El lector que a menudo visite las librerías en los Estados Unidos sabe que la sección en
español lentamente ocupa más lugar y los títulos no son siempre de autoayuda,
dietas milagrosas o cómo convertirse en un hispano millonario y generoso con la
raza humana en tan sólo dos horas y media. En esa variedad de temas y autores
hay un inevitable: Gabriel García
Márquez. El otro que se suma al club es
Roberto Bolaño. Aunque no haya ganado el
Nobel como el colombiano, desde su muerte a los cincuenta años de edad el
escritor chileno se ha convertido
en un referente de la literatura
universal. Como sucede en estos casos,
las claves no rechazan la complejidad, cierto azar y la simple y concreta prueba de que
Bolaño es un gran escritor: allí están sus libros, ahora al alcance de
la mano.
Edmundo Paz Soldán sostiene que la
calidad de su obra y el personaje, una suerte de Kerouac latinoamericano, un
beat a trasmano, lo convirtieron en un autor digerible para el lector estadounidense. Jorge Edwards no se ha cansado de repetir que es un escritor
para escritores, confirmando que los autores del Boom no suelen practicar el
hábito de la generosidad con todo lo que vino después.
Estrella distante como Los detectives salvajes es una novela
perfecta en la obra de Roberto Bolaño –
2666 pertenece al género de los grandes libros
inconclusos: en el siglo XX En busca
del tiempo perdido acaso sea el ejemplo más conocido –. Son tan sólo 160 páginas pero ahí está todo: la
grotesca pesadilla de las dictaduras latinoamericanas, la unión de literatura y
vida como aventura total, el amor bajo sus escurridizas formas, el Mal.
Recrear una época no es fácil y, mal que pese, es el deber de todo
escritor. Lo que hace fascinante Estrella distante es que Bolaño nunca pareció olvidar este detalle
y en la tarea logró incluir sus
pesadillas, el lenguaje, la mitología que es el residuo de la actualidad, hacer
de borrosos personajes, hombre y mujeres que serían una nota a pie de página en
la historia, la trama y sentido del arte.
''Lentamente, por entre las nubes, apareció el avión. Al principio era una
mancha no superior al tamaño de un mosquito. Calculé que venía de una base
aérea de las cercanías, que tras un periplo aéreo por la costa volvería a su
base. Poco a poco, pero sin dificultad, como si planeara en el aire, se fue
acercando a la ciudad, confundido entre nubes cilíndricas, que flotaban a gran
altura, y las nubes con forma de aguja que eran arrastradas por el viento casi
a ras de los techos. (…) Cuando pasó por encima del Centro La Peña el ruido que
hizo fue como el de una lavadora estropeada. Desde donde estaba pude ver la
figura del piloto y por un instante creí que levantaba la mano y nos decía
adiós''.
Como ha señalado Rodrigo Fresán, que fue su amigo en España, país donde
residió el autor chileno hasta su muerte en el 2003, Bolaño fue el último de su generación que
quiso ser un escritor latinoamericano. El adjetivo, para él, no era complejo de
inferioridad. La solución del enigma en Estrella
distante no resuelve el problema. Tal vez ese planteo suspensivo termine de
convertir a la novela es un objeto de seducción, una y otra vez.
Review Estrella Distante, Roberto Bolaño (El Nuevo Herald)