“Hay
una superstición escandinava que se repite todos los años…”,
bromeaba Jorge Luis Borges sobre su eterna candidatura al Premio
Nobel de Literatura. Número fijo en la lista de autores favoritos a
conseguir la distinción sueca– como el argentino que finalmente no
lo consiguió–, Haruki Murakami (Kioto, 1949) es una figura con
sensibilidad pop y aura de celebrity
en
el mundo de la literatura actual. Cada uno de sus libros se espera
como un film de Hollywood, de esos que tienen muchas sagas y se
consumen rápidamente.
Lo
nuevo de Murakami es un volumen de siete relatos, Hombres
sin mujeres.
Título simple y directo –homenaje a un libro del mismo nombre
publicado
por Ernest Hemingway en 1927–
como su prosa que llega al lector traducida al inglés o español, ya
que el autor únicamente escribe en japonés.
Por
si hubiera duda de qué va el ADN literario de Murakami, en este
trabajo se afianzan sus obsesiones como quien repite una y otra vez
las canciones favoritas en el iPod: los enigmas que encierran a dos
personas que se aman y creen –al menos mientras dure el hechizo–
en la eternidad de su pasión; la soledad como una de las más
tristes enfermedades en el mundo tecnológico y “civilizado” del
siglo XXI; las referencias a la música pop, en especial la de los
Beatles.
En
“Kino”,
“Samsa enamorado”, “Sherezade” o “Drive
My Car” y
“Yesterday”
–sí,
ambas con el mismo título que las canciones de los cuatro de
Liverpool, recurso que también utilizó en su novela Norwegian
Wood),
Murakami reflexiona sobre esto temas a veces con una dulce
melancolía y otras con sentido común inteligente, manifestando
cierta cortesía al lector, fortaleciendo un vínculo personal.
“Pensar
separadamente en los hombres y las mujeres no es algo que suela hacer
a diario. Apenas nota diferencias en las competencias en función del
sexo. Su profesión lo obliga a trabajar con el mismo número de
mujeres que de hombres y, de hecho, se siente más cómodo al
trabajar con ellas. Por lo general, están atentas a los detalles y
saben escuchar. Pero, en lo que concierne a conducir, cuando se sube
en un coche pilotado por una mujer, en ningún momento deja de ser
consciente de que es una de ellas la que lleva el volante. Esta
opinión, sin embargo, nunca se la ha expresado a nadie. No le parece
un tema apropiado para hablar con los demás”, reflexiona el
narrador de “Drive My Car”.
En
este cuento con título
beatle
Kafuku,
un
actor maduro de cierto prestigio, contrata a una joven chófer para
conducir su Saab 900 amarillo. En algún momento el empleado se
volverá confidente y suerte de amuleto para exorcizar viejos
espectros. En
“Yesterday”, un estudiante
de la Universidad de Waseda (Soudai), que tiene como part
time trabajar
en un bar, conoce a uno muchacho de Tokio. Ese encuentro producirá
un choque de clases que deviene en un duelo de amor. En “Samsa
enamorado”, tal vez el mejor del volumen, el protagonista es el de
“La
metamorfosis”, el clásico relato de Kafka.
Así, por invención de Murakami,
el insecto se transforma en un ser humano. No sólo hay un cambio de
identidad: el autor traslada la Praga de principios del siglo XX a la
Praga sitiada por el ejército soviético en 1968.
“Sólo
los hombres sin mujeres saben cuán doloroso es, cuánto se sufre por
ser un hombre sin mujer”, escribe Haruki Murakami, y la sentencia
queda suspendida en el aire.
Vera
Review Hombres sin mujeres, Haruki Murakami, El Nuevo Herald