Thursday, February 14, 2013

Medio siglo de literatura


Cumplir medio siglo—sea cual fuera el oficio—es una celebración que muy pocos se pueden dar. Si ese oficio es el de escritor y el que lo asume con todas las letras es Sergio Ramírez, entonces la fecha se convierte en una cita obligada en el calendario. Obras como Un baile de máscaras, Sombras nada más, Margarita, está linda la mar—Premio Internacional de Novela Alfaguara—, Adiós muchachos o Charles Atlas también muere, entre más de una veintena, hablan tanto de su vida como de la historia sinuosa y extraordinaria de América Latina.

 Al igual que los escritores del Boom latinoamericano, Ramírez encarna la figura del autor que se compromete con la situación política de su tiempo, sea con artículos en la prensa o actuando de una forma aún más activa: militó en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que derrocó al dictador Anastasio Somoza y en 1984 fue elegido vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de Daniel Ortega. En la década de los 90—como Mario Vargas Llosa en Perú—fue candidato a la presidencia de su país. Luego de esos comicios, que no ganó, se retiró de la vida política para dedicarse a tiempo completo a la literatura. En 2011, Ramírez publicó la novela La fugitiva y las esenciales Puertos abiertos y Puertas abiertas, antologías de cuento y poesía centroamericana.

 


En estos cincuenta años en el mundo de las letras debe haber tenido muchas satisfacciones y, tal vez, una que otra tristeza. Hoy vamos a hablar de las primeras. ¿Puede decirnos cuál ha sido la principal?

—Poder ser testigo de mi propia obra literaria después de medio siglo de trabajo, es una alegría, y un privilegio que me da la vida. La tristeza está en que los años pasan, y pesan, aunque no duelan. Y a través de lo escrito, uno puede revisar su propia vida, como quien lee la bitácora de un viaje que aún no termina; por eso mismo, lo que falta de mi obra, lo que me queda por escribir, también es motivo de alegría, porque se escribe hasta el último día. No hay tercera edad en la escritura, y por tanto, no hay vejez. Yo veo la vejez como el ocio obligado, la ineptitud, el estorbo, el abandono, y el olvido. Y mientras uno escriba, no hay nada de eso, todo es acción, en los dedos que teclean, y en la cabeza que imagina y piensa.

 Se puede ser ex revolucionario, ex vicepresidente pero difícilmente ex escritor. ¿De qué manera se ha modificado la percepción de su figura en la opinión pública a lo largo de este medio siglo?

—Es una batalla que he tenido que ganar a puro pulso. No porque reniegue de mi pasado, que está allí intacto frente a mí, con toda su carga de símbolos y creencias. Haber vivido una revolución como protagonista, no es poca cosa. Pero hoy siento que he podido afirmarme como escritor, que es mi presente, frente a mi vida política, que es el pasado. En un tiempo hablé por mis discursos, cuando fue necesario, y hoy hablo por mis libros, y es una diferencia importante. Claro, soy un ex vicepresidente de una revolución, y eso da a ese título un realce que la participación política común y corriente no da.

 En su narrativa,  la cultura popular tiene una presencia destacada. Allí están los radioteatros, el cine y las teleseries, el béisbol y el mundo del boxeo, como también el policial. ¿Cuál cree que sería el mejor género para reflejar la situación de la actual sociedad latinoamericana?

—Yo soy hijo del medio siglo, cuando el cine, los comics, las radionovelas, el béisbol y sus estrellas, y la música popular caribeña, integraban para mí un universo en el que crecí.  El Fantasma y Spirit, Toña la Negra y los Panchos y Agustín Lara, Mickey Mantle y Jackie Robinson, y María Félix y Emilio Tuero, Tyron Power y Rita Hayworth. Yo vengo de allí, de esa mezcolanza luminosa que me ofreció imágenes, sonidos, todo un sedimento de vida, y por tanto, de fuentes literarias. Una mezcla entre Félix B. Caignet, autor de la radionovela El derecho de nacer, que paralizaba las ciudades a la hora de su emisión, y las aventuras narradas por Julio Verne y Stevenson.

 
Como editor de Puertos abiertos y Puertas abiertas, antologías de cuento y poesía centroamericana. ¿Por qué aún en la era de la Internet, la literatura de la región sigue siendo un tesoro por descubrir?

—Por la incomunicación feroz que asola Centroamérica. No sabemos nada del vecino, ni él de nosotros. Lo que se publica en Honduras podría publicarse en Australia, y entonces nos enteraríamos más rápido. Unas antologías así nos ponen al día, nos comunican, nos dan la oportunidad de comparar, de ver lo que estamos escribiendo; y le dan oportunidad al mundo de enterarse de nosotros, que como centroamericanos, presumimos, además, de una identidad, es por eso que hablamos de una literatura centroamericana, como no es posible hablar, por ejemplo, de una literatura andina, o del Cono Sur.

Más allá de los matices culturales, ¿qué tienen en común los autores centroamericanos que figuran en las dos obras?

 —Pertenecer a una región de América que como dije, presume de una identidad, y encuentra estas señales comunes en su historia, en su geografía, en su composición étnica, en sus artes culinarias, en su música, y allí está, en su literatura. Es una identidad, por supuesto, diversa, porque aun siendo países tan pequeños, cada país centroamericano tiene su propio peso específico, pero siendo parte de esa identidad. Una identidad incomunicada, allí está la contradicción.

 Si tuviera que rescatar un solo libro de la hoguera, ¿cuál salvaría de todos los que ha escrito?

 —¡Qué pregunta más compleja! ¿A cuál hijo salvarías de esa hoguera? Preferirías irte tú de cabeza en ella, y salvarlos a todos. Es lo que yo haría con mis libros, preservarlos, y perecer yo. Y es lo que proponía Flaubert: el autor es quien debe ser olvidado, y lo que debe quedar son sus libros, y sus personajes.

 

                                                                                 Vera

 

 
Entrevista Sergio Ramírez (TintaFrescaUs)

Friday, February 8, 2013

Crónica: esa buena costumbre latinoamericana

Enrique Raab

En una reunión de esas en que el tedio se mide fatalmente por los egos de los involucrados, no hace mucho el que escribe estas líneas escuchó el siguiente dialoguito: un treintañero al que podemos decirle A, y que suele escribir en algunas revistas de América Latina e integra una antología de trabajos periodísticos, hablaba con otro, diríamos B, sobre cuánto dinero debería llevarse un agente literario. En un momento se acerca una jovencita y lo saluda a B, que a su vez le presenta a su colega: “A, periodista”, a lo que enseguida, arrastrado casi por una herejía, éste contesta: “Cronista, querrás decir”. Desde hace unos años a esta parte, no son pocos los personajes que se autodenominan “cronistas” como si fuera eso un apellido ilustre, una delicada distinción entre el escritor de ficción y el periodista raso.

Desde ya que los padres de la crónica moderna en Latinoamérica– José Martí y Sarmiento en el siglo XIX; Rodolfo Walsh, García Márquez y Carlos Monsiváis en el XX– no hacían semejante distinción, simplemente escribían –nada más, nada menos– con una mirada personal, con la reflexión y el anhelo, tal vez, de llegar a entender algo de lo sinuoso de la época que les tocó en suerte. La Antología de crónica latinoamericana actual, coordinada por Darío Jaramillo Agudelo, como se encarga de aclarar desde su título, es un testimonio de nuestro tiempo, un libro, para ser más claro, que reúne con suma atención textos relevantes en el sentido que los personajes y los hechos lo han sido en estos últimos años, y también, por los autores que han armado las piezas de esas historias.

Una de las cualidades, de su fortaleza, de los trabajos de no ficción es la elasticidad de los temas que los periodistas abordan: cultura popular, política, deporte o la crónica roja. La segunda, dicha hasta la repetición –aunque es cortés pensar que siempre hay un primer lector y merece entender de qué se habla– es confrontar los datos utilizando las herramientas de la ficción y siempre, en torno a ellos, la mirada singular del autor que siempre escribe en primer persona.

Por el trabajo de Jaramillo Agudelo hacen presencia textos como “Un fin de semana con Pablo Escobar” (Juan José Hoyos), “Lucho Gatica” (Pedro Lemebel), “¿Está el señor Monsiváis?” (Fabrizio Mejía Madrid), “Inca Kola” (Daniel Titinger y Marco Avilés), “Buscando a Pavese” (Alejandro Zambra), “Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet” (Cristóbal Peña), “¿Existió alguna vez Jorge Luis Borges?), “Bob Dylan en el Auditorio Theater” (Frank Báez) y y un largo etc, ya que son 61 las notas recopiladas. El texto de María Moreno sobre Enrique Raab es menos un homenaje que un rescate sobre uno de los periodistas más originales que trabajaron la crónica en el continente. Tal vez el nombre de Raab –que nació en Viena en 1932 y emigró con su familia a la Argentina– no es muy conocido porque sus libros están fuera de catálogo, pero más porque hay muchos autores que le deben demasiado. Uno de ellos, incluído en el libro, es Martín Caparrós.

“Era un pedagogo al paso con la misma fuerza con que era antipopulista, pero lo que escribía como plus de información no exigía un código en común con el lector: era clarísimo: las fans de Palito Ortega le evocaban a las mujeres que se desmayaban ante el piano de Franz Liszt, y el gordo Porcel, una suprarrealidad digna de André Breton. La comparación de Mirtha Legrand, en su papel protagónico de Constancia de W. Somerset Maugham con las mujeres del clan japonés de los Taira y su teatro gestual, es una ironía pero también sitúa a la diva, en brillante síntesis, como maestra en un arte “sin más sentido racional que el mero ejercicio de la grafía física”.

La Antología de crónica latinoamericana actual es un trabajo serio (perdón por la palabras) que no se queda con la novedad, es más, busca de lo mejor que se ha publicado en los últimos años en revistas conocidas y no tanto. Y también, a diferencia de otros, el autor tiene la delicadeza de no incluirse. Nunca está de más decirlo. De todas la antologías sobre crónica que se han editado en América Latina en los últimos tiempos, la de Jaramillo Agudelo es la mejor, lejos.
                                                               Vera
Review Antología de crónica latinoamericana actual, ed. Darío Jaramillo Agudelo (El Nuevo Herald)




Sunday, February 3, 2013

The Big Bang Theory: Contemporary Latin American Literature beyond Magical Realism



The morning of April 8, 1963, on board the transatlantic cruise ship Federico C. in the port of Buenos Aires, the Polish writer Witold Gombrowicz was about to end his intense, 24-year stay in South America. On deck of the boat that would bring him back to Europe, before a group of young writers and intellectuals, he shouted: “Boys, kill Borges!”.

So Gombrowicz shone a light on the specters that obscured the vision of all aspiring writers. Who can shrug off the image and commandments of our fathers lightly? Fortunately, for the past 25 or 30 years, Latin American writers have perpetrated a delightful parricide and paid for their daring by inventing a new literature with each new book.

To prove the point: Ricardo Piglia, Juan José Saer, Tomás Eloy Martínez, Cesar Aira, Rodrigo Fresán, Osvaldo Lamborghini (Argentina); Edmundo Paz Soldán (Bolivia), Roberto Bolaño, Alberto Fuguet, Pedro Lemebel, Alejandro Zambra (Chile); Laura Restrepo, Fernando Vallejo, Santiago Gamboa, Mario Mendoza (Colombia); Mayra Montero, Daína Chaviano, Zoe Valdés, Pedro Juan Guitiérrez, Antonio Orlando Rodríguez (Cuba); Rodrigo Rey Rosa (Guatemala); Horacio Castellanos Moya, Roberto Quesada (Honduras); Cristina Rivera Garza, Juan Villoro, Mario Bellatin, Jorge Volpi, Alberto Ruy Sánchez (México); Iván Thays, Santiago Roncagliolo, Jorge Eduardo Benavides (Perú); Mayra Santos-Febres (Puerto Rico); Alberto Barrera Tyszka (Venezuela). Many of these writers have graced the stage at Miami Book Fair International in the last 25 years.

Nevertheless, an attentive reader will find in this list of authors coincidences and rejections, apologies and feuds. But nowhere any trace of magical realism. During what came to be known in the 1960s as the Latin American Boom, there was one figure who distorted the image of Spanish-language literature: Gabriel García Márquez. Of course, One Hundred Years of Solitude was one of those rare books that appears sui generis and instantly becomes a classic among classics. The only problem was that for years after its publication, publishers and to a large degree the public demanded that every book recount the adventures of Buendía family.

Apart from some obvious imitations and empty clones, Latin American literature today has overcome this cliché and now explores an urban identity that is alternately raw and cosmopolitan. Were Gombrowicz to set sail today, he might substitute García Márquez for Borges, shouting: “Boys, kill Gabo!”. Perfect, musical, aesthetic. Super groups of authors in the ´80s, ´90s, and early ´00s declared their independence from the rural villages of magical realism and claimed the city beneath the banners of McOndo (a play on the town of Macondo, where One Hundred Years of Solitude was set) or Crack (a hyperurban movement in México) or Bogotá 39.

The destination might be Mexico city, Lima, Buenos Aires, or Caracas, but the city is always the new literary heart of darkness. That might be the only local color that tints the territory of La Mancha, as Carlos Fuentes once called literature in Spanish. The terror takes the form of Campo Elías Delgado, Vietnam vet and serial killer responsible for 25 murders in contemporary Bogotá (Satanás. M. Mendoza) or a teenager showing off expensive American sneakers (made in Singapore) and a packing a .45 in search for a new client (La Virgen de los Sicarios, F. Vallejo). Or simply an embalmed cadaver who rattles one and all with unanswered prayers, enigmas, and threats (Santa Evita, T. Eloy Martínez). At times this terror is revealed in the sex heat amid a city´s refuse (Filthy Havana Trilogy, P.J. Guitierrez) or in brief, iconoclastic postcards (Insane Affinity: AIDS Chronicles, P. Lemebel).Ironically, these are all B-sides of a hallucinatory Macondo, born of the logic of magic realism´s worst nightmares.

We´ll say it: urban, yes, but also cosmopolitan. This narrative respectfully and elegantly turns its back on the indigenous novel, the rural novel. Some narrators desire to expand their territories and travel through time. We can read a novel by a Mexican author (such as Ignacio Padilla and his Tuscan Grotto) about the Himalayas and the search for Dante´s nine circles of hell, or a serial killer attacking elderly women in Paris (The Quest, J.J. Saer), or an odyssey undertaken by the new pariahs in the Age of Aquarius (The Ulysses Syndrome, S. Gamboa). And we shouldn´t leave out another Mexican author, a disciple of French thinker Roland Barthes, who created a mythical Morocco in the saga of the imaginary kingdom of Mogador (Names in the Air and The Secret Gardens of Mogador).

At the other extreme, we find the figure of the flâneur. Through his wandering and distant age, free of prejudice, we see the profundity of the human condition. As writer and filmmaker Edgardo Cozarinsky (called by The Guardian “a fascinating and underappreciated author”) points out in his novel Nocturnal Maneuvers: “I´m and remain a flâneur. I´m a visitor, always passing through, lending myself to the scene as I please without surrendering myself”. Since walking is the same as reading, these urban tales are a way of rereading history. That´s where we can see explicitly the ideology of these new authors. Far from the pamphlets of any revolutionary yet not disillusioned, since this generation never believed in any political party or great leader. The only conviction is to aesthetics.

For this artistic vision there are many sources: crime fiction with a strong North American influence, journalistic chronicles and reportage, and, above all, the intelligent appropriation of multimedia in popular culture (TV, film, Internet). There are plenty of writers who fell no embarrassment whatsoever in admitting that they love writing for telenovelas or that they produce their work with the vertiginous rhythm of a sitcom. That´s the point: speed. At times the pace is so quick, the result seems to be fast fiction. That´s where speed leads: to seemingly frothy novels that are actually quite deep. A few examples include Pudor (Modesty, by R. Roncagliolo and made into a film by Tristán Ulloa), Palacio Quemado (Burnt Place, E. Paz Soldán), Mala Onda (Bad Vibe, A. Fuguet), Varamo (C. Aira), Malacara (Bad Face, G. Fadanelli). Other writers insert graphic images in their texts in the blogosphere: I. Thays and the unpredictable Moleskine.com and C. Rivera Garza´s novel as work in progress.

To talk of the last 25 years in Latin American literature is to confirm the existence of a new canon. This library includes Novels and Stories (O. Lamborghini), Artificial Respiration (R. Piglia), Santa Evita (T. Eloy Martínez), Savage Detectives and 2.666 (R. Bolaño), Beauty Shop (M. Bellatin), Our Lady of the Assassins (F. Vallejo), Before Night Falls (R. Arenas). While distinct from each other, these works could not have been written in any other era since they speak to the world their authors had the luck to inhabit. Nothing more and nothings less.

In the First Conference of Latin American Writer in Seville held in June 2003, Rodrigo Fresán invited his and subsequent generation to “pursue a Big Bang rather than a boom or a crack”. A cosmic cataclysm that would be both defining and definitive would disperse the stars so that each soars its own way. There is so much space in space. And, in that way, space is a like a black page, filled with light”.

Let there be light.




                                                                                                               Vera



A premier program of The Miami Book Fair International: 25th Anniversary Commemorative Magazine 1984- 2008.