Thursday, February 11, 2016

Jonathan Coe, escribe sobre secretos de mujeres



Jonathan Coe (Birmingham, 1961) renunció con elegancia a la corona de la fama y la publicidad literaria que sí aceptaron Martin Amis, Salman Rushdie y Julian Barnes, una generación de autores ingleses de reconocimiento planetario. La renuncia, es claro destacar, no ha lastimado el prestigio de verdadero artesano de la novela que es Coe, al contrario, se podría afirmar que el estar en la línea de sombra le ha sentado demasiado bien, con novelas cargadas de helada ironía como ¡Menudo reparto! (Premio John Llewellyn Rhys) y La casa del sueño (Premio Writer’s Guild Best Fiction y, en Francia, el Médicis Extranjero).

La lluvia antes de caer (Anagrama) no tiene el humor ni la maldad de sus trabajos anteriores, aquí el eje de estos atributos se corre a una historia íntima, de madres e hijas que cubre un arco de medio siglo que incluye la Segunda Guerra Mundial, la ciudades de Londres y Toronto y el sur de la campiña francesa de años recientes.

La anciana Rosamond, protagonista de esta delicada novela, fallece en la más completa soledad. “En el cementerio se extendía un césped de un verde más claro (roto solamente en algunos sitios por afloramientos de piedras cubiertas de musgo y de líquenes), donde las lápidas se alzaban discretamente o sobresalían a veces en ángulos curiosos, dejadas de la mano de Dios”, reflexiona el narrador omnisciente de la primera parte de La lluvia antes de caer. “Detrás de ellas, en aquella débil luz otoñal, se elevaba la torre de la Iglesia de Todos los Santos, de un color castaño rojizo, achaparrada, atemporal, con las agujas doradas de la esfera de su reloj, paradójicamente relucientes y bruñidas, marcando casi las once. Las paredes de ladrillo eran irregulares y desiguales, como el típico enlosado de las iglesias. Y había grajos anidando en las torres del tejado”.

Rosamond fallece en la más completa soledad, decíamos, lo que significa que poco y nada sabe su sobrina nieta Gill de la septuagenaria, salvo que para su sorpresa, ha dejado como herencia varios cassettes donde con su propia voz describe veinte fotografías tomadas a lo largo de toda una vida.

Las fotografías, en verdad, tienen una única destinataria: Imogen, una joven ciega. En caso de que Gill no logré hallarla, puede escuchar las cintas. Rosamond –Jonathan Coe– tiene la astucia del narrador clásico que muestra un poco y lo demás lo sugiere, como un juego de sombras chinas. A modo de un arcón que se abre a una avenida poblada de fantasmas y secretos, esos cassettes contienen la voz de una mujer sabia que describe un mundo pretérito, distante del obsceno ruido del siglo XXI.

Coe es un maestro generoso de los climas y el color, cada palabra es puesta como si fuera una delicada piedra en un rosario de detalles preciosos. La herencia de una familia, recuerda el autor inglés, no es el lazo sanguíneo ni el dinero sino las historias que nos representan. La lluvia antes de caer es una novela que posee una intimidad que se asemeja a disfrutar un buen libro con una taza de té mientras el cielo presagia la lluvia inevitable.

                                                                                                                                                                                 Vera



Review La lluvia antes de caer, Jonathan Coe, El Nuevo Herald