Jonathan Coe (Birmingham, 1961) renunció con elegancia a la corona de la fama
y la publicidad literaria que sí aceptaron Martin Amis, Salman
Rushdie y Julian Barnes, una generación de autores ingleses de
reconocimiento planetario. La renuncia, es claro destacar, no ha
lastimado el prestigio de verdadero artesano de la novela que es Coe,
al contrario, se podría afirmar que el estar en la línea de sombra
le ha sentado demasiado bien, con novelas cargadas de helada ironía
como ¡Menudo
reparto! (Premio
John Llewellyn Rhys) y La
casa del sueño
(Premio Writer’s Guild Best Fiction y, en Francia, el Médicis
Extranjero).
La
lluvia antes de caer
(Anagrama) no tiene el humor ni la maldad de sus trabajos anteriores,
aquí el eje de estos atributos se corre a una historia íntima, de
madres e hijas que cubre un arco de medio siglo que incluye la
Segunda Guerra Mundial, la ciudades de Londres y Toronto y el sur de
la campiña francesa de años recientes.
La
anciana Rosamond, protagonista de esta delicada novela, fallece en la
más completa soledad. “En el cementerio se extendía un césped de
un verde más claro (roto solamente en algunos sitios por
afloramientos de piedras cubiertas de musgo y de líquenes), donde
las lápidas se alzaban discretamente o sobresalían a veces en
ángulos curiosos, dejadas de la mano de Dios”, reflexiona el
narrador omnisciente de la primera parte de La
lluvia antes de caer.
“Detrás de ellas, en aquella débil luz otoñal, se elevaba la
torre de la Iglesia de Todos los Santos, de un color castaño rojizo,
achaparrada, atemporal, con las agujas doradas de la esfera de su
reloj, paradójicamente relucientes y bruñidas, marcando casi las
once. Las paredes de ladrillo eran irregulares y desiguales, como el
típico enlosado de las iglesias. Y había grajos anidando en las
torres del tejado”.
Rosamond
fallece en la más completa soledad, decíamos, lo que significa que
poco y nada sabe su sobrina nieta Gill de la septuagenaria, salvo que
para su sorpresa, ha dejado como herencia varios cassettes donde con
su propia voz describe veinte fotografías tomadas a lo largo de toda
una vida.
Las
fotografías, en verdad, tienen una única destinataria: Imogen, una
joven ciega. En caso de que Gill no logré hallarla, puede escuchar
las cintas. Rosamond –Jonathan Coe– tiene la astucia del narrador
clásico que muestra un poco y lo demás lo sugiere, como un juego de
sombras chinas. A modo de un arcón que se abre a una avenida
poblada de fantasmas y secretos, esos cassettes contienen la voz de
una mujer sabia que describe un mundo pretérito, distante del
obsceno ruido del siglo XXI.
Coe
es un maestro generoso de los climas y el color, cada palabra es
puesta como si fuera una delicada piedra en un rosario de detalles
preciosos. La herencia de una familia, recuerda el autor inglés, no
es el lazo sanguíneo ni el dinero sino las historias que nos
representan. La
lluvia antes de caer
es una novela que posee una intimidad que se asemeja a disfrutar un
buen libro con una taza de té mientras el cielo presagia la lluvia
inevitable.
Vera
Review
La lluvia antes de caer, Jonathan Coe, El Nuevo Herald