Friday, September 28, 2012

Bayly: Buenos Aires me mata


Escupirán sobre mi tumba cierra la trilogía denominada “Morirás mañana” que empezó hace un par de años con las novelas El escritor sale a matar y El misterio de Alma Rossi. En todas, está presente la figura de Javier Garcés, un autor de cierta fama en América Latina al que le queda muy poco tiempo de vida y entonces prefiere usar ese tiempo asesinando a varios personajes que, según él, le han arruinado vilmente la existencia. Por supuesto, Garcés tiene mucho del propio Bayly—irónico y algo crédulo, de más de cincuenta años—, atributos que obviamente agradecen sus fieles admiradores que siguen cada una de sus novelas e incursiones en la televisión.
 Está última entrega de la trilogía—inspirada, según Bayly, en la del sueco Stieg Larsson—tiene a la ciudad de Buenos Aires como locación central. Allí Garcés encontrará a sus nuevas víctimas: la dueña de una librería del barrio de la Recoleta, un famoso periodista de radio y tv, el propietario de un exclusivo restaurante, un desagradable vecino que suele molestarlo con todo tipo de ruidos (“flatulencias escandalosas”, incluidas), y un actor gay venido a menos y adicto a la cocaína. Todos, por supuesto, curiosos personajes y bien argentinos que son la excusa perfecta para que Garcés-Bayly viva disparatadas aventuras y suelte de paso su ironía corrosiva, en palabras de Bayly:
 “Me llevo bien con los argentinos a pesar de que en Sudamérica tienen fama de pedantes, de presumidos, de mirarnos a los demás por encima del hombro, de no sentirse sudamericanos sino europeos. Todo argentino es un entrenador de la selección de fútbol de su país (y si lo dejan, de la de España también). Todo argentino es presidente de su país (y si lo dejan, dictador de Cuba también). […] Todo argentino es un profeta, un visionario, un iluminado”.
 Hablar de Argentina es también hacerlo de Buenos Aires. En esta capital de un imperio que nunca existió, como bien sentenció André Malraux, la figura de Jorge Luis Borges es mítica. Y Bayly, antes que nada, es un lector. Por eso, hay un momento en la novela que el recuerdo tiene el peso autobiográfico, se convierte en un plano fijo como aquellos que tan bien encontramos en el cine. Esa escena captura gestos, palabras, movimientos que hoy cobran otro sentido, y es el día en que el narrador peruano aún inédito y muy joven se encuentra con Jorge Luis Borges. Ese suceso, contado como real por Bayly en varios reportajes, ocurrió dos años antes de que el escritor argentino muriera en Suiza.
 En general, la nueva novela de Bayly es predecible, aunque no defrauda. En cada capítulo están las entrelíneas y chistes internos que como un código ha establecido el autor peruano a lo largo de su carrera. Mucho de ello, sin duda, se ha fortalecido por el éxito que obtuvieron las adaptaciones cinematográficas de sus novelas—La mujer de mi hermano, No se lo digas a nadie– como por los premios Planeta y Herralde por las novelas—Y de repente, un ángel y La noche es virgen, respectivamente–, dos de los galardones más publicitados de la literatura en español.

                                                                              
                                                                                        Vera

 
 
Review Escupirán sobre mi tumba, Jaime Bayly (TintaFrescaUS) 
 

Monday, September 10, 2012

Bolaño cercano


El lector que a menudo visite las librerías en  los Estados Unidos sabe que la sección en español lentamente ocupa más lugar y los títulos no son siempre de autoayuda, dietas milagrosas o cómo convertirse en un hispano millonario y generoso con la raza humana en tan sólo dos horas y media. En esa variedad de temas y autores hay un inevitable:  Gabriel García Márquez. El otro que se suma  al club es Roberto Bolaño.  Aunque no haya ganado el Nobel como el colombiano, desde su muerte a los cincuenta años de edad el escritor chileno se  ha convertido en  un referente de la literatura universal. Como  sucede en estos casos, las claves no rechazan la complejidad, cierto azar y la simple y concreta  prueba de que  Bolaño es un gran escritor: allí están sus libros, ahora al alcance de la mano.

Edmundo Paz Soldán  sostiene que la calidad de su obra y el personaje, una suerte de Kerouac latinoamericano, un beat a trasmano, lo convirtieron en un autor digerible para el lector estadounidense. Jorge Edwards no se ha cansado de repetir que es un escritor para escritores, confirmando que los autores del Boom no suelen practicar el hábito de la generosidad con todo lo que vino después.
 
Estrella distante como Los detectives salvajes es una novela perfecta en la obra de Roberto Bolaño –
2666  pertenece al género de los grandes libros inconclusos: en el siglo XX  En busca del tiempo perdido acaso sea el ejemplo más conocido –. Son  tan sólo 160 páginas pero ahí está todo: la grotesca pesadilla de las dictaduras latinoamericanas, la unión de literatura y vida como aventura total, el amor bajo sus escurridizas formas, el Mal.
 
 Un aprendiz de escritor en los años del gobierno socialista de Salvador Allende es quien narra la historia.  Concurre al taller  de un poeta de provincia donde conoce a las hermanas Garmendia –a las que desea en silencio – y a un extraño personaje,  Alberto Ruiz-Tagle,  aristócrata  y poco dado a la bohemia y asuntos políticos. Es finales del 72 y el tiempo empieza a oler cargado. En pocos meses la dictadura de Pinochet asume el  poder y el terror se expande por el país.  Ruiz-Tagle continúa con los poemas, esta vez patrióticos y no exentos de violencia, pero ahora los escribe desde y sobre el cielo, con la estela de humo que deja su avión. El joven se ha convertido en un piloto de las fuerzas armadas de Chile y se hace llamar Carlos Wieder. El narrador, mientras tanto, debe exiliarse. En su vagabundeo por Europa las noticias llegan  fragmentarias y oscuras:  compañeros que son ahora  presos políticos, amigos asesinados por  los militares. Y  por supuesto, como un espectro irascible, que asume todo contacto con la realidad, Wieder, una vez más bajo otro cambio de piel.     
 
Recrear una época no es fácil y, mal que pese, es el deber de todo escritor. Lo que hace fascinante Estrella distante es que  Bolaño nunca pareció olvidar este detalle y  en la tarea logró incluir sus pesadillas, el lenguaje, la mitología que es el residuo de la actualidad, hacer de borrosos personajes, hombre y mujeres que serían una nota a pie de página en la historia, la trama y sentido del arte.
 
''Lentamente, por entre las nubes, apareció el avión. Al principio era una mancha no superior al tamaño de un mosquito. Calculé que venía de una base aérea de las cercanías, que tras un periplo aéreo por la costa volvería a su base. Poco a poco, pero sin dificultad, como si planeara en el aire, se fue acercando a la ciudad, confundido entre nubes cilíndricas, que flotaban a gran altura, y las nubes con forma de aguja que eran arrastradas por el viento casi a ras de los techos. (…) Cuando pasó por encima del Centro La Peña el ruido que hizo fue como el de una lavadora estropeada. Desde donde estaba pude ver la figura del piloto y por un instante creí que levantaba la mano y nos decía adiós''.
 
Como ha señalado Rodrigo Fresán, que fue su amigo en España, país donde residió el autor chileno hasta su muerte en el 2003,  Bolaño fue el último de su generación que quiso ser un escritor latinoamericano. El adjetivo, para él, no era complejo de inferioridad.  La solución del enigma en Estrella distante no resuelve el problema. Tal vez ese planteo suspensivo termine de convertir a la novela es un objeto de seducción, una y otra vez. 
 
                                
                                                                                                    Vera



Review Estrella Distante, Roberto Bolaño (El Nuevo Herald)

Sunday, September 2, 2012

Padura en el barrio Chino




Así como por la prosa violenta de los graffitis de las paredes de los baños públicos se podía entender mucho de los rasgos de un país, según el escritor polaco Witold Gombrowicz, tal vez los lectores del futuro encuentren algún sentido en esos mensajes de texto disparados por celulares carísimos fabricados con mano de obra barata china. Y así como las novelas policiales de Raymond Chandler y Dashiell Hammett describen mejor que cualquier manual de historia los tiempos alevosamente corruptos de la Gran Depresión en los Estados Unidos, las obras de Pedro Juan Gutiérrez y Leonardo Padura son implacables postales oscuras del último cuarto de siglo cubano.  Esa literatura considerada injustamente menor por ciertos académicos, escrita con una prosa justísima  y clara, más cercana a la narrativa norteamericana que al barroco de la Isla,  ha dado títulos como Trilogía sucia de La Habana, El insaciable hombre araña, Paisaje de otoño, La neblina del ayer.
 
Pero si el narrador en las novelas de Gutiérrez es una primera persona que se parece (o simula) al autor, Padura es menos obvio y ha creado un personaje lúcido y sensible, el detective Mario Conde. Este hombre cansado de tantas cosas, pero sobre todo de sí mismo, que bebe ron Santiago y ama los libros y las mujeres que lo tratan mal, hoy regresa con una nueva aventura, La cola de la serpiente. Todo empieza con un imagen contundente: el anciano Pedro Cuang aparece ahorcado en su habitación.  Con una navaja le grabaron en el pecho un círculo con dos flechas, y también le han amputado un dedo. Todo esto con el trasfondo del viejo Barrio Chino, que ahora, lejos del antiguo esplendor de teatros y restaurantes, es un lugar sórdido donde se vende cocaína, hay bancos de juego ilícito y fabricas clandestinas de ron y cerveza.
 
Para Conde, aunque haga diez años que trabaje en la policía, éste es su primer “caso chino”. Sabe muy bien que a la muerte extravagante de Cuang se le suma un problema mayor y es el hurgar en una sociedad que actúa como una secta, de códigos e idioma herméticos, y necesita de un aliado para poder romper esa muralla.
 
“Porque si de algo estaba convencido en aquel instante, era que nadie, al menos en el Barrio Chino de La Habana, iba a tomarse el trabajo de dejar aquellas trazas como un simple juego de espejos para despistar a la policía.(...) En realidad, su mayor problema era que todo le parecía extraordinario en la vida de aquellos chinos que vivían en el mismo centro de la ciudad desde hacía más de un siglo y seguían siendo gentes lejanas y distintas, de quienes se conocían con toda certeza apenas dos o tres tópicos inútiles en aquel momento: arroz frito, pomadita china para el dolor de cabeza, el baile del león y la existencia de aquellas películas sin subtítulos, como la que una vez, muchos años atrás, vio el Conde en El Aguila de Oro, rodeado por los aplausos, carcajadas y lágrimas de los espectadores chinos, gozadores pletóricos de un espectáculo para él incomprensible”.   
 
El consumidor de novelas policiales es un lector con estilete, que disecciona desconfiado cada una de las trampas que ha querido construir pacientemente el autor. La suspensión de la incredulidad, como ha escritor Samuel Taylor Coleridge, implica una tarea difícil, un problema activo. En ese contexto,  Padura mantiene el control de la trama con cada nuevo detalle que expone, pero redobla la apuesta con personajes como Patricia y Juan Chion. Y más aún, con el clima extraño – de una nostalgia perturbadora– de La Habana.
 
En La cola de la serpiente, séptima novela protagonizada por el detective más conocido de la literatura cubana, por el que Leonardo Padura ha ganado en varias ocasiones premios como el Café Gijón y el Hammet, y le ha dado traducciones a numerosos idiomas, el autor no defrauda a los seguidores de Conde de aquí y de allá, y sin morderse la cola. 
 
 
 
                                                                                         Vera
 
 
 
 
Review La cola de la serpiente, Leonardo Padura (El Nuevo Herald)