Monday, February 3, 2014

Carla Guelfenbein, nadar desnuda



En Barcelona, Carla Guelfenbein se comunicó con Roberto Bolaño para que leyera su primera novela. En ese momento el autor de Los detectives salvajes preparaba un viaje inminente y no pudo hacerlo. Pero le dio el teléfono de su amigo y editor, Jorge Herralde, director de Anagrama, la editorial por la que publicaba todos sus libros.  Desde una cabina telefónica –eran tiempos en que todavía no habían sido relegadas a piezas de museo– marcó el número e increíblemente atendió Herralde, quien aceptó leer la obra. Carla nunca llegó a mandar la novela. Una voz interior o eso que se llama intuición le hizo desistir. “No era el momento”, recordó alguna vez. “Faltaba algo”. Al tiempo terminó otra novela, a la que tituló El revés del alma.

Su debut literario fue un éxito instantáneo en Chile. Para la anécdota queda que en apenas unas semanas desbancó de la lista de best sellers al anodino El código Da Vinci, de Dan Brown. A partir de esa novela que describía con notable observación la historia de tres mujeres –Daniela, una joven bulímica; Cata, la madre de Daniela, y Ana, una fotógrafa– Carla integró ese triunvirato de autoras chilenas que son leídas for export: Isabel Allende y Marcela Serrano.     

Se podría decir que más allá del suceso de El revés del alma (2003) y las novelas que le siguieron, como La mujer de mi vida (2006), El resto es silencio (2009) y Nadar desnudas (2013), el hecho significaba para Carla Guelfenbein, ahora escritora, un nuevo inicio de una vida no menos intensa.   Carla se exilió con sus padres en Inglaterra como consecuencia del golpe militar de 1973. Allí estudió biología en la Universidad de Essex y diseño en St Martin’s School of Art. En 1987 regresó a Chile y trabajó como diseñadora en varias agencias de publicidad donde llegó a ser directora de arte y editora de moda en la revista Elle.


 De su primera novela El revés del alma a Nadar desnudas ha pasado una década. ¿En estos años qué ha aprendido del oficio de escribir?

Han sido diez años de aprendizaje, de descubrimiento. En cada una de las cuatro novelas que he publicado hasta hoy, me he planteado un nuevo desafío, ya sea desde la mirada, la temática, la estructura o la prosa. En este tiempo he logrado una depuración del modo en que digo las cosas; no busco crear fuegos de artificio para que mi literatura parezca elevada e intelectual. Considero que el vuelo está en el contenido. Esta precisamente ha sido mi búsqueda en estos diez años, y creo que  en esta última novela, Nadar Desnudas, me he acercado más a ese objetivo, a expresar las complejidades de la vida de forma transparente y profunda. 

En esta historia hay un triángulo amoroso que se desarrolla con el trasfondo del golpe militar del 11 de septiembre en Chile. ¿Por qué eligió ese contexto histórico?

 – Mi objetivo era retratar lo que ocurrió en mi país en los convulsionados años 70 desde un punto de vista particular: el de mis personajes. El encuentro brutal entre la pequeña historia, y la Historia con H mayúscula. Recuerdo que cuando miraba las imágenes del horror de las guerras balcánicas, siempre pensaba que tras esas calles vacías y destruidas, bajos los techos derruidos había personas que continuaban con sus vidas, que respiraban, que hacían el amor, niños que crecían, madres que en el silencio de la noche acariciaban a sus hijos. Tras esos grandes eventos que la Historia preserva en sus anales, hay personas, y son sus historias las que me interesan.

El gobierno de Allende, el golpe militar, la persecución y la barbarie de la dictadura en Chile, representan unos de esos momentos históricos en que el ser humano se ve enfrentado a sus miedos y a sus grandes dilemas. Mi mayor desafío era escribir sobre una época en que todo estaba teñido por la política sin caer en el discurso ni en el panfleto. Por eso, Nadar desnudas está narrada desde la interioridad de los personajes, y son sus conflictos internos los que prevalecen en el primer plano. 

¿Por qué decidió trabajar el tema de la traición en este novela?

–Fueron muchas las preguntas que surgieron en la escritura de Nadar Desnudas. ¿Por qué personas perfectamente razonables y de buenas intenciones transgreden el límite de la lealtad y de sus más férreas creencias? ¿Cuál es la fuerza gravitacional de la pasión en la vida de los seres humanos que nos hace transgredirnos a nosotros mismos y a quienes más queremos? Por qué incluso cuando muchas veces sabemos que arriesgamos con perderlo todo, cerramos los ojos, por ese instante de placer supremo y olvidamos sus consecuencias.

Es evidente que el poder de la sexualidad trasciende la racional. Por otro lado, el amor está constantemente movido por una fuerza en “contra de algo”, pero también “hacia alguien”.  Aquella contradicción es parte de su espíritu, de su constitución combativa, de su hambre por el exceso. Nadar desnudas deja en claro que esa transgresión tiene un costo y que en ocasiones puede ser considerable. La traición en Nadar desnudas corre a dos bandas. La traición de Morgana y de Diego hacia Sophie -la amiga de ella e hija de él- al enamorarse, al vivir esta pasión sin medir sus consecuencias, y por otro lado la gran traición que llevó a Chile a una dictadura feroz y que costó tantas vidas.  

Cada una de sus novelas ha encabezado la lista de best sellers en Chile. ¿Siente presión a la hora de encarar cada nuevo proyecto?

 –En absoluto. Mi primera novela, El revés del alma, trata sobre tres mujeres. Tuve la suerte inmensa de que a las pocas semanas de haber sido publicada, estaba en la lista de las más vendidas. Yo era una completa desconocida. Era una novela que hablaba sobre un universo que conocía bien: la interioridad de las mujeres. Sin embargo, cuando empecé a escribir mi segunda novela: La mujer de mi vida, no quise quedarme en ese territorio seguro, que conocía bien, y que había captado la atención de los lectores. Escribí una novela narrada por un hombre. Así, en cada una de mis novelas, he intentado conquistar un nuevo universo, salir de mis propios límites, explorar ámbitos que me interesan y que me son desconocidos. No hay peor plagio, dice Bryce Echenique, que el plagio a sí mismo.

Sus novelas son muy visuales, con un ritmo narrativo ágil, aun cuando las historias ahonden en temas complejos. ¿Alguna vez le han propuesto adaptar alguna de sus obras al cine?

 Crecí mirando películas, y cuando escribo, lo que veo son imágenes, no palabras. Primero es una visión, y luego la palabra. Lo que hago, es construir escenas que tienen que ser vívidas, claras, que se puedan tocar casi. Por eso creo que cualquiera de mis novelas sería muy fácil adaptarla al cine. He recibido varias propuestas, pero ninguna se ha concretado aún. Es mi agente quien se encarga de ello.

Qué le parece el boom de novelas eróticas como 50 sombras de Grey. ¿Las ha leído?

–No, no las he leído. Pero la literatura erótica no es nueva y ha sido inspiradora de generaciones de parejas a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, desde La Historia de O, publicada bajo un seudónimo por la autora francesa Dominique Aury en 1954, que no se producía el fenómeno que generó esta trilogía.

Lo que ambas publicaciones tienen en común es la abierta indagación en la sexualidad femenina. Madres de familia y feministas coinciden: la trilogía de E.L James incentiva a las mujeres a explorar su sexualidad, a discutirla con sus pares, a exigirla a sus compañeros en la cama. El hecho de que su lectura sea compartida por muchos: tu vecina, tu amiga, la madre del compañero de curso de tu hijo, trae aquello que antes estaba “al otro lado de la valla”, en los márgenes insondables y oscuros de lo prohibido, a tu terruño, al territorio de lo aceptable.

En cuanto a géneros literarios, ¿ha fantaseado con escribir una novela policial?

–La novela que estoy escribiendo no es precisamente una novela policial, pero un gran misterio debe ser develado. Lo que me interesa es el proceso, cómo las mentes humanas, en el camino de descubrir algo que está afuera, terminan descubriendo algo dentro de sí mismos. Algo que antes les era desconocido, ajeno, o prohibido.

¿Cómo recuerda sus años de exilio en Inglaterra?

–Creo que hay ciertas circunstancias que actúan como catalizadores para escribir. En mi caso, uno de estos catalizadores fue el exilio. Como exilada nunca llegué a pertenecer al lugar que me había acogido. Pasaba mucho tiempo sola, y mi capacidad de observación se volvió esencial para sobrevivir. Sentía nostalgia de ese mundo que me habían obligado a dejar, y entonces fantaseaba, provocando que mi memoria se confundiera con ese universo que comenzaba a crear en mi mente. En esas condiciones, leer y escribir se transformaron en mi refugio. Ambas constituían el único lugar donde podía vivir de la forma que añoraba, sin importar la distancia, la extrañeza, ni cuán difícil se volvía el mundo exterior. El papel no era solo un espacio de libertad pero también una compañía. Creo que cada una de mis novelas está marcada por esos sentimientos. Mis personajes, de alguna forma, son extranjeros en su tierra, miran el mundo desde los márgenes. De hecho, una de mis novelas, El resto es silencio, comienza con un niño mirando el mundo desde su escondite debajo de una mesa.

¿Qué aprendió de la sociedad británica?

–Aprendí la tolerancia, el respeto por la diferencia. Aprendí la rigurosidad. Pude ver mi país desde la distancia y entender con más claridad de dónde venía y a dónde quería ir.

                                                                              

                                                                                            Vera

Entrevista Carla Guelfenbein, El Nuevo Herald