Tuesday, December 31, 2013

Crónicas sobre una región violenta


En un reportaje reciente, Rodrigo Rey Rosa analizaba el contexto en el que había escrito Los sordos: “Yo digo que es una novela criminal porque habla de Guatemala y Guatemala es un estado criminal. Es inevitable. Es como escribir la vida de un criminal, tiene que ser un argumento criminal. Yo considero a Guatemala un estado criminal, pero no policial. De hecho allí la policía no funciona. Porque en Guatemala, más o menos el 98% de los asesinatos no son investigados, no sé si habrá cambiado este número después. Y no se dicta más que un punto por ciento de esos asesinatos, o sea que hay una impunidad total”.

Ese es el sentimiento amargo que recorre Crónicas negras, el libro que reúne dieciocho textos de Sala Negra, el equipo de investigación del periódico digital centroamericano El Faro. Con Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras forman un rosario de impunidad para la violencia, el crimen organizado, el odio de clases. Una región donde la vida parecería no valer nada. O no vale nada. Tal vez por eso lleguen pocas noticias de ese lado del mundo –demasiado cercano–, y por eso, también, la publicación del libro no debería pasar desapercibida.

Ante la ausencia de un Estado, la prensa es lo único confiable. Contra el cliché del cronista latinoamericano justiciero, los periodistas Carlos Martínez, Roberto Valencia, Daniel Valencia Caravantes, José Luis Sanz, Óscar Martínez y Juan Martínez cuentan estas historias utilizando diversas técnicas narrativas tomadas del cine, la ficción y el ensayo para exhibir el complejo tramado de la vulnerable sociedad centroamericana. En Crónicas negras hay historias bien contadas, sin el piloto automático que a veces da el oficio del periodismo. La cronistas reconstruye los sucesos, como una pesquisa.

En la titulada “El Barrio roto” la deportación de un grupo de jóvenes indocumentados en los Estados Unidos, que habían llegado junto a sus padres a este país huyendo de la guerra, es el germen de una pandilla en el Barrio 18, en El Salvador. El asesinato de Cranky, uno de los cabecillas, lejos de apaciguar ese terror organizado, lo replegó en dos fracciones, enemistadas a muerte.

La muerte de Cranky es una de esas muertes que llama a más muertes, que desencadena cosas, que parte una historia en dos”, escriben Carlos Martínez y José Luis Sanz. 

“Aunque hay un abanico de relatos de cómo ocurrieron las cosas, lo inamovible es que la madrugada del 27 de julio de 2005 a José Luis Cortez Guerrero catorce plomos se le pasearon por el cuerpo, dejándole veinte agujeros en la piel. Hay una coincidencia en todas las versiones sobre lo que ocurrió aquella noche: al Cranky lo mató su propia pandilla. A partir de aquel homicidio, los homeboys andan, dicen, a cañón suelto, a odio destapado, ya no solo contra sus adversarios de la Mara Salvatrucha (MS-13), sino también contra los dieciocheros agrupados en la facción rival”.

De Yo violada, del cronista español Roberto Valencia, emerge la historia de Magaly, que una tarde fue sacada de la escuela para ser abusada por quince pandilleros. La violación, pronto descubre el periodista, es un rito común que tienen los delincuentes. Los casos como el de Magaly abundan. Es entonces cuando este incidente pone en evidencia otras cuestiones: el director del colegio conoce a muchos de los jóvenes que han abusado de la adolescente. Sabe donde viven, cómo se llaman. Pero prefiere callar. La sociedad es el terror y ambos la locura.

En el prólogo de Crónicas negras, el periodista estadounidense Jon Lee Anderson señala: “Hay poco periodismo investigativo de calidad hoy en día, y mucho menos sobre estos temas. El trabajo de Sala Negra es excepcional”.


                                                                                                            Vera

Review Crónicas negras, Antología (El Nuevo Herald)