Wednesday, January 30, 2013

Fuentes, el memorioso


 
Personas es el primer libro póstumo de Carlos Fuentes. Poco días antes de darle la última estocada final, esa revisión presumiblemente implacable que sobrevuela sobre el texto como la mirada del halcón –en este caso uno azteca de tradición universal –, el escritor mexicano sufrió un ataque cardíaco. Los obituarios de aquí y allá no se hicieron esperar para el ganador del Premio Cervantes. 
 
Uno de ellos, a cargo del escritor Ilan Stavans, en pocas líneas trazaba su figura: “Carlos Fuentes fue un mexicano con ego argentino y ambición renacentista. Nacido en Panamá y educado en Washington y diversas partes de América Latina, tenía una capacidad políglota admirable: no solamente hablaba varios idiomas sino que se comunicaba a la perfección con públicos distintos como si fuera uno de ellos. Dedicó su ilustre carrera literaria a la redacción de un número casi infinito de páginas, muchas de ellas imposiblemente repetitivas, cuyos temas centrales eran dos: el primero era México… y ya no recuerdo el segundo”.
 
Por su carácter a mitad de camino entre las memorias y la viñeta periodística, Fuentes dibuja en Personas un interesante fresco sobre varios artistas y políticos del siglo XX –algunos de ellos: Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Luis Buñuel, François Mitterrand, Susan Sontag–, que incluye también al personaje que más quiso en vida el autor: él mismo.  Como escribía Stavans, la capacidad de Fuentes para  ser un hábil comunicador frente a distintos hombres, para finalmente convertirse en uno de ellos, resalta entre las páginas de este libro, uno de los más interesantes de su producción. Fuentes habla con Buñuel sobre cine y es difícil diferenciar quién es el director y el espectador; sobre poesía con Neruda y son entonces dos poetas disputando el trofeo de la belleza; con Clinton y el mundo es un lugar menos peligroso, ya que las soluciones están, como la felicidad, a punto de llegar...
 
Fuentes se mueve con desenvoltura sobre el mérito ajeno y el de él. Para muchos, es un espejo que distorsiona, pero en todo caso, gracias a su voluntad de hombre universal –como lo fue su maestro Reyes– se relaciona y arma un puente para los intereses y gustos del lector, porque es difícil no sentir que esos personajes  subrayaron el curso de los últimos tiempos. La inteligencia de Fuentes es trabajar los conceptos de esos artistas y políticos, gracias a lo cual sitúa un espacio de batalla donde las ideas se plantean y se refutan.
 
“¿Qué mueve a la migración laboral? Hoy, alega John Kenneth Galbraith, se observan dos tipos de pobreza: la que aflige a las minorías en algunas sociedades y la que aflige a todos menos a las minorías en otras. La pobreza de masas no se debe a la escasez o abundancia de recursos naturales. West Virginia los tiene y es pobre. Connecticut no los tiene, y es rico. ¿Se deben la pobreza y el bienestar a la naturaleza del gobierno y del sistema económico? La historia nos demuestra que todo ejemplo tiene lo opuesto y toda regla su excepción. China, pese a la retórica, ha hecho más para vencer la pobreza que la India, a pesar de la suya”.
 
El autor mexicano recuerda y no hay indicios de nostalgia ni tristeza, sí afecto, como sucede en el capítulo dedicado a Julio Cortázar. Fuentes le debe al autor de Rayuela  esa cálida palmada en la espalda que fue la carta que le envió al publicar en 1958 su primera novela,  La región más transparente: “La inteligencia y la exigencia, el rigor y la simpatía, se volvían inseparables y configuraban, ya, al ser humano que me escribía de usted y con el que yo ansiaba romper el turrón. Su correspondencia era el hombre entero más ese misterio, esa adivinanza, ese deseo de confirmar que, en efecto, el hombre era tan excelente como sus libros y éstos, tan excelentes como el hombre que los escribía”.
 
En el conjunto de semblanzas reunidas en este libro, Carlos Fuentes, luego de Juan Rulfo, finalmente el autor mexicano más internacional, transmite el testimonio de un hombre que estuvo en el momento oportuno junto a las personas precisas. Desde esa  perspectiva, es generoso con su memoria, en la construcción de una biografía para que puedan leerla aquellos que todavía están vivos.
 
                    
                                                                                       Vera
 
 
 
Review Personas, Carlos Fuentes (El Nuevo Herald)

Bla, Bla, Bla


Friday, January 11, 2013

Pablo Escobar mira la tv



El 2 de diciembre de 1993 Pablo Escobar entró en la inmortalidad. Poco antes de ese día en que la Policía Nacional de Colombia le diera tres tiros –uno en la pierna, otro en el hombro y un último y certero en la oreja–, el narcotraficante era una leyenda en su país. Aquel hombre gordito, de bigote gracioso y la mirada triste, había creado desde la ciudad de Cali una estructura de poder capaz de enfrentar al Estado; lo que el dinero de la cocaína no llegaba a sobornar, la violencia lo completaba. Para muchísimos, Escobar en vida fue el sinónimo del Mal; sólo unos pocos, acaso aquellos que ese mismo Estado les daba vuelta la cara década tras década, veneraban su figura como la de un ídolo cercano. El hombre que la revista Forbes señalaba como el séptimo más rico del mundo, y edificaba casas y estadios de fútbol en barrios humildes, había salido de allí gracias a un curioso negocio, probablemente un tanto difícil de explicar pero muy fácil de hacer.
 
A través de Escobar, el patrón del mal, el escritor y ex alcalde de Medellín Alonso Salazar investiga ese oscuro destino. En los tres años que duró el proceso del libro, el autor logró entrevistar a   familiares y amigos, habló con sicarios y jefes de cárteles, accedió a documentos privados, juntó de aquí y allá datos y los cotejó, supo separar mucho de los malentendidos que rodean al narco. Lo que ha quedado es un trabajo coral –y la vida de Escobar tiene mucho de tragedia griega–, un libro que se lee con la misma atención con la que escuchamos un secreto.
 
Puede que esta cualidad haya finalmente convencido a los productores Juana Uribe y Camilo Cano –cuyas familias padecieron el terror del narco – para adaptar el libro en la serie de televisión que actualmente se transmite en varios países del continente, incluido los Estados Unidos. En verdad, el libro de Alonso Salazar se publicó en el 2001 como La Parábola de Pablo, pero debido al éxito de la serie, este año se reeditó bajo el título Escobar, el patrón del mal, y en pocas semanas se convirtió en un best-seller.
 
“Este texto no busca revelar verdades judiciales no dichas, quiere contribuir a construir una verdad histórica”, escribe Salazar en la introducción. “Sobre todo, contar que Escobar no es un caso fortuito, sino que es producto de unas circunstancias históricas y culturales específicas de un país como Colombia, que siempre parece a medio hacer, combinadas con el gran negocio del fin de siglo: la producción y exportación de drogas ilícitas. En una de sus acepciones, parábola significa narración de la que se deduce una enseñanza o historia que deja una moraleja. La historia de Escobar interroga a la sociedad toda, a las élites de la política, la economía y las Fuerzas Armadas sobre la coherencia de nuestro Estado y nuestra suficiencia para construir una nación en la que sea posible la vida en dignidad para todos”. 
 
Sería un error confundir el libro de Salazar con otras obras que han tratado el tema del narcotráfico y también fueron adaptadas para la televisión. No deja de impresionar que en la mayoría de estos casos se hiciera una banalización del terror que se relaciona con el narcotráfico,  precisamente ese Mal –escrito siempre en mayúscula– que a más de quince años de la muerte de quien lo cultivó con codicia, se ha extendido por el mundo, y no parece tener fin.
 
 
                                                             Vera
 
 
Review Escobar, el patrón del mal, de Alonso Salazar (El Nuevo Herald)
 

Wednesday, January 2, 2013

Cortázar: una biografía en cartas




Por insistencia de su traductor norteamericano Norman Thomas di Giovanni, Jorge Luis Borges finalmente escribió sus memorias. Lo hizo en inglés, el idioma que había aprendido de su abuela materna, bajo el título “Autobiographical Essay”, y se publicaron en The New Yorker. Por años circuló en fotocopias una versión de aquel texto en la traducción del poeta Juan Gelman para la revista Primera Plana de Buenos Aires hasta que, casi treinta años después de su publicación en 1970,  el lector en español accedió a ella de manera oficial  en un volumen con el sucinto nombre de Autobiografía. Aquellos fanáticos del autor argentino que buscaban algún dato secreto, una confesión, acaso un chisme, quedaron defraudados. Como V.S. Naipaul sentenció en su crítica para The New York Review of Books: “la vida parece haberse extraviado. Borges se niega a invadir su privacidad. Es apenas otra entrevista, lo que es decir muy poco por revelar”. 

Julio Cortázar nunca escribió sus memorias y mucho menos un diario. No lo hizo por las cuestiones de Borges –el autor de Bestiario no tenía el grado de pudor o miedo al ridículo de su compatriota–sino por el conocimiento que toda autobiografía es una impostura demasiado pesada como para que resista una lectura, o un documento valioso  para la posteridad. A ambos les importaba un poco todo eso, aunque a Borges se le notara más. Cortázar no escribió sus memorias, decía, pero sí una cantidad considerable de cartas que se convierten con la mirada puesta en el presente en una completa biografía, donde los temas privados y públicos no pueden separarse del individuo y de los acontecimientos históricos: su literatura y buena parte de las causas políticas que supo abrazar el autor han marcado el siglo XX en América Latina.   
 
Esta recopilación integra aquellos tres tomos originalmente publicados en el año 2000 por la editorial Alfaguara más la incorporación de dos nuevos, igual de gruesos en tamaño, y con el mismo encanto. La nueva edición corregida y aumentada con más de mil cartas fue preparada por Aurora Bernárdez – primera esposa y albacea literaria del escritor— y del filólogo español Carles Álvarez Garriga, quien ya había trabajado en el libro Cartas a los Jonquiéres de Cortázar, y que ahora se incluyen. 
 
“Yo ansío la llegada de las vacaciones. No tengo proyectos específicos; cada día creo menos en los proyectos, y amo dejarme llevar por el instante, por lo que se presenta inesperadamente. Pero, con todo, el espíritu quiere hundirse en la niebla de lo venidero, y teje allí sus mallas que, ay, la vida se encarga casi siempre de desgarrar. Quizá me vaya al norte en febrero; quizá me quede en casa, entregado a las manos bondadosas de médicos y parientes. Tal vez emplee el dinero del viaje en publicar un libro, o viceversa (que es más probable; siento pocos deseos de publicar; la llama sagrada amenaza apagarse)”, escribe un veinteañero Cortázar que por entonces –1941– trabaja como maestro en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Para suerte del lector, y la de Julio, esa llama no sólo no se apagó sino que con los años creció hasta alumbrar con su calor a varias generaciones.
 
Mario Vargas Llosa le envía el manuscrito de La casa verde para que el escritor argentino ya radicado en París le de su opinión.  Cortázar, lector entrenado y nada complaciente, le da la bienvenida:  “Quiero decirte, ante todo, que una de las horas más gratas que me reserva el futuro será la relectura de tu libro cuando esté impreso, cuando no haya que luchar con esa a partida en dos que tiene tu condenada máquina. Sí, leer tu libro impreso va a ser una gran maravilla, porque volveré a vivir el largo viaje de Fushía y Aquilino, que me parece la viga maestra del edificio, o mejor, el hilo conductor de todo el tapiz, como en los diagramas geográficos la línea del nivel del mar parece regir todas las curvas ascendentes y descendentes, las montañas y las fosas submarinas”.
 
Los años pasan y el prestigio y libros de Cortázar se suceden al igual que los viajes, las polémicas políticas y literarias como la fama de los destinatarios de las cartas: Leopoldo Marechal, Guillermo Cabrera Infante, José Lezama Lima,  Juan Carlos Onetti, Victoria Ocampo y Alejandra Pizarnik. Aunque la publicación de estos cinco tomos se convierta en una “versión oficial” de la vida del autor, es mucho mejor que todas las biografías que se han escrito sobre Cortázar, ya que a falta de algún dato nuevo, o son complacientes o se pierden en raros análisis literarios.
 
Qué pena que Borges escribió tan pocas cartas. 


                                                                                              Vera
 
 
                                                                                                        
 
Review Cartas de Julio Cortázar (El Nuevo Herald)