y de los acontecimientos históricos: su literatura y buena parte de
las causas políticas que supo abrazar el autor han marcado el siglo XX en
América Latina.
Esta recopilación integra aquellos tres tomos originalmente publicados
en el año 2000 por la editorial Alfaguara más la incorporación de dos nuevos,
igual de gruesos en tamaño, y con el mismo encanto. La nueva edición corregida
y aumentada con más de mil cartas fue preparada por Aurora Bernárdez – primera
esposa y albacea literaria del escritor— y del filólogo español Carles Álvarez
Garriga, quien ya había trabajado en el libro Cartas a los Jonquiéres de
Cortázar, y que ahora se incluyen.
“Yo ansío la llegada de las vacaciones. No tengo proyectos específicos;
cada día creo menos en los proyectos, y amo dejarme llevar por el instante, por
lo que se presenta inesperadamente. Pero, con todo, el espíritu quiere hundirse
en la niebla de lo venidero, y teje allí sus mallas que, ay, la vida se encarga
casi siempre de desgarrar. Quizá me vaya al norte en febrero; quizá me quede en
casa, entregado a las manos bondadosas de médicos y parientes. Tal vez emplee
el dinero del viaje en publicar un libro, o viceversa (que es más probable;
siento pocos deseos de publicar; la llama sagrada amenaza apagarse)”, escribe
un veinteañero Cortázar que por entonces –1941– trabaja como maestro en un pueblo
de la provincia de Buenos Aires. Para suerte del lector, y la de Julio, esa
llama no sólo no se apagó sino que con los años creció hasta alumbrar con su
calor a varias generaciones.
Los años pasan y el prestigio y libros de Cortázar se suceden al igual
que los viajes, las polémicas políticas y literarias como la fama de los
destinatarios de las cartas: Leopoldo Marechal, Guillermo Cabrera Infante, José
Lezama Lima, Juan Carlos Onetti,
Victoria Ocampo y Alejandra Pizarnik. Aunque la publicación de estos cinco
tomos se convierta en una “versión oficial” de la vida del autor, es mucho
mejor que todas las biografías que se han escrito sobre Cortázar, ya que a
falta de algún dato nuevo, o son complacientes o se pierden en raros análisis
literarios.
Qué pena que Borges escribió tan
pocas cartas.
Vera
Vera
Review Cartas de Julio Cortázar (El Nuevo Herald)