No sucede todos los días. Una importante empresa de
comunicaciones ha lanzado una campaña nacional para ayudar a mejorar el
rendimiento académico de los alumnos hispanos. La iniciativa hace énfasis
específico en aumentar los índices de graduación de secundaria, preparación
preuniversitaria y culminación de los estudios universitarios entre
estudiantes. Junto al apoyo de otras fundaciones, se ha sumado el Departamento
de Educación de los Estados Unidos. Lo peculiar, lo que da de alguna manera
valor agregado a todo ese esfuerzo, es que de las caras visibles para los
anuncios de publicidad, esta vez, se
haya incluido entre actores, periodistas y deportistas, a una escritora. Y que ella sea Sandra Cisneros.
Buena parte de la literatura proveniente de autores
hispanos de los Estados Unidos, sea la escrita en español o inglés, sin la
aparición de esta novelista y poeta nacida en Chicago, de padres mexicanos,
tendría otro lugar en las aulas universitarias y los medios de comunicación: un
lugar lleno de lugares comunes, el cliché que tanto disfruta el cine de
Hollywood. Y eso, en el mejor de los casos.
Su debut en 1984 con The House on Mango Street
(La casa en Mango street) era un relato de iniciación, una coming-of-age novel,
que vendió dos millones de copias y fue traducida a once idiomas. La novela
tuvo un peculiar destino. Primeramente se editó en un pequeño sello, Arte Público Press. Con el paso de los años
y gracias a fieles lectores el libro se volvió un pequeño clásico. Así,
en 1991 decidió editarla Random House.
De su obra, se destaca también el libro Caramelo que fue
seleccionado como Libro del Año por The New York Times, Los Angeles Times, San
Francisco Chronicle y Chicago Tribune.
Sandra Cisneros vive en San Antonio, Texas. Divide su tiempo entre la
escritura y la docencia. Además tiene la fundación Macondo (su homenaje a
Gabriel García Márquez) donde jovenes autores encuentran un lugar propicio para
seguir creando.
¿Cómo ve a la comunidad
hispana en la actualidad?
–Es un momento difícil. Especialmente para los
mexicanos y los inmigrantes. Siempre digo que estamos viviendo una etapa fuerte
después de las caídas de las Torres Gemelas. Necesitamos más que nunca la
fortaleza de nosotros mismos ya que hay mucha
xenofobia. Creo que tenemos que hacer cosas positivas. Yo me hice
escritora por mi madre. En mi casa no había libros pero los sueños que mi madre
no alcanzó a lograr, yo sí los pude hacer realidad.
Trabajó en su primera novela, La
casa en Mango Street desde los 21 hasta los 28 años. Cuando finalmente la
terminó, ya tenía 30, y se publicó bajo
un sello independiente. Tuvieron que
pasar otros tantos años para que una editorial de las grandes se diera cuenta
de la calidad del libro y reeditarla. Es mucho tiempo. Y nunca bajó los brazos.
¿Se imaginó que ese iba a ser el destino de la novela?
–La verdad que sí y no. La escribí durante una etapa
que me sentía muy impotente. Trabajaba como maestra y el contacto con mis
alumnos, en su mayoría gente adulta que volvía a retomar los estudios, era muy
fuerte. Ellos tenían problemas y me sentía mal ya que quería cambiar el destino
de sus vidas. Cuando volvía a mi casa, luego de escuchar semejantes historias,
se hacía muy difícil dormir. En verdad me costaba. Entonces empecé a incluir
esas historias dentro de mis escritos. Por supuesto, la memoria hizo el resto.
Lo escribí con mi corazón. Creo que lo se haga con él siempre sale bonito. Esas
historias que iba tejiendo de noche, semana a semana, han ayudado a mucha
gente, a otros alumnos. A todo el mundo.
La casa en Mango Street se usa como
lectura en las escuelas en el país.
–Eso me da la confirmación de la Divina Providencia.
Todo tenemos un camino en la vida que debemos seguir. Y si tenemos el valor de
escuchar esas luz, nos lleva donde debemos ir. Siempre debemos escuchar a
nuestro corazón y hacer el trabajo para otros. Servir a otro en este planeta.
Eso lo veo por mi propia experiencia.
En Estados Unidos su narrativa
ha encontrado lectores y ya forma parte de esa gran biblioteca que es el canon
americano. Pero en América Latina, ¿cómo cree que ha sido recibida su obra?
–En verdad no sé si me conocen. Viajo mucho a México y
cuando lo hago a otros países no lo hago como escritora.
Qué reflexiones tiene ante el
México actual?
–Cuando hago mi meditación a diario me pregunto cómo
puedo servir a México. Porque ese país es mi padre y los Estados Unidos es mi
madre. Aquí debemos hacer un puente y bajar los muros. Lo intento hacer. Estoy
regresando a México en días. En este último viaje en que di dos conferencias me
dije que debo ser menos miedosa porque en verdad le tengo miedo a muchas cosas.
Soy la más miedosa de las miedosas: a los ratones, la oscuridad, las arañas,
los aviones, ciudades grandes, fantasmas. Y aunque me da miedo ir a México, tal
vez viajando es la manera de ayudar. Estuve hablando con la gente de los bares,
de las iglesias, los taxistas. Esa es la gente que abre su corazón y me deja
compartir la vida cotidiana de ese país.
A diferencia de otros autores
hispanos, en su obra Sandra, aun escrita en inglés, se siente el idioma español
muy vivo. ¿Cómo trabaja el lenguaje, es decir, es consciente de ello?
–Me cuesta mucho escribir. No hay palabras para las
emociones y anécdotas que vivimos a diario los seres humanos. Como escritores,
nuestra profesión es encontrar las palabras o inventarlas para comunicar todo
lo que pasa en un día. No es fácil. No hay tantas palabras en cualquier idioma
para describir lo que nos impacta. Como novelista y poeta trato de ser honesta
con lo que digo y veo. Eso es un trabajo
muy difícil. La verdad, creo que la
gente cuando le pasa algo feo, evita pensarlo, lo contrario a los escritores
que vivimos nuestra vida haciéndolo, pensando lo que hubiéramos dicho, lo que
hubiéramos hecho. Es una manera de meditar, ser monja en un monasterio. Me
hubiera gustado ser cantante o una bailarina, algo más alegre, pero este es mi
oficio.
Vera
Entrevista Sandra Cisneros (El Nuevo Herald)